En Europa hemos dado por buena la fábula del desorden moral como explicación a la crisis, y en base a esta fábula estamos errando el camino de salida. Vemos la raíz del problema en que algunos países han pretendido vivir por encima de sus posibilidades mientras otros, en cambio, han seguido el aburrido pero recto camino de la responsabilidad y el orden. Ahora los primeros necesitan el socorro de los segundos, quienes no acaban de comprender por qué tendrían que venir en auxilio de aquéllos (al fin y al cabo los que han hecho las cosas bien obtienen el fruto de su esfuerzo, y los que las han hecho mal deberían atenerse a las consecuencias). Esta fábula admite el comportamiento rapaz del sector financiero, pero en todo caso establece una moraleja basada en el prejuicio de las tópicas idiosincrasias nacionales. Ya saben, eso de que unos están de fiesta mientras otros trabajan a destajo…
Esta fábula es a todas luces insuficiente para explicar las dimensiones históricas de la actual crisis económica, pero es que además tiene el peligro de abrir un foso entre la ortodoxia de la Europa prestamista y la debilidad de la Europa prestataria. Detrás de este cuento está la historia de una zona Euro cuyo diseño es incompleto y por lo tanto ineficiente, la historia de una Europa compuesta por Estados temerosos de todo lo que signifique ceder soberanía nacional.
Alemania, Francia, Italia y España representan más de las tres cuartas partes del PIB de la zona euro, pero entre ellas hay un desequilibrio de proporciones descomunales. Si ordenamos de manera decreciente el superávit por cuenta corriente de todas las economías del mundo, Alemania ocupa el puesto 3, Italia el 213, España el 215 y Francia el 218 (datos de 2011 sobre un total de 222 países). La representación gráfica del saldo corriente de estas economías nos da una pista del problema: en gran medida, el superávit corriente de Alemania es el déficit corriente de Francia, Italia y España.
Una economía con déficit corriente es una economía que importa más de lo que exporta, y que por lo tanto tiene que financiar la diferencia con préstamos (en el caso de España, la factura anual llegó a representar el 10% del PIB en 2008). Al contrario, una economía que exporta más de lo que importa dispone de un excedente para financiar la inversión en otros países. Así es: el sobreendeudamiento privado en España se financió con dinero proveniente del mercado interbancario europeo. Cuando el sector financiero español demandaba dinero hasta el infinito y más allá para colocar préstamos a empresas, hogares y administraciones nadie en el mercado interbancario europeo hizo preguntas. O se hizo las mismas que los anónimos directores de sucursales bancarias colocando participaciones preferentes a particulares que en realidad buscaban un producto de ahorro de bajo riesgo. El dinero lo prestamos como corderos y lo exigimos como lobos, en España y en Alemania.
La dificultad para corregir esta asimetría entre la Europa prestataria y la Europa prestamista no está en ninguna conspiración. Eso tendría mejor arreglo. El problema es que la zona Euro no se rige por principios federales, como en el caso de los Estados Unidos de América, lo que significa que los déficits exteriores de los Estados miembros no se pueden corregir por medio de transferencias de rentas (hablar de mutualizar deudas es mentar la bicha en Alemania, como lo sería en España si estuviéramos en su lugar). Como además compartimos la misma moneda, el problema tampoco se puede corregir utilizando los tipos de cambio. Así que la única manera para ajustar el desequilibrio consiste en que Francia, Italia y España mejoren su competitividad con respecto a Alemania, lo que pasa por una reducción de costes y márgenes de beneficio. En la práctica, sin embargo, el peso de la industria en Francia, Italia y España es cada vez menor y por lo tanto las mejoras de competitividad en estos países pueden ser insuficientes para corregir el desequilibrio del comercio exterior (de hecho el ajuste se está realizando fundamentalmente por la reducción de importaciones, no tanto por el incremento de exportaciones). Así las cosas, la única manera de ajustar el déficit comercial consiste en que la renta del consumidor en Francia, Italia y España se reduzca… En esto último estamos empeñados, con ahínco.
El retorno a la peseta tampoco sería una solución a nuestro déficit exterior. Es cierto que una política de cambio adecuada haría más baratas nuestras exportaciones sin necesidad de mejorar nuestra productividad y que esto podría resolver el ajuste de manera relativamente rápida. Sin embargo es muy cuestionable que esto sea una solución a medio y largo plazo. Al mismo tiempo que se abaratarían nuestras exportaciones también se encarecerían las importaciones, entre otras la energía y la tecnología de las que somos dependientes. Pero por encima de todo, nuestras deudas están nominadas en euros así que la vuelta a la peseta multiplicaría nuestras deudas en la misma proporción que ésta se devaluase con respecto al euro… si ahora es difícil saldar nuestra deuda, entonces sería literalmente imposible. ¿Quién se fiaría de un país que, además de hacer saltar en añicos el proyecto político de la Unión Europa, no devuelve lo que ha pedido prestado?
Alemania no tiene interés en dejar caer el euro pero quiere salvar la moneda única imponiendo tres condiciones: que el coste sea el menor posible, que su intervención no sea interpretada como un “pase lo que pase, siempre nos quedará Berlín” y, sobre todo, que su soberanía nacional quede intacta. Por eso pretende que todas las ayudas estén condicionadas a políticas de austeridad, que éstas se canalicen a través de los presupuestos públicos y no de manera directa, y que las decisiones del Mecanismo Europeo de Estabilidad estén asociadas directamente al parlamento alemán.
La propuesta de Alemania no es un sinsentido, pero su tutela no es la mejor solución para Europa. El sistema económico de la zona Euro no puede funcionar tal y como está concebido; hace falta que Europa tenga, además de política monetaria, una política presupuestaria propia. Quizás haya llegado el momento de dejar atrás la Europa de los Estados y de recortar drásticamente los presupuestos nacionales en beneficio de un presupuesto comunitario que hoy en día es raquítico. El presupuesto de la primera potencia económica mundial equivale tan sólo al 1% de la riqueza que generan cada año sus Estados miembros… Ceder soberanía da miedo, pero puede ser el camino.