Nada es para siempre. Ni la vida, ni el amor, ni tampoco las democracias. Se empieza por no respetar los derechos de las minorías, se sigue con la demonización del adversario y se acaba con los extremismos en los gobiernos. Lo cuentan magistralmente Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias. Todo suma en la expansión del populismo y de la extrema derecha que desprecia la tolerancia de las democracias liberales. Francia elige este domingo entre la arrogancia y la política camaleónica de Macron y la ultraderechista, antieuropeista, xenófoba y racista Le Pen. Y, aunque los sondeos son unánimes sobre la victoria de Macron, no hay duda alguna del avance implacable de la extrema derecha.
Crece el arraigo del populismo, de los nacionalismos y de las ideologías que prometen soluciones simples a los problemas complejos en Francia y en toda Europa. En España, tenemos marca propia con Vox, que por primera vez en democracia ya está dentro de un gobierno gracias al PP de Mañueco y de Feijóo, que es el mismo. Y nada es baladí en un contexto donde cada vez es más complicado distinguir entre lo verdadero de lo falso por la basura que se esparce en las redes sociales y el blanqueamiento o la banalización que desde la política y determinados medios se hace de la ultraderecha y de su ideario político.
Esto va de democracia. No va de otra cosa. E igual que en Francia el apoyo apabullante de Le Pen se debe a la crisis, la desafección política y el descrédito de los partidos tradicionales, en España el avance de los de Abascal tiene razones que hay que buscar también en la ausencia de respuestas de socialistas y populares a los problemas ciudadanos.
El deterioro de la democracia, sí, tiene que ver con la eclosión de un nuevo autoritarismo como el que gobierna en Hungría y Polonia, los incómodos socios de la UE, pero también con actitudes o falta de respuestas que no debieran caber en un estado de derecho.
De democracia va el ascenso de la ultraderecha y de democracia va también que el alcalde de Madrid haya mentido descaradamente sobre el escándalo de las mascarillas y lo que dejó de hacer ante la desnutrición moral de dos comisionistas que aprovecharon la pandemia y la muerte de miles de españoles para llenarse “la saca”. Almeida ha caído en desgracia, está al borde del abismo, pero mucho más importante que su caída o no es la percepción ciudadana de que este patrón de golfería se mueve impunemente entre las élites del poder mientras compran yates, relojes de lujo y casas multimillonarias con el dinero estafado a los contribuyentes.
De democracia va también que el Gobierno de Sánchez dé cuantas explicaciones merece la denuncia sobre el software espía Pegasus que los teléfonos móviles de unos 60 políticos, abogados y activistas vinculados al independentismo catalán tenían instalado entre 2017 y 2020. Un programa que, como se sabe, solo se vende a los gobiernos y solo está autorizada su utilización para la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado.
El asunto requiere más explicaciones que las ofrecidas hasta ahora con evasivas o invocaciones a la seguridad nacional. Hablamos de una posible vulneración de derechos fundamentales, que es lo más preciado en un estado de derecho. Ante esto, no puede haber atajos. Y tampoco respuestas de manual como la de que todas las actividades de los servicios secretos en España han sido autorizadas por un juez.
Si lo fueron, no se explica que las conversaciones entre Gobierno y Generalitat se hayan saldado con un viaje relámpago de Pere Aragonés a Madrid para escenificar un frente común con el resto de socios parlamentarios, incluido Unidas Podemos, contra “el espionaje del CNI”. La sombra de las cloacas del Estado vuelve a planear sobre la democracia española y Sánchez, además de cultivar su proyección internacional, debería ocuparse con urgencia de ello y depurar responsabilidades si las hubiera. Lo contrario, además de generar inestabilidad en el seno del Gobierno, sólo contribuirá a engrosar el deterioro de nuestro sistema democrático. Luego, eso sí, nos llevaremos todos las manos a la cabeza y nos preguntaremos por los motivos del avance de la ultraderecha.