En España tenemos la capacidad, considero que digna de estudio, de convertir cualquier problema o suceso internacional en uno propio. Nacionalizamos los problemas. Nuestro Problema Interior Bruto, PIB, está siempre altísimo.
Ocurrió esta semana con el asalto al Congreso, el Tribunal Supremo y la sede del ejecutivo en Brasil, por ejemplo. La portavoz del PP, Cuca Gamarra, respondió a un tuit de Pedro Sánchez mostrando su apoyo a Lula da Silva con un “contigo, en España esto ahora es un simple desorden público”. También en un tuit, la portavoz del PSOE y ministra de Educación, Pilar Alegría, instó entonces a Alberto Núñez Feijóo a “corregir a la señora Gamarra de inmediato” porque sus declaraciones “son demasiadas peligrosas” (a lo que, a su vez, respondió la concejal de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Andrea Levy, con un “muy bien aquí el tono paternalista y condescendiente de la Ministra 'Eaea que venga aquí Feijoo a castigar a Cuca que ella'. Luego nos dará lecciones de empoderamiento y tal…”). Mientras tanto, la presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, escribía que “la democracia nunca está garantizada. Por eso es tan importante protegerla de sus enemigos con una legislación a la altura, que castigue duramente a sediciosos golpistas”. O el alcalde de Madrid, José Luis Martínez- Almeida, comparaba el asalto por la fuerza al Parlamento de Brasil por parte de los partidarios del expresidente Bolsonaro con “el golpe de Estado dado por los separatistas en Catalunya”. En fin, unos y otros convirtieron en escasas horas los sucesos de Brasil en un problema nacional.
Ocurrió con el asalto en Brasil pero puede pasar desde con una declaración de un político en Canadá hasta con una manifestación en Costa Rica. Eventualmente, la oposición aprovechará para acusar a Pedro Sánchez de algo relacionado con el acontecimiento en cuestión, el Gobierno arremeterá contra la oposición irresponsable, los mensajes recorrerán tertulias y el espacio quemado en otro país se habrá convertido en un incendio propio.
Me parece extraño, de hecho, que hayan pasado varios días sin que ningún político haya aprovechado la nueva canción de Shakira para atacar al rival. Es cierto que esta semana no hubo pleno en el Congreso porque de haberse celebrado tal vez hubiésemos escuchado en la tribuna que “las mujeres ahora ya no lloran, las mujeres facturan” gracias al Ministerio de Igualdad. ¿Pero facturan más o facturan menos que cuando gobernaba el PP? ¿Está el Gobierno poniendo en marcha las suficientes medidas para emprendedoras? ¿Y los hombres qué? ¿Hablamos de medidas igualitarias o discriminatorias?
Pensémoslo a la inversa: ¿Estarán en Armenia, por ejemplo, arremetiendo unos políticos contra otros por lo que ha dicho esta semana el vicepresidente Castilla y León, Juan García-Gallardo, sobre los abortos? ¿Se habrán convertido sus “medidas provida” en una disputa nacional en Chile?
Creo que todo esto es síntoma de un mal intrínseco de las redes sociales: el creciente acceso en tiempo real a los terrores del mundo hace necesario ya no solo nombrar y denunciar esos terrores –algo fundamental porque el no posicionamiento se ha convertido en un posicionamiento en sí mismo-, también hay que comparar esos terrores ajenos con los propios.
El resultado: una atmósfera volátil y febril en la que cualquier tema se lanza como una bofetada para dejar constancia de que unos y otros están en el lado correcto de la historia. Y la conversación no avanza. Al contrario, diluye los mensajes de las personas cuyas voces realmente importan (en el caso de Brasil, expertos) en simples ataques políticos cruzados sin ninguna eficacia mayor que la de alimentar el ruido. Ruido, ruido y más ruido.