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OPINIÓN | 'El poder creciente de los idiotas', por Rosa María Artal

El poder creciente de los idiotas

El expresidente y actual candidato republicano a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Donald Trump), y el magnate y propietario de la red social X, Elon Musk.

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“Aquellos que te hacen creer en absurdos, pueden hacerte cometer atrocidades”.

Voltaire

Muchos se reían de ellos en un principio pero ya están aquí pisando fuerte. Por mucho que se avisase no se impidió su avance. Siempre hay intereses para que, pongamos por caso, la derecha extrema deje crecer a la ultraderecha y estos al desvarío populista desorbitado. Incluso le interesa a veces al centro izquierda apuntarse a ese dejar hacer. Y ya han llegado a las instituciones y ya tienen poder que querrán acrecentar. Ese individuo que miente nueve veces de cada diez que habla, y ha sacado tres escaños en el Parlamento europeo, y subasta presuntamente su sueldo a cambio de hacerse con todos los datos de los seguidores que se apunten para usarlos como le plazca, dice que España es “un estercolero de corruptos, violadores y decapitaciones diarias”, según recogió el periodista Jesús Cintora. Y 800.000 seres creen que es el diputado que mejor les representa en Europa.

Lo peor es que forma parte de una anomalía en ascenso. Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos mintiendo y así siguió durante su mandato, después y en la actual campaña electoral. Dice, por ejemplo, que Kamala Harris no es negra y que sus mítines masivos están trucados con IA. No ha faltado más que el apoyo incondicional de Elon Musk, dueño de la Red X. Dos mentirosos compulsivos en plena acción. Su conversación en la noche del lunes consistió en dar la oportunidad al candidato para lanzar bulos sin freno entre halagos de su interlocutor. Una bomba de destrucción masiva de la credibilidad. Y un serio problema. El diario francés Le Monde lo define con contundencia en portada: “Elon Musk, actor político de la derecha extrema”. Y X empieza a ser ya un preocupante reflejo de sí mismo. Hablamos de magnitudes desorbitadas en la distribución de mensajes falsos y claramente ideologizados.

 A Trump le siguen millones de seres que lo pueden colocar de nuevo en la Casa Blanca para destrozar la democracia tal como se entiende ahora, teóricamente, porque la tienen bien maltrecha un gran número de países. Estados Unidos, ya, sin duda. Y España, por cierto, no hay más que ver lo que rezuma.

Entre los partidarios de este señor español “de las lapidaciones” enviado al Parlamento europeo y los de Donald Trump hay un abanico amplio y nutrido de cretinos cum laude. Han perdido todo complejo para mostrarse y se sienten importantes porque lo son ya, condicionando políticas decisivas. Se ha indagado en las razones que conducen a una pérdida tan descomunal del sentido común: el descontento, sin duda; la frivolidad, la ignorancia, el egoísmo. Y en los canales que conducen su nutrición. Incluso a la liberación de sus prejuicios al no temer decir monumentales estupideces. Y lo que es peor, falsas acusaciones monstruosas que sueltan sin inmutarse.

Decapitaciones diarias en España. Cuesta digerir que se mande a un sujeto así a Bruselas y al parecer sus adeptos aumentan de día en día. Vox está preocupado: les ha salido un competidor al que ven a su nivel. Que cada vez haya más antivacunas, gente que no cree en las pandemias, posiblemente ni en las enfermedades, no es una anécdota. Seres imaginando fumigaciones y chips atrapando voluntades. Es de suponer el temor en el que viven, la atención especializada que necesitan. Y sin embargo, los usan.

Es importante el problema porque la sinrazón es un océano en el que todo se diluye. No se soluciona con métodos manidos. Habría que dar muchas respuestas confiables para poder penetrar siquiera en esos oscurantismos. Esas creencias de las que, además, se sienten tan satisfechos. Presumen de ignorancia con un orgullo que da pavor hasta personajes famosos de las farándulas y las artes populares.

Un lujo de este diario son muchos de sus comentaristas. Hace poco uno de ellos, Tadeus, relataba con brillantez en este artículo una experiencia que hemos tenido muchos.  Lo dejaré en la síntesis. Paseando por una céntrica calle peatonal caminaron a la par un buen trecho su pareja y él con dos varones cincuentones que “iban criticando ácida y groseramente, cómo no a Pedro Sánchez, Begoña Gómez, toda su parentela, el Gobierno, allegados al Gobierno e incluso votantes, que todos son iguales, y estos peor, que no hacen más que robar, romper España y hacer que las cosas vayan mal, cada vez peor, sin libertades”. Entrando en detalles, “comenzaron, sin solución de continuidad a opinar sobre Venezuela, donde 'el cabrón de Sánchez no hace más que meter mierda allí'”. Lo mejor, describía Tadeus, “es lo que dijeron del ladrón de Zapatero al que Chaves regaló una mina de oro, que por cierto ahora se la vigila y cuida Maduro”. Los medios corruptos hicieron su labor, concluía Tadeus.

Así es. Se los meten por oído, boca y vena e impregnan hasta su cerebro. Estos días han acusado a Sánchez de la huida de Puigdemont, de que faltó poco para que le dejara el Falcon de sus tormentos, del que llaman “fracaso olímpico” español…   No se cortan ni un milímetro. Sueltan bulos como melones de Villaconejos o sandías Galapagos. Y se quedan tan anchos, prestos a repetir la hazaña al día siguiente y al otro y al otro. Hace falta mucho valor para decir mentiras mayúsculas y altos grados de imbecilidad para creerlas.

Todo esto con cifras récord de empleo -que siempre ponen en duda-, habiendo salido el Gobierno bastante airoso (salvo alguna cosa) del meollo catalán, sobreviviendo con cierta energía en ese mar de pirañas formado por la oposición política y mediática.

Creer en absurdos puede conducir a cometer atrocidades, decía Voltaire, y se ha demostrado sobradamente cierto. Porque, entretanto y solo ateniéndonos a España, las familias del PP nadan en la abundancia de contratos públicos. Y sobre todo en los procelosos mares de las máximas sospechas de corrupción, sin encontrar prácticamente ni críticas, ni información masiva. Ay, el novio de la novia del Ayusato, sus pisos y negocios, qué pestazo suelta todo. Las cosas marchan a pedir de boca, hasta le van -le vamos con nuestro dinero- a poner Metro a los grandes pelotazos como el Zendal y la Ciudad de la Justicia.   

Ha tenido gran difusión un artículo de El País que reunía los grandes datos de la desigualdad de Madrid. En trabajo conjunto, Ayuso y Almeida han convertido Madrid en un modelo ultraliberal a donde “llega más lujo y dinero que nunca mientras aumenta la desigualdad y se consolidan las bolsas de pobreza entre distritos”. Común a otros comunidades sin duda, se asegura que “en el nuevo Madrid la desigualdad crece más que en ningún otro lugar de España y han surgido guetos donde antes había clases medias”. Y miles de fachapobres tan contentos.

Hoteles para el turismo “caro”: “En los últimos tres años, el tipo de hoteles de más de 500 euros la noche se han multiplicado por cinco en la capital, con la Gran Vía como centro”. No son precisamente precios asequibles a todos los bolsillos.

Vivienda:  “El otro día vendí un piso en calle Lagasca a un mexicano por seis millones de euros en menos de una hora por Zoom”, declaran desde una agencia inmobiliaria “de lujo”.    

En Madrid capital, sus barrios, y algunos núcleos cercanos de la provincia no se encuentra un alquiler menor de 1.300 euros por un piso de dos habitaciones. Haría falta ganar 3.900 según el estándar para no asfixiarse económicamente. O compartir vivienda con conocidos o desconocidos. El Gobierno subió el salario mínimo, pero ni aún así. Ni los salarios medios dan.

¿Quiénes venden este modelo? ¿Quiénes lo compran? La labor de inducir a que tantas personas obren contra sus intereses está siendo verdaderamente fructífera. ¿Será que los insultos y los bulos de Ayuso y el resto del PP turban el raciocinio? ¿Y más allá en otros países? Pues todo esto va a más si no se para. ¿Se puede? Sí, con dificultad. ¿Se quiere? Eso ya….

Voltaire también vino en auxilio de las causas perdidas. Y con humor, no crean. “La vida es un naufragio, pero no debemos olvidarnos de cantar en los botes salvavidas”, dijo y con razón.

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