La portada de mañana
Acceder
Puigdemont estira la cuerda pero no rompe con Sánchez
El impacto del cambio de régimen en Siria respaldado por EEUU, Israel y Turquía
OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

La 'democracia' que tenemos y cuyo origen pretenden exportar

La calle Mohamed Mahmoud de El Cairo, una de las arterias que desembocan en la plaza Tahrir, ha vuelto a encenderse con protestas para conmemorar el segundo aniversario de lo que fue una de las jornadas más sangrientas de 2011. Sus paredes, lienzo habitual de grafiteros, amanecían ayer pintadas de nuevo con tonos rojizos en memoria de la sangre derramada entonces: al menos 43 manifestantes murieron en aquellos fatídicos días de noviembre, y 17 más perderían la vida semanas más tarde, ya en diciembre de 2011.

La movilización en las calles en noviembre de 2011 fue espectacular y la impunidad con la que actuaron las fuerzas de seguridad egipcias resultó escalofriante. Emplearon balas, gases lacrimógenos, piedras, palos, porras e incluso enormes bloques de marmol para agredir a los manifestantes que protestaban contra la represión ejercida en meses pasados por el Ejército egipcio y que exigían el traspaso del poder a un gobierno civil.

Algunos de los periodistas que nos encontrábamos en El Cairo en aquellas fechas fuimos testigos de los efectos devastadores de los gases lacrimógenos estadounidenses empleados contra los manifestantes, que sufrieron tos, ronquera, dolores de cabeza, problemas estomacales, desmayos, asfixia pasajera o incluso ataques de epilepsia.

Han pasado dos años y para conmemorarlo el gobierno actual -recordémoslo, con miembros que protagonizaron un golpe de Estado el pasado mes de junio- decidió levantar este fin de semana un monumento con una placa en el centro de la plaza Tahrir dedicado a “la revolución de enero de 2011 y a la revolución de junio de 2013”, como si la lucha contra la dictadura de Mubarak en 2011 fuera similar al golpe de Estado de este año.

El monumento ha provocado indignación entre diversos activistas, y no es para menos. Las mismas fuerzas de seguridad que causaron la muerte de decenas de manifestantes en noviembre y diciembre de 2011 tratan de reescribir la historia homenajeando a quienes fueron víctimas de su violencia. El verdugo se disfraza de cómplice de sus asesinados.

La escultura, como era previsible, duró tan solo unas horas en pie. Ayer amaneció semidestrozada y con pintadas de protesta en las que se lee: “No es un homenaje, es un fraude”.

En un vídeo que está siendo ampliamente difundido por Internet, el conocido colectivo Mosireen han lanzado un mensaje significativo: ‘Nunca olvides, recuerda siempre’. En él aparece el portavoz del Ministerio del Interior egipcio avisando de que el gobierno “tomará las medidas necesarias para garantizar la seguridad en el aniversario de los enfrentamientos de la calle Mohamed Mahmoud”. De fondo, mientras el portavoz habla, el vídeo muestra las terribles imágenes de la violencia ejercida por las fuerzas de seguridad en 2011 y 2012.

En la calle Mohamed Mahmoud se han congregado en las últimas horas miles de manifestantes coreando consignas contra el general Al Sisi, ejecutor del golpe de Estado y actual ministro de Defensa, la Hermandad musulmana y los feloul (seguidores del régimen de Mubarak). A la entrada de la vía, una enorme pancarta deja claras las posiciones de quienes protestan: “Solo para revolucionarios; prohibido el paso a militares, hermanos musulmanes y feloul”. Otra pancarta señala: “Frontera del Egipto revolucionario con el Estado ocupado de Tahrir”.

¿Qué han hecho los gobiernos occidentales ante lo ocurrido en Egipto estos dos últimos años? ¿Qué ha hecho el Gobierno español? Recuerdo que en diciembre de 2011, tras la muerte de decenas de manifestantes, a pesar de los desmanes, de los asesinados, de las violaciones de los derechos humanos, la consigna recibida en varias cancillerías occidentales de El Cairo era silencio. Silencio ante la violencia. Silencio para mantener las buenas relaciones con las autoridades. España no fue una excepción. Su estrategia hacia Egipto fue la de callar para no alterar el statu quo.

Aquella actitud se complementó con actividades destinadas a relatar a activistas egipcios o tunecinos las presuntas bondades de la transición española. En 2011, por ejemplo, los ex ministro Arias-Salgado, presidente de Carrefour, Josep Piqué, por entonces presidente de Vueling, y Enrique Barón, entre otros, debatieron sobre “las lecciones de la transición española” en unas jornadas en Túnez organizadas por el Instituto Cervantes y la fundación Transición Españolafundación Transición Española, y patrocinadas por la empresa de tecnología Indra. También en 2011 esta misma fundación participó en unas jornadas en El Cairo en las que presentó la transición española como caso paradigmático de “transición vía transacción”.

La fundación Transición Española tiene entre sus patrocinadores a Telefónica, la Fundación ACS, el Banco Santander, la fundación Endesa, Indra, o la fundación Rafael del Pino y su objetivo es el de “contribuir a fomentar el conocimiento de la transición española, así como a conservar, divulgar y defender los valores y principios que la inspiraron”.

Durante su mandato, tanto Zapatero como Trinidad Jiménez ofrecieron el ejemplo “ y la experiencia” de la transición española para aplicarla en Egipto, Túnez o Libia. También Rajoy la ha presentado como modelo para el mundo árabe. Lo mismo ha hecho Felipe González, en encuentros mantenidos con activistas tunecinos o líderes libios. Y el Ministerio de Exteriores, a través de la AECID, ha impulsado en estos países diversos proyectos en los que se incluye como objetivo mostrar como ejemplo la “experiencia exitosa” de la transición española.

El impulso por el cambio y el anhelo de libertad y justicia de la ciudadanía tras la muerte de Franco, las iniciativas populares de aquellos años, quedaron sepultados por una transición que apostó por el silencio y el olvido. Es la transición española la que optó por mantener en las cunetas a más de 100.000 desaparecidos, la que construyó una democracia asentada sobre la impunidad, la que desemboca en este sistema dispuesto a limitar nuestros derechos básicos. Es este el legado que España ha pretendido recomendar a países como Egipto. Pero frente al silencio y el olvido, los manifestantes egipcios claman estos días recuerdo y memoria.

Como le dijo un activista tunecino a un representante del Ejecutivo español en 2011, “¿me está diciendo usted que tengo que aplaudir un modelo que me impida juzgar a los asesinos de mi gente? No, gracias. Nosotros podemos buscar nuestro propio camino”. Tarea difícil, pero digna.