Entiéndanme bien. Si mañana decidieran presentarse a unas elecciones, pídanle al cielo llegar al arranque de la campaña con unas encuestas como esas que cabalga Moreno Bonilla en Andalucía. Según el CIS, es el único candidato que supera un 90% de conocimiento, su valoración media –6.28– supera a la que tiene el principal de sus oponentes, Juan Espadas, entre sus propios votantes –6.23–, casi la mitad de los andaluces lo prefiere como presidente y cuadriplica a todos sus competidores cuando, en la comparativa entre partidos, se pregunta al votante cuál tiene el mejor candidato.
Dicho todo eso, cuatro de cada diez votantes afirman que deciden su voto durante estos días y, entre cada diez indecisos, tres dudan entre PP, Cs y PSOE y dos entre el PSOE y Adelante Andalucía o Por Andalucía. Aún pueden cambiar unas cuantas cosas de hoy al 19–J.
El PP de Feijóo parece disponerse a recoger una cosecha copiosamente azul en Andalucía con una fórmula que replica aquello que el líder Popular hizo en Galicia, conquistando cuatro mayorías absolutas, y ejemplifica aquello que pretende hacer para llegar a la Moncloa. Si algo demuestra la demoscopia disponible es que Moreno Bonilla ha logrado posicionarse como el más presidenciable y situarse en el espacio donde se ubica la mayoría; lo mismo que busca Feijóo.
Al PP tampoco le va mal. Es el único que supera el 70% en fidelidad de voto y lidera la recuperación de abstencionistas y la captación de nuevos votantes. En la comparativa entre partidos bate con claridad a los demás en todas las categorías –programa, cercanía, fidelidad, candidato o defensa de los intereses de Andalucía–. El tono presidencialista tiene más que ver con impedir que las siglas eviten algún voto que con la debilidad de estas. Mucha gente puede votar a Bonilla, pero seguramente no al PP; por ejemplo, ese uno de cada diez votantes socialistas que se están pasando al PP. Igual que no pocos electores pueden estar viendo en Bonilla el voto útil para impedir que Vox llegue a gobernar en Andalucía; por paradójico que parezca.
Cómo pueden lograr semejante cosecha habiendo sembrado ser la antepenúltima comunidad en gasto social por habitante, habiendo recortado el gasto social en un 1.38% en el ejercicio de la pandemia (2019–20) o habiendo situado a Andalucía cuarta por la cola en gasto sanitario, parece una pregunta indicada para sus competidores quienes, también, recogen en buena medida lo que parecen haber sembrado.
El candidato socialista tiene la dudosa marca de resultar más conocido entre los votantes del PP –72,8%– o Cs –78,5%– que entre los socialistas –71,5%–. Hasta los electores de la rosa parecen desconocer qué o quién ha sucedido al Susanismo. A la izquierda del PSOE recoge división y desánimo para dos candidatas cuya valoración entre sus propios votantes se queda por debajo de la obtenida de media por el candidato popular –6,28–. La desmovilización que induce que apenas un 70% declare su decisión firme de ir a las urnas se concentra mayoritariamente en el espacio de la izquierda.
Las expectativas se presentan tan pesimistas que pueden incluso ayudar, en cierta medida, a la izquierda. Cualquier resultado que supere un listón tan bajo sirve para contener daños mayores. La primera opción para intentar optimizar los efectos decantadores y movilizadores de la campaña pasaría por resistir, procurar no liarse mucho y confiar en la constancia de los votantes.
Existe otra opción más ambiciosa, pero tremendamente arriesgada, hacer exactamente aquello que Bonilla y Feijóo quieren evitar a toda costa, pero harán al día siguiente si los resultados se confirman: convertir las andaluzas en una primera vuelta, casi en un referendo sobre las políticas del gobierno de coalición; no uno sobre si el candidato popular es más o menos de centro. Hay espacio y votantes para hacerlo. La duda es si compensa el riesgo.