La Europa política sigue con gran atención los acontecimientos catalanes. Sin inmiscuirse -la intervención a favor de la posición del Gobierno español del presidente del Parlamento Europeo, el berlusconista Tajani, es una excepción-, insistiendo en que la crisis es un asunto interno de España y también en que si Catalunya se independiza tendrá que pedir el ingreso en la UE. Los independentistas no han obtenido apoyos en la Europa oficial. Pero se siguen de cerca sus movimientos. Como también los de Rajoy. Y la Diada de este lunes ha tenido un gran eco en los medios europeos, que la han valorado unánimemente como un gran éxito. Porque el asunto preocupa. Y puede preocupar mucho más en un futuro.
Fundamentalmente por un motivo. El de que hasta ahora, y durante mucho tiempo, España ha sido uno de los países políticamente más estables de la UE. No ha dado sustos como el de Francia, que durante largos meses amenazó con entregar el poder a la ultraderecha que reniega de la Unión. U Holanda o Austria, que hasta hace poco se han movido por terrenos similares y aún no han resuelto del todo sus contenciosos al respecto. O como Italia, en donde el Movimiento Cinco Estrellas, que en 2018 podría convertirse en el primer partido del país, o los secesionistas de la Liga Norte y la formación de Silvio Berlusconi cuestionan abiertamente la pertenencia del país a la UE y/o al euro y hasta el partido gobernante de centro-derecha se enfrenta directamente a Bruselas. Por no hablar de Grecia o de buena parte de los socios del Este. O de la Gran Bretaña del Brexit y del pre-Brexit que duró unos cuantos años.
La estabilidad española ha aumentado su peso político específico en la UE. Y Angela Merkel, la gran referencia de poder en la escena europea lo ha confirmado todas las veces que ha hecho falta. Siempre que se le ha pedido ha dado su apoyo a Rajoy. Porque necesitaba un socio seguro y que no pusiera pega alguna para imponer sus políticas. Y el presidente español ha cumplido fielmente esa tarea. En los últimos cinco años el Gobierno de Madrid no ha expresado ni la mínima duda sobre las decisiones alemanas en la escena europea. A cambio de eso se ha sentido muy protegido.
La crisis catalana puede romper ese idilio. Porque más allá de cualquier pronóstico sobre por dónde pueda salir, lo que está claro es que va a continuar con su intensidad actual y no se puede descartar que se agrave ulteriormente. Y visto desde fuera, es decir, desde Europa, un país que tiene que lidiar con los enormes problemas, hoy sólo políticos pero más adelante puede que también económicos, que se derivan de la rebelión de una parte muy importante de los catalanes es un país en crisis. Es decir, un país que ha dejado de ser estable y con el que la posibilidad de cualquier entendimiento habrá de ser meditada con mucho cuidado, estudiando los pros y los contras.
Y eso tiene que preocupar bastante a los líderes -fundamentalmente a la alemana Merkel y el francés Macron- que pretenden sacar a la UE del marasmo en el que había caído en los últimos años. Por culpa del Brexit, de la crisis de los refugiados, del alejamiento, si no enfrentamiento, con los Estados Unidos de Donald Trump, por las tensiones con Rusia y por la disidencia abierta de Hungría y Polonia con unos cuantos principios fundacionales de la UE.
En las últimas semanas Angela Merkel ha hablado muy poco de Europa. Porque está metida de lleno en la campaña electoral alemana, que según todos los sondeos le llevará de nuevo a presidir el gobierno el 24 de septiembre. También Emmanuel Macron está dedicado únicamente a la escena interna, a sacar adelante las reformas, en primer lugar la laboral, que prometió para conquistar la presidencia. Y a demostrar con hechos que su formidable éxito de la primavera pasada no era un espejismo.
Pero enderezar la situación europea sigue siendo una gran prioridad para ambos dirigentes. Y todo indica que la abordarán lo antes que puedan. Cómo asumir y articular el Brexit -que será un duro golpe para la UE digan lo que digan los optimistas oficiales- será el primer reto. Pero también tendrán que reorientar la política europea, particularmente en materia de defensa, como consecuencia del alejamiento de Washington y justo cuando Moscú amenaza en las fronteras de la Unión: algunos países bálticos temen lo peor. Y avanzar en el terreno de la unidad y de la coordinación. Entre otras cosas.
España tendrá serias dificultades para seguirles en ese esfuerzo, aún desconocido en sus detalles pero que inevitablemente implicará grandes cambios y tensiones, si no rupturas abiertas. Desde hace muchos meses en nuestro país no hay política creativa, destinada a hacer frente a los muchos problemas que nos acucian, desde el futuro de las pensiones a la desigualdad y la pobreza que afecta a millones, pasando por la revisión del modelo autonómico.
Esa inactividad no es solo culpa de la crisis catalana, que hasta hace poco no ha saltado al primer plano, sino también del desbarajuste político que nos dejó casi un año sin gobierno y luego de la debilidad de Rajoy que le ha llevado a dedicarse en primer y casi único lugar a su propia supervivencia. Pero está bastante claro que, a partir de ahora la cuestión catalana mandará sobre casi todo lo demás, si es que no provoca un adelanto electoral, como parecen sugerir las advertencias del PNV.
Por esos motivos, España estará prácticamente ausente del panorama europeo. Merkel y Macron no podrán contar mucho con ella para sus planes. Eso sería un problema para ellos, a la vista de la escasa disponibilidad, si no la animadversión, de buena parte del resto de sus socios. Pero, con todo, no dramático. Lo que sería mucho más grave para la UE, y es probable que ninguna cancillería descarte esta hipótesis, es que lo de Catalunya termine como el rosario de la aurora.