Ni como espectáculo funciona ya el sistema político español. Y era lo menos que podíamos pedirle a estas alturas para justificar su continuidad agónica: que al menos entretenga, ya que no sirve para otra cosa. Pero nada: el debate sobre el estado de la nación, que otros años al menos daba para unas risas y abucheos, este año ha sido un coñazo.
No extraña que haya sido uno de los debates con menos audiencia televisiva. La tradicional desbandada de diputados al terminar el duelo Rajoy-Rubalcaba ya se había producido mucho antes en los salones domésticos y bares, cuando la mayoría cambió de canal o regresó a sus tareas. En realidad la deserción viene ya de lejos: hace ya tiempo que los espectadores nos hemos marchado del teatro, aburridos, fastidiados, cabreados, exigiendo en taquilla que nos devuelvan el dinero.
La desbandada ciudadana recuerda a la que ocurre en los encuentros deportivos cuando llegan los llamados “minutos de la basura”: cuando el partido está más que decidido por un marcador abultado pero todavía quedan por jugarse demasiados minutos. La gente se larga, y los jugadores acaban el partido con la grada vacía.
Algo así viene ocurriéndonos desde hace meses: vivimos bajo el “síndrome de los minutos de la basura”. Estamos convencidos de que esto se acaba, pero el pitido final no termina de llegar, y mientras tanto siguen pasándose la pelota unos a otros. Nos hemos acostumbrado a escuchar a diario expresiones como “fin de régimen”, “crisis de sistema”, “hundimiento”, “fin de ciclo”. Nosotros mismos las pronunciamos, a veces con exceso de optimismo, y nos va ganando la impaciencia al ver que el juego continúa, y la inquietud de no saber qué viene después. Ya saben, eso de lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que está por nacer.
Minutos de la basura son los del sistema político de la Transición, que no da más de sí, y para el que algunos proponen otra transición para salvar los muebles. Minutos de la basura son los del bipartidismo, representado en el insustancial cara a cara Rajoy-Rubalcaba. Minutos de la basura los del propio Rubalcaba, que en el debate volvió a demostrarse un lastre para su partido, contribuyendo a que los suyos parezcan los minutos de la basura del propio PSOE.
Minutos de la basura también del rey, cada vez más ortopédico, y que va camino de arrastrarse penosamente como el Papa Wojtyla antes que ceder el trono, porque sabe que los suyos pueden ser los minutos de la basura de la monarquía.
Minutos de la basura de España, calculan muchos en Cataluña, que empiezan a marcharse al vestuario porque no quieren seguir jugando este encuentro. Los hay también que ven a Europa alargar sus minutos de la basura desde el comienzo de la crisis del euro. Mientras que otros, en exceso optimistas, avisan de que estamos en los minutos de la basura del capitalismo.
Y en otros ámbitos, no lo olvidemos, hay también quien descuenta minutos de la basura: del Estado del Bienestar, de los servicios públicos, de los derechos sociales, y se frotan las manos esperando a que nos cansemos de correr tras la pelota, concluya la pachanga y empiece el partido de verdad, con reglas nuevas.
En los minutos de la basura el público se levanta antes de tiempo y se marcha, sin esperar a que concluya el encuentro. En esta España en descomposición, somos muchos los que queremos abandonar la grada, hartos de ver un partido amañado, con el árbitro comprado, los jugadores conchabados y el resultado decidido de antemano. Hartos también de ser espectadores, de tener el culo plano por tantos años sentados, por una democracia que nos confinó a la grada, a mirar y aplaudir.
Mientras los viejos jugadores, agotados y desganados, siguen disputando los minutos de la basura, muchos dejaremos el estadio y saldremos a la calle: a tomar la calle, claro. Por ejemplo mañana: a empujar la marea para que no nos añadan más tiempo de descuento.