Cosas que aguantan

2 de diciembre de 2021 22:18 h

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La sala de actos del rectorado de la Universidad Autónoma estaba hasta la bandera. Cuentan las crónicas de aquella tarde de diciembre de 2002, que un tipo bajito, “de nombre impronunciable y poseedor de una cabeza de perfiles dionisiacos”, pronunció toda una lección magistral sobre el trabajo del reportero como traductor de la realidad bajo el título “Traducir el mundo”. El respetable fue seducido por el periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski (Pinsk, 1932-Varsovia, 2007).

¿Cómo debe actuar un periodista?, le preguntaron. “Antes, los periodistas eran un grupo muy reducido, se les valoraba. Ahora el mundo de los medios de comunicación ha cambiado radicalmente. La revolución tecnológica ha creado una nueva clase de periodista. En Estados Unidos les llaman media worker. Los periodistas al estilo clásico son ahora una minoría. La mayoría no sabe ni escribir, en sentido profesional, claro. Este tipo de periodistas no tiene problemas éticos ni profesionales, ya no se hace preguntas. Antes, ser periodista era una manera de vivir, una profesión para toda la vida, una razón para vivir, una identidad. Ahora la mayoría de estos media workers cambian constantemente de trabajo; durante un tiempo hacen de periodistas, luego trabajan en otro oficio, luego en una emisora de radio... No se identifican con su profesión”.

“No hay que desesperarse -añadió para tranquilidad de los oyentes, casi todos profesores y alumnos de periodismo-. Vivimos en un mundo en transición, pero hay cosas que aguantan, sigue habiendo grandes periódicos, y no sólo en Estados Unidos y en Europa, sino también en Brasil o en otros países. Y otro tanto sucede con las radios o con determinados programas de televisión, que mantienen un altísimo nivel profesional. La culpa es nuestra, del lector, que se ha vuelto pasivo, perezoso, no busca, no quiere saber (...)” 

Pero, ¿cómo debe ser un periodista?, se le volvió a preguntar. “Hay que ser un buen ser humano y no se puede ser cínico para ejercer el periodismo. Una cosa es ser escéptico o realista, pero es muy diferente ser cínico, una actitud incompatible con el buen periodismo”.

¿Y cuál es el buen periodismo? “El verdadero periodismo es intencional (...) El deber de un periodista es informar, informar de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro. Las guerras siempre empiezan mucho antes de que se oiga el primer disparo, comienza con un cambio del vocabulario en los medios. En los Balcanes se pudo ver claramente cómo se estaba cocinando el conflicto”, según Kapuscinski.

Perdonen las molestias, pero esto va de periodismo. Sí, de periodismo y de democracia. Y sirva este recordatorio para saber de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde queremos ir. Sirva también para distinguir entre provocación, agitación y periodismo. Sirva además para tomar conciencia de que cuanto callemos va en contra de nosotros mismos, de los periodistas. Y sirva, claro, para recordar lo obvio: que la relación entre periodistas y políticos nunca fue fácil. Que siempre hubo quien intentó acallar a la prensa crítica. Que no hay sigla que no se haya llenado la boca de libertad de expresión al mismo tiempo que movía en las redacciones de periódicos o los platós la silla de algún periodista. Y que no hay partido político que no guarde su particular lista negra de “plumillas” indómitos.

Ha pasado y sigue pasando. Quizá porque el periodismo busca siempre lo que quieren ocultar o disimular ellos y porque la política intenta a menudo camuflar lo que nosotros estamos obligados a indagar y cuestionar sobre lo que tiene que ver con la esfera pública. 

Hoy, sin embargo, las redes sociales han envenenado todo hasta el punto de que un tuit se considera para muchos una noticia; un hilo, una exclusiva y 140 caracteres, una tesina. Da igual que el asunto del que se escriba sea sencillo o complejo y da igual también que detrás de lo escrito haya o no el esfuerzo que requiere la comprensión de un  problema. La información es eso: dedicarle horas, incluso días a escrutar una decisión política, un proyecto de ley o una medida que salga del Consejo de Ministros. Y la opinión se construye precisamente sobre los hechos. De ahí que se necesite mucha información hasta construir, siempre desde la duda, una opinión limpia de interferencias. Así que no, no crean -por mucho que les digan- que la independencia  tiene que ver con la ausencia de ideología, sino mas bien con actuar o no como portavoz de un pensamiento que no es el propio.

El Congreso de los Diputados siempre fue un espacio de respeto mutuo entre periodistas y políticos. Con los gobiernos de derechas y con los de izquierdas. Otra cosa es que a ellos, a quienes nos representan, les gustaran las preguntas incómodas o las opiniones críticas. Pero rara vez se perdió el respeto y la cortesía. Y la reciente denuncia trasladada por los jefes de prensa de varios grupos parlamentarios a la secretaría general de la Cámara Baja sobre las “faltas de respeto” y “tensión” en las rueda de prensa tiene que ver con eso, no con ningún intento de censura.

Dicho esto, es a los políticos, no a sus directores de comunicación, a quienes corresponde elevar la queja donde corresponda del mismo modo que son los servicios de la Cámara quienes han de dar explicaciones públicas sobre los criterios seguidos para las acreditaciones de los medios. Si a los periódicos tradicionales, radios, agencias y televisiones, les siguieron los digitales, ahora toca decidir si un youtuber, un instagramer o un tuitero es un medio de comunicación o por qué un canal digital sí puede acceder a las sesiones parlamentarias y no otros formatos o programas informativos de radio o televisión. Esto, además de que las Asociaciones Profesionales, claro, entren de lleno ya en el debate sobre lo que es y lo que no es periodismo o un medio de comunicación, más allá de comunicados genéricos sobre códigos éticos que no contribuyen a atajar un problema que nos afecta como sociedad. Porque detrás de cada hater, follonero, difamador o profesional del matonismo que se dedica a adulterar la información, las redacciones están llenas de plumillas que ejercen la profesión honesta y dignamente desde el respeto y la búsqueda de la verdad. 

Y si el Congreso, los periodistas y las Asociaciones Profesionales no distinguimos entre una cosa y la otra, flaco servicio hacemos a una democracia ya de por sí bastante herida. Hay cosas que, en efecto, aguantan porque más allá del ruido, la interferencia, la propaganda o la mentira, sigue habiendo cientos de periodistas dispuestos a transmitir información veraz y de calidad desde todos los puntos de vista para que cada cual pueda opinar y decidir libremente. Y para ello es necesario también reflexionar sobre la responsabilidad de todos aquellos que, como en Francia con el polemista ultra Eric Zemmour, están dispuestos a dar una altavoz diario a los propagadores del odio, el bulo y la mentira. Estamos a tiempo.