¡Déjate de guías y dame un diccionario!

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El primer día que llegué a las Islas Feroe vi que los feroeses son recios, enjutos, robustos. Pero eso es solo cáscara. Lo que me intrigaba de verdad era saber cómo son por dentro: cómo estructuran sus pensamientos y por qué catalejo miran el mundo. 

Entonces compré un diccionario inglés-feroés y busqué artículos académicos sobre este idioma. Quería conocer sus esquemas lingüísticos y aprender cómo ordenan y componen su habla.

Me moría de intriga por saber si dividen el mundo en femenino y masculino (como los hispanohablantes, que hicimos la Luna hembra y macho el Sol) o si son como los ingleses, que en vez de poner etiquetas a las palabras (“esta, rosa”, “esta, azul”), le plantan un 'the' a todo.

El feroés tiene femenino, masculino y neutro. Esta lengua nórdica divide el mundo en las, los y la fantástica indeterminación. También quería saber en qué verbos se auxilian para formar otros verbos. Tienen un 'blíva' como nuestro ser; un 'vera' como nuestro ser y estar (un 'to be'); un 'hava' como tener; y… ¡qué maravilla!, un verÄ‘a que significa “convertirse en”. 

Me pareció espectacular que hubiera un verbo aspiracional para modelar a otros. Me pareció una pátina de optimismo. Y entonces me pregunté si tendrían subjuntivo, porque es la forma verbal de la imaginación, de la posibilidad, del “podría ocurrir”. Busqué en las explicaciones del feroés y vi que este idioma que tanto se lleva el viento (a veces incluso a una velocidad de 100 km por hora) tiene subjuntivo y una de las formas verbales que más usan es el condicional.

Esto se debe al tiempo. A estar a merced de unos remojones y unas ventoleras mucho más intensas que en la desapacible Inglaterra. ¡Cómo serán, que llegaron a escandalizar a un bravo soldado británico! El hombre fue a las Feroe en 1943 y en un panfletito contó que le llamaba mucho la atención que la palabra que más decían era 'kanska': quizás. 

El clima es tan dueño y señor de la vida de los feroeses que ellos mismos bautizaron a su país The land of maybe (la tierra del quizás), porque nadie sabe qué ocurrirá en los próximos diez minutos. Quizá llueva a mares, quizá asome el sol, quizá amaine el viento… Por eso los planes se hacen entre interrogaciones. Y por eso se rio una mujer cuando le dijimos: 

— Mañana haremos esta ruta.

— Nadie sabe si podréis ir mañana —contestó—. Yo iría ahora, que no llueve. Mañana quizá diluvie. Ya sabéis que esta es la tierra del quizás. 

Eso me llevó a interesarme por el léxico. Al peso, ¿cuáles serían las voces que más cuerpo dan a esta lengua? Miré listados y vi que hay un vocabulario ovino pa hartarse. Tienen ovejas gulutur, høvuÄ‘svartur, høvuÄ‘morreyÄ‘ur og reyÄ‘ur, fóthvitur, møgutur, svartur, eyglittur, grákolutur y muchas más noseque-tur.

No me extraña. En una isla de unas 50.000 personas hay más de 75.000 ovejas (y eso me hizo pensar que balar debería ser lengua oficial). Porque, además, hay entre ellos una cierta relación familiar. Dicen que no hay oveja sin dueño. ¡Ni una oveja descarriada en un país con iglesia en cada pueblo y biblia en cada librería!  La curiosidad me llevó después hasta el nombre del país: Feroe. ¿Qué significaría esta palabra? Y ¡ajá! todo cuadraba. El significado era redondo. Los nórdicos que llegaron a estas tierras en los tiempos de los vikingos, en el siglo IX, las llamaron Færeyjar: “islas de las ovejas”, y a partir de ahí empezaron a criar un vocabulario y una cultura de dichos populares de este pelaje: Ull er Føroya gull (la lana es el oro feroés).

Al caminar miraba sus letreros e intentaba adivinar qué significan sus palabras. Por las placas de las esquinas llegué a la conclusión de que gøta es calle en este país donde llueve trescientos días al año. Pero hubo un lugar donde no hacía falta la imaginación porque los feroeses muestran, bien grande, una palabra y su significado. En un acantilado en el sur de la isla más al sur, donde al mirar al sur ves el Atlántico Norte, había un cartel con un aviso importante: “Please, have virÄ‘ing for this area” (“Por favor, ten virÄ‘ing por este lugar”). Allí las cosas de la tierra se dicen en la lengua de la tierra. Y ahí mismo explicaban, en formato diccionario, que virÄ‘ing es la palabra del feroés para pedir respeto. 

Me intrigó después el orden en que colocan las palabras. ¿Empezarían por el sujeto, seguirían por el verbo y acabarían con el objeto, como nos gusta hacer a los españoles, ingleses y chinos? ¿Dirían frases de este tipo? “Las ovejitas comen hierba fresca”. ¿O empezarían por el verbo, seguirían por el sujeto y acabarían con el objeto, como hacen los galeses y los árabes? Del tipo: “Comen las ovejitas hierba fresca”. Pues resultó que en esto nos parecemos: los feroeses ordenan el mundo como nosotros. Primero el quién, después el qué y luego le calzan los complementos.

Incluso puede que tengamos más cosas en común. En España nos damos al griterío y allí, en la isla más remota, Mykines, hablan también a buen volumen. Aunque ahí no es por los bares ni la música a to trapo, es por el mar. Son tan altas las olas, rugen tan fuerte, ¡rRrRr!, hacen tanta espuma… foOoOom… que hay que alzar la voz para oírse mejor.  

A los pocos días de estar allí, descubrí un sonido que se repite en muchas conversaciones. Una de esas piezas de los extrarradios del lenguaje que dan identidad a la forma de hablar de un lugar, como el esteee mexicano o el golpecito almeriense. Da igual si es una persona del norte o del sur de las Islas, si es mujer o es hombre. Casi todos lo hacen. Es una especie de “snf”; cuando responden o asienten. Como un suspirillo corto, rápido, agudo. A ratos suena a pudor (que, como país, tela lo conservador) y a ratos es como si el viento hablara a través de ellos (¡No asustarse! Cosas más raras hemos visto en Stranger Things).

Me intrigaba una última cosa: su alfabeto. Nosotros nos apañamos con 27 letras. ¿Y ellos? Con un par más. Tienen 29: muchas de nuestras latinas y algunas más que hacen innegable su pasado vikingo. Pues… ¿no parecen estas letras, Verður handritið givið út í bók verður útgávusáttmáli skrivaður, un pueblo vikingo con sus hachas, sus lanzas y sus gorros con cuernos?

El último día que pasé en las islas seguía viendo a los feroeses enjutos, recios, robustos. Pero creía saber un poco más de las vigas con las que arman su pensamiento. Y ¡ay, mi madre, lo que encontré después de comprar unos diccionarios de inglés-faroés y un manual de gramática feroesa en danés que no entiende ni Perry! ¡Vi un traductor humano español-faroés! ¡Ellos mismos hechos diccionario!