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El debate que ya existió

12 de agosto de 2020 21:41 h

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“La única barrera ante el fanatismo es vivir en una sociedad plural en las que los contrapesos institucionales de otras doctrinas y otros poderes nos impidan ir hasta el final de los nuestros propios”

J.F. Revel

No me cuesta nada confesar que lo manual no es lo mío. Dejé las ciencias puras por mi indudable incapacidad para el dibujo técnico, con el que lidié con mil argucias que no descartaban arrojar el tiralíneas contra la madera del suelo, cuando la rabia por un “chino” me sacudía. De fondo de mis zozobras tenía casi siempre los debates parlamentarios que transmitía TVE. Me interesaban. Esas personas debatían de forma profunda y respetuosa sobre mi futuro y el de todos. Al lado de aquella actividad, los debates actuales parecen en muchos casos grotescos y, como poco, fútiles. Paradójicamente son algunos de los protagonistas de esta ceremonia confusa, que remeda a veces más que encarna la esencia del parlamentarismo, los que quieren convencer a los desmemoriados, a los ingenuos y a los recién llegados de que aquello no tuvo ninguna validez y de que una enmienda a la totalidad es la mayor modernidad que podemos proponernos. 

Mas allá de la interpretación que se haga de ello, el debate sobre la forma de Gobierno se produjo entonces en toda su amplitud. Todos los argumentos que hoy se puedan exhibir y que se están produciendo en los diversos partidos y medios, ya fueron pronunciados en aquella ocasión. No hay ni uno nuevo. Pueden leer las actas, están en la web. El hecho de que descubramos que la persona que ha ostentado la jefatura del Estado durante 39 años haya llevado a cabo acciones reprobables y, eventualmente y a falta de contraste jurisdiccional delictivas, no creo que rompa o anule las manifestaciones y compromisos que allí se hicieron.   

Hacía mucho calor en las Cortes el 11 de mayo de 1978. Cuanto más arriba se situaban los diputados, más temperatura, o al menos así lo dejó plasmado el presidente. Con esto constato la fidelidad de las actas. En el caluroso agosto de la nueva normalidad, se extrañan algunos de que Pedro Sánchez afirme aceptar el pacto Constitucional “con todas las consecuencias”, “sin trocearlo” y, por ende, la monarquía parlamentaria como forma del Estado. No sé si todos han estudiado o alcanzan a recordar que en las cortes constituyentes el único “voto particular republicano” fue defendido hasta la votación en pleno por el PSOE y el PSUC. Ese voto republicano incluía todos los argumentos que cualquiera de nosotros pueda poner sobre la mesa y aún subía la apuesta. Fue respondido, contra argumentado, e incluso ampliado en su fundamentación por los soberanistas. Al final de su defensa, Gómez-Llorente en representación del PSOE, afirmó: “Finalmente, señores y señoras diputados, una afirmación que es un serio compromiso. Nosotros aceptaremos como válido lo que resulte en este punto del Parlamento constituyente. No vamos a cuestionar el compromiso con la Constitución por eso. Acatamos democráticamente lo que la ley de la mayoría depare. Si democráticamente se establece la monarquía, en tanto sea constitucional, nos consideramos comprometidos con ella”. Y bajo esa premisa perdieron una votación que habían precisamente forzado, llevando hasta el último momento su planteamiento republicano. Martín-Tovar lo recalcó así en aquella misma sesión: “El voto particular republicano de los socialistas tendría entre otras cosas esa necesaria justificación, es decir, que el Rey pueda ganar su nuevo poder estatal, su papel constitucional, gracias a una votación”. Y así fue, la votación la ganó. Huelga decir que los socialistas aprovecharon también para afianzar su tirón con el electorado de tendencia republicana, toda vez que el Partido Comunista de España ya había aceptado en su Comité Central, una semana después de su legalización, tanto la bandera rojigualda como la monarquía parlamentaria como forma del Estado. Son muy interesantes también las negociaciones que a este respecto llevó a cabo el propio Juan Carlos I ,a través de Prado y Colón de Carvajal y de Ceaucescu, con el propio Carrillo. 

¿Cuándo caducan los compromisos? España es un país en perpetua revisión de los grandes principios, quizá para evitar así ocuparse de los detalles que importan, como el de hacerlos viables y comprometerse con la mejora y vigilancia de su día a día. 

Me van a decir que las circunstancias políticas y sociales de aquel momento marcaron el debate. Cierto. También lo dejó claro Solé Tura: “hoy lo que divide a los ciudadanos no es la línea que separa monarquía y república sino la que separa a partidarios de la democracia y enemigos de la democracia”. Somos nosotros y nuestras circunstancias. Las actuales son otras pero tampoco totalmente neutras: una grave crisis abatiéndose sobre la economía mundial, un problema de salud pública aún no resuelto, el crecimiento de la ultraderecha en Europa y la deriva hacia las democracias iliberales en el continente. ¿Es el momento ahora de derribar el pacto constitucional? Mi respuesta a los que proponen ahora, sin consecuencias, un nuevo debate constituyente -como Teresa Rodríguez o Miguel Urbán- es decirles que hablar no cuesta nada y que es absurdo e irresponsable pensar que en las circunstancias actuales éste sería no sólo posible, sino más libre o provechoso. El propio Iglesias dijo taxativamente hace ocho meses que “la monarquía no está en crisis”. Me hartan mucho los que quieren inventar el chocolate simplemente porque llegaron tarde al reparto de las onzas. 

El 11 de mayo de 1978 a las ocho y cinco de una calurosa tarde-noche, el debate entre monarquía y república quedó zanjado por el voto democrático de los representantes del pueblo español. Cierto es que no sabían que algunos no nacerían hasta cinco meses más tarde. Reactivarlo ahora sólo tiene el mérito de buscar una diferenciación electoral con los socialistas, como de hecho estos hicieron entonces a la inversa, aún a expensas de tensiones en la coalición. Es un debate, además, para entretenernos puesto que no es factible ni viable llevar a cabo en estos momentos tal revisión. 

Aquí lo importante se va a diluir, como en casi todo. Los delitos los cometen las personas y no las instituciones. Chirac fue condenado a dos años de prisión pero no lo fue la V República. La legitimidad de Felipe VI no viene de su padre sino del artículo 57 de la Constitución. Los valores republicanos están recogidos en la actual Constitución de una forma avanzada y el empeño ahora debe ser preservarlos y hacerlos cumplir, frente a las hordas totalitarias que avanzan. 

Aquí lo importante es ver cómo responde el sistema de Justicia al embate, respetando el principio de igualdad ante la Ley, lo que supone no hacer de mejor condición al ex jefe del Estado pero tampoco de peor. Aquí lo relevante es ver si la transparencia de fachada que se ha introducido en la Casa Real se puede convertir por ley en una obligatoriedad de aportación de los datos financieros y de una supervisión democrática de los mismos. Una especie de Estatuto del Monarca, que adecúe aún más la institución a los principios de transparencia y de control. 

Es chocante la prisa que nos damos siempre en este país para perder el tiempo. Ahora lo estamos haciendo de nuevo con este debate que ya se produjo. Soy republicana porque intelectual y racionalmente nadie puede ser monárquico en sentido estricto, pero sobre todo demócrata y entiendo que mis representantes -aunque yo no votaba aún- sometieron a voto esta cuestión que iba implícita también en el referéndum posterior sobre la Constitución, que tampoco pude votar, pero que me vincula igualmente. 

“Me considero demócrata antes que republicano y me inclino pues ante la voluntad popular” concluyó Heribert Barrera de ERC en aquella cálida tarde de mayo. 

Lo moderno y lo joven, lo contestatario, debe reposar en algo más que en la ignorancia.