Antes de emprender su cruzada por España, Rocío Monasterio tenía su particular cruzada contra las paredes. Su misión: la reforma de lofts, término anglocuqui para definir los espacios diáfanos cuya realista traducción es “desván”.
Como (a pesar de lo que diga Ayuso) Madrid es un pañuelo, entre los clientes de Monasterio se encontraba Arturo Valls. El conocido presentador, por supuesto, desconocía que su arquitecta carecía de título y de licencia. La vida no es un programa de Discovery Max, y uno no contrata un detective antes de encargar una reforma.
Pero la liebre acabó saltando y, en mayo, la Fiscalía de Madrid presentó una querella contra Rocío Monasterio. Se la acusaba de falsedad documental por haber pegado una fotocopia del sello del Colegio de Aparejadores de Madrid en un documento, una práctica que en las facultades de Bellas Artes se llama un collage y, en las guarderías, ejercicio de motricidad fina.
El lunes, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid desestimó la querella. ¿El motivo? Que la falsificación era muy “burda y perceptible a simple vista”. En palabras de Magritte: “Ceci n'est pas une pipe”. Es decir, que el sello no era un sello, sino una fotocopia de un sello. Y eso no es delito. La culpa de todo este embrollo es, por tanto, de Arturo Valls. Y espero sinceramente que responda ante la justicia. ¿Acaso no detendríamos a quien intentase encender la pipa de Magritte?
El presentador de Mask Singer debería ser inmediatamente imputado. El delito, si atendemos a las palabras del TSJM, es obvio: “ausencia de criterio en el análisis gráfico”. Sé que no está tipificado en el código penal, pero los tiempos cambian y los delincuentes evolucionan. Se ha reformado la ley por menos.
Que una persona a la que se supone formada no sea capaz de diferenciar un sello correctamente estampado (con sus grumitos de tinta y sus variaciones de trazo en función de la presión) de una burda fotocopia es algo que nuestra democracia simplemente no puede permitirse.
No podemos evitar que haya gente como Rocío Monasterio, apasionados de las artes que, incapaces de refrenar su impulso creador, se lancen al collage. Pero sí podemos evitar que personas como Arturo Valls sigan campando a sus anchas, aprobando presupuestos sin el necesario escrutinio del apartado gráfico. Que se haga justicia, caiga quien caiga.