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Son las nueve de la mañana y ya hay una larga cola en un colegio electoral de Ciudad Lineal. El primer indicio de que ocurre algo extraño lo encuentro cuando un treintañero me pregunta para qué medio trabajo. Se lo digo. “Ay, a mí es que ese panfleto de rojos me da muchísimo asco”, me replica con una sonrisa de disculpa. Le pregunto a quién va a votar. “A VOX. En el fondo yo soy franquista y hasta un poquito hitleriano si me apuras, pero no suelo decirlo por el marco cognitivo exitosamente impuesto por la izquierda según el cual el racismo, la xenofobia y, en general, el odio a las minorías está socialmente estigmatizado”.
En el vestíbulo del colegio electoral me encuentro con un apoderado del PSOE. Está repantingado en una silla, bosteza y tiene unas marcadas ojeras. “Es que no suelo madrugar tanto”. Le pregunto por sus motivaciones para estar ahí. “Desde pequeño siento una profunda aversión a trabajar, y un tío mío, del PSOE de toda la vida, me animó a sumarme a la familia socialista. Estoy ahora de director de comunicación en un chiringuito municipal de Alcalá de Henares. Cobro 3000 euros al mes por poner un tuit a la semana, generalmente un gif”.
Mientras hablamos, un grupo de jóvenes con rastas empieza a discutir a gritos con un apoderado de VOX. Capto al vuelo “Stalin”, “Antonio Maestre” y “Paracuellos”. Cuando la trifulca se disipa, les pregunto qué ha pasado. “Es que tenemos 19 años y, careciendo de recursos económicos que nos permitan buscar pasatiempos capitalistas tales como el esquí o la compra compulsiva, sublimamos el natural desajuste hormonal, común a todos los mamíferos en esta fase del desarrollo, a través de la exaltación ideológica”.
En los platós de todas las cadenas, los contertulios debaten sus pronósticos y los posibles escenarios poselectorales. Me pongo los auriculares para escuchar a uno de ellos: “Yo la verdad es que no tengo ni idea de quién va a ganar, pero por esta colaboración me saco 300 euros, y quieras que no, entre esto, lo de Susana Griso y alguna vez que me llaman del Hora 25, me acabo montando un sueldo”.
Me traslado a un colegio electoral de Pozuelo de Alarcón donde me topo con una pareja de monjas. Los fotógrafos las acribillan como si fuesen las hermanas Olsen. Me acerco a una de ellas y le pregunto por su voto. “He estado dudando entre VOX y PP, pero me he acabado inclinando por VOX porque creo que tendrán más mano dura con los maricas”. Intento que desarrolle su respuesta, pero tiene que irse a rezar.
En la cola, un grupo de mujeres de unos cincuenta años se ríe a carcajadas con sus sobres en la mano. En cuanto me aproximo, dejan de reír y me escrutan con recelo. Oigo un ladrido y descubro que una de ellas lleva un perro dentro del bolso. “¿De qué medio eres?” Se lo digo. No lo conocen. “Nosotras siempre hemos votado al PP. A mí me da igual lo que digan de ellos. ¿Que roban?, pues que roben. ¿Tú no robarías si pudieras?” Las otras asienten, muy serias. Hasta el perro, pauloviano perdido, asiente dentro del Marc Jacobs.
La fascitis plantar me está matando. Decido marcharme a casa para meter los pies en el bidé. El reportaje me ha quedado un poco corto y no tengo final, así que me invento una declaración. No creo que nadie vaya a comprobarlo. Opto por un hombre de sesenta años, que me dice: “Yo nací en Madrid, igual que mis padres y mis abuelos. Sinceramente, lo que pase fuera de Madrid aquí nos la bufa. Siempre nos la ha bufado y siempre nos la bufará”.
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