Decepción

Reconozco que duele. La decepción duele, la frustración duele, la desilusión, el hartazgo. Y duele la desesperanza y el cansancio; y duele volver a animarse y esforzarse por seguir considerando que el domingo hemos ganado una batalla muy importante en Grecia, que nosotras también hemos ganado. Duele que un Gobierno como el griego, recién nombrado y preparado para un combate titánico contra la troika y en definitiva contra el neoliberalismo; nombrado en realidad para cambiar las cosas en profundidad, para cambiar Europa, se presente sin una sola mujer ministra.

Duele que nos hayamos alegrado tanto, que hayamos vibrado con la victoria de Syriza, para ahora darnos cuenta de que quizá esa victoria no sea tan nuestra como pensábamos. Porque ya sabíamos que el Gobierno griego no iba a ser paritario, pero la realidad es que Tsipras no ha considerado necesario hacer ni un solo gesto (porque todo lo que no sea paridad no son más que gestos) a la democracia real, a la igualdad entre mujeres y hombres.

Un Gobierno sin mujeres ya no es de recibo. Un Gobierno 100% hombres a estas alturas llama demasiado la atención, nace viejo, chirría, suenan las alarmas, huele mal, se ve mal, y no dice mucho de la capacidad de Alexis Tsipras para cambiar las cosas radicalmente. Muchos hombres, muchos compañeros de lucha, siguen sin entenderlo del todo. ¿Por qué paridad obligatoria? Por esto mismo que acaba de pasar en Grecia.

Porque sin una norma que les obligue a vernos, los hombres con poder simplemente no nos ven o, quizá, se pueden permitir el gesto de no vernos. ¿No hay mujeres en Grecia capacitadas para ocupar un ministerio? ¿Ninguna? No vernos, o fingir que no nos ven, resulta muy cómodo para no tener que compartir el poder, los recursos, la riqueza; para no tener que darnos la mitad de todo. Porque nombrar mujeres para un Gobierno significa que algunos hombres quedarán fuera; y el poder y los privilegios cuesta compartirlos cuando se poseen por nacimiento y cuando resulta tan fácil ignorar que se está excluyendo a la mitad de la población.

Para las mujeres es fundamental un Gobierno capaz de desactivar estas políticas que nos han hecho sufrir especialmente. Pero ¿se pueden desactivar las políticas neoliberales en lo que han afectado especialmente a las mujeres sin una sola mujer en el Gobierno? Podría ser que sí, pero es dudoso que aquellos que han decidido ignorar la dimensión simbólica (y real) de la presencia de mujeres con poder en el Gobierno den alguna importancia a la igualdad de género. Por supuesto que no basta con poner mujeres, que tienen que ser mujeres feministas para que las políticas que se hagan estén destinadas a combatir esta desigualdad invisible.

Pero, aun cuando no sean feministas, para que haya democracia real tiene que haber mujeres en los puestos de poder, porque la sociedad está compuesta por hombres y mujeres y porque las mujeres están en la política, están en las fábricas, en el campo, en los mercados, en las universidades, en los hospitales, en las escuelas, en los sindicatos, en las asociaciones, en la judicatura, en los movimientos sociales, en las administraciones, en todas partes. Y porque, además, en estos años también han estado en las calles, en las huelgas, han desafiado al poder, han marchado sobre el Parlamento, han militado, han luchado. Somos la mitad de todo.

Es posible que el Gobierno de Tsipras derrote a la troika, ojalá. Es posible que los griegos recuperen su dignidad y la capacidad de decisión sobre sus vidas; es posible que desde Grecia se expanda una ola que acabe con este ciclo infecto de neoliberalismo. Pero si eso nos deja fuera a las mujeres, para nosotras no habrá valido la pena, aunque suene duro. Porque el neoliberalismo oprime a la gente, destroza las vidas y produce dolor y sufrimiento pero la desigualdad de género, también, aunque en este caso sea solo a la mitad de la gente y esto resulte mucho más difícil de ver.

Nosotras nos tenemos que enfrentar a ambos monstruos con el mismo tesón y no siempre quienes luchan a nuestro lado contra el capitalismo feroz son nuestros aliados en la otra lucha. Esto hemos tenido mucho tiempo y muchas experiencias históricas para aprenderlo. Un Gobierno europeo sin mujeres, a estas alturas, nace antiguo, nace triste y nace injusto. Nace decepcionante; nace lastrado para luchar contra la desigualdad.