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La DANA somos nosotros

Fotografía de archivo (30/10/2024), de vehículos amontonados en la localidad valenciana de Picaña, a causa de la devastadora dana del pasado 29 de octubre. EFE/Biel Aliño/Archivo
10 de noviembre de 2024 21:45 h

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Nos encantan las metáforas basadas en fenómenos naturales, especialmente meteorológicos, y se las aplicamos a cualquier suceso político, económico o cultural. Ya sea un resultado electoral, una crisis financiera, el aumento del paro, la llegada de inmigrantes, una victoria deportiva o el último éxito musical, siempre echamos mano del repertorio de la naturaleza más impetuosa: huracán, tormenta, tsunami, terremoto, marea… 

Supongo que se debe a que seguimos siendo unos insignificantes humanos que miran con asombro y espanto la cólera de la naturaleza, equiparada a una divinidad terrible y caprichosa, y es nuestra unidad de medida para todo suceso extraordinario. Lo cierto es que el uso y abuso de esas metáforas contribuye a naturalizar acontecimientos que no son nada naturales, invisibilizar a sus responsables, y extender el fatalismo y la resignación: quién puede resistirse a una crisis económica o a un triunfo arrollador en las urnas, cuando son narrados como ciclones, olas o seísmos.

Si sucesos de origen humano son vistos como fenómenos naturales, qué vamos a pensar de un fenómeno que en origen nos parece indudablemente natural, sin necesidad de metáforas: una DANA como la que arrasó Valencia. Agua llegada del cielo, sin sentido figurado: nubes que se forman en el mar, que el viento desplaza, que el choque de temperaturas revoluciona, que desaguan sobre la tierra, que acrecientan ríos. Todo es pura naturaleza, quién lo va a dudar. Podemos culpar a Mazón, pero en el fondo asumimos que la destrucción la causó la DANA, es decir, la naturaleza.

Y sin embargo, la DANA somos nosotros. También somos nosotros. Parafraseo el título del genial cómic de Dario Adanti sobre la crisis climática, “El meteorito somos nosotros”. Lo mismo dijo el secretario de la ONU, Antonio Guterres, hace unos meses: si hablamos del deterioro del planeta, esta vez “no somos los dinosaurios sino el meteorito”. Y lo mismo podemos decir de la DANA: somos nosotros.

Lo somos en primer lugar por el mismo motivo que dicen Adanti y Guterres: porque el cambio climático somos nosotros, y la violencia de esta DANA, y de otras que pueden venir, está vinculada al calentamiento anómalo del Mediterráneo, y a otros agentes climáticos que aumentan la frecuencia y la intensidad de este tipo de fenómenos.

Como habrá quien lo cuestione (y no solo los negacionistas oficiales), quien recuerde que toda la vida ha habido “gota fría” en el Levante, y hasta quien pese al cambio climático siga considerando la DANA un fenómeno de la naturaleza, solo intensificado por la acción humana pero de la naturaleza al fin y al cabo, insistamos en la idea: la DANA somos nosotros porque la devastación de tantos pueblos no la causó la lluvia sola, ni el agua desbordada de los barrancos, sino el descuido político que ha permitido urbanizar masivamente terrenos inundables, que todavía hoy lo permite, y que no toma las medidas necesarias para amenazas que se advierten desde hace años.

De la misma forma que la DANA sola no mata más de doscientas personas sin la colaboración de unos gobernantes negligentes que no avisan a tiempo a la población, tampoco es la DANA sola la autora de la destrucción de tantas viviendas, empresas, infraestructuras y vehículos: sin la esforzada ayuda de sucesivos gobiernos municipales, autonómicos y centrales, planificadores urbanos y constructores, no lo habría conseguido por muy DANA que fuera. Es como los terremotos: idéntica intensidad sísmica no causa la misma muerte y destrucción en Japón que en Haití, pues cada país ofrece muy diferente resistencia. Lo mismo nuestra terrible DANA, a la que dejamos ríos y barrancos sin escapatoria para que los desbordase, y le pusimos por delante muchas viviendas y polígonos para que los destrozase.

Si algún efecto positivo (por decir algo) tiene la catástrofe valenciana, es que de pronto todas las administraciones se pongan a revisar sus territorios en las zonas más sensibles, más expuestas a inundaciones. Que se abandonen intentos de urbanizar suelo inundable, como Tablada en Sevilla; se cuestionen proyectos como la ampliación del aeropuerto del Prat, por los mismos motivos, o reflexionen quienes hasta ayer pretendían relajar las restricciones en zonas de riesgo. Ojalá sirva para acelerar las medidas necesarias, replantear el modelo urbanístico, desautorizar del todo a los negacionistas y dejar de votar a gobernantes cuya negligencia siempre asoma en las catástrofes.

Porque la DANA somos nosotros, sí, pero unos más que otros.

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