Se ha opinado mucho sobre el profesor Ramón Tamames y sobre su tentativa para encabezar la moción de este martes. La historia es lo suficientemente morbosa: un excomunista nonagenario convertirá la tribuna del Parlamento en un atril de despedida. Una última oportunidad para escuchar en directo al viejo profesor, que parece decidido a adaptar al Congreso de los Diputados el argumento de la película ‘El crepúsculo de los Dioses’, de Billy Wilder.
Toda una ocasión para aplicar lo que el sociólogo Charles Wright Mills denominó ‘La imaginación sociológica’, es decir, la conciencia de que hay pocas historias personales que no puedan servir para extraer conclusiones sobre la sociedad. Desde esta perspectiva algo menos apasionada que la dictada por los focos y la inmediatez de las pantallas, podemos preguntarnos qué nos dice la biografía de este protagonista sobre la evolución de nuestro país en estas últimas décadas. Y cuál puede ser uno de los significados que menos se subrayan.
Conviene, para ello, acudir a algunas fuentes ilustrativas, como el libro ‘Más que unas memorias’, publicado por este profesor en 2014, y que reúne más de ochocientas páginas de anécdotas de juventud y madurez sobre una agitada y enriquecida vida política, profesional e intelectual. Una trayectoria exitosa, pero cargada por el amargo regusto de quien estuvo tan cerca de una meta de estadista como para no poder olvidarla jamás.
En uno de sus pasajes, el autor recuerda el proceso por el cual aprobó las oposiciones a técnico comercial del Estado, lo que le convirtió en alto funcionario y le permitió ingresar en el ministerio de Comercio, entonces presidido por el opusdeísta Alberto Ullastres, uno de los primeros tecnócratas que renovaron el franquismo.
Implicado en la rebelión estudiantil de febrero de 1956 en la Universidad Complutense, donde cursaba Derecho, Tamames necesitaba obtener un certificado de buena conducta para poder matricularse en el examen. Ante el inminente vencimiento del plazo, don Ramón recurrió a su padre, el prestigioso cirujano Manuel Tamames. El ‘doctor Tamames’ era asistente personal del torero Luis Miguel Dominguín -diestro referente del régimen, amante de la actriz Ava Gardner y padre del cantante español Miguel Bosé.
El torero Dominguín hizo de efectivo puente con las autoridades locales de Falange Española, y el joven Tamames, con sus papeles en regla, obtuvo plaza de técnico comercial en 1957. Con sus magistrales apuntes configuró, además, el germen del 26 veces editado manual de Estructura Económica de España. Unos años después consiguió la cátedra de Estructura Económica en la Universidad de Málaga, superando el acoso político de la Dirección General de Seguridad, opuesta a que un miembro del Partido Comunista pudiera acceder a la cumbre de la carrera académica en nuestro país.
Tamames recuerda el discreto sueldo universitario de entonces y sus crecientes necesidades financieras, lo que le llevó a fundar con unos colegas la consultora Iberplan, en 1969. Para lanzar la entidad, sus fundadores crearon un cargo de presidente que sería ofrecido a una personalidad bien relacionada. Rechazada en primer término por Juan Sardá, el ingeniero del plan de estabilización, dicha presidencia recaló, primero, en el Conde de los Gaitanes, José Ussía y Gavalda -de familia propietaria de los terrenos de la urbanización La Moraleja de Madrid-, y después, en el presidente de la Compañía Telefónica, Antonio Barrera de Irimo, un aperturista experto en nuevas tecnologías que sería posteriormente ministro de Hacienda.
Iberplan es relevante en esta historia por dos razones. La primera, porque facturó diferentes estudios para los planes de desarrollo del franquismo, especialmente a partir de 1970: “Que hicimos algunos trabajos para la Comisaría del Plan, en nuestra nueva consultora, es totalmente cierto y, más en concreto, fue a invitación del servicio de estudios del plan”, ratifica el autor en sus memorias. Y la segunda, porque esta consultora albergaría a una serie de líderes de la oposición al franquismo que terminaron convergiendo en la denominada Platajunta. Futuros prohombres de la Transición y la democracia que, en su mayoría, habían adquirido experiencia profesional y tecnocrática en las principales instituciones del régimen. Se trataba de un exilio interior que para los más inquietos de determinadas clases sociales se hizo algo menos aciago que para los demás.
El resto de la historia ya lo conocemos: el catedrático fue durante unos años vicealcalde de Madrid, para después, en 1989, contribuir con su voto a que el Centro Democrático y Social desplazara al PSOE de la alcaldía capitalina. Por entonces había comenzado ya algunas inversiones e incursiones en el sector inmobiliario.
Esta autobiografía describe incontables hilos que conectan al prolífico economista con personajes clave de la transición democrática, de la gran empresa, pero también, del complejo salto adelante que inició España en 1959 con su apertura al exterior. Un país en un desequilibrado proceso de reconstrucción que hizo del elemento burocrático, es decir, del conjunto de cuerpos de abogados del Estado, técnicos comerciales, catedráticos, diplomáticos y otros notables públicos con múltiples conexiones el verdadero núcleo de su clase dominante.
No es extraña ni inverosímil, por todo lo anterior, la hasta ahora última decisión de Tamames. Dista de ser una conversión político-religiosa y remite más bien a un movimiento reflejo: un miembro díscolo y alternativo de la élite tecnocrática que reclama su parcela de quizá merecida atención para ajustar cuentas con un país adicto a las encrucijadas. La lección de Tamames tiene mucho de desquite, de despedida y de señero homenaje a una larga trayectoria en parte incomprendida.
Pero en esta clase magistral subyace una razón que muchos como él y otros más jóvenes comparten y que pesa sobre el resto de las generaciones: que nuestra democracia está permanentemente obligada a agradecer su existencia a una serie de decisiones adoptadas en el pasado. Que nuestro régimen de libertades, aun incompletas, tiene una deuda insalvable con un desequilibrado desarrollo capitalista que paradójicamente nos mantiene en una precariedad y en un recurrente estado de inseguridad. Y que cualquier anhelo de crítica o cuestionamiento frontal a este largo y complejo proceso de cambios y decisiones con no pocos aciertos refleja una actitud de ignorante subversión, propia del adolescente que no está aún preparado ni documentado para participar en un debate público. El profesor ha regresado para recordárnoslo por última vez. No lo olvidemos.
La moción es, en sí misma, la manifestación de una censura autoinfligida, la de la ciudadanía española, que contribuye pasivamente a solidificar la legitimidad de un sentido común que tiene unos orígenes que hemos renunciado ya a recordar. Un conjunto de disposiciones aparentemente coherentes que nos sugieren que no hay alternativa para abrir otros caminos, más allá de pequeños senderos puntuales -precisamente los abiertos por este ejecutivo, el candidato a ser censurado-, y que, además, podrían ser reorientados en un futuro.
Tamames imparte su última lección ante un auditorio divertido por la supuesta farsa que va a protagonizar, pero que permanece inconsciente de ser presa de una mascarada teatral aún más patética: la que se ha socializado en un relato desmemoriado que durante más de medio siglo ha dejado ciega la imaginación política. Atendamos mientras el profesor se despide: es posible que aprendamos algo.