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Después de la DANA, una riada de preguntas

Varias personas trabajan en las labores de limpieza y desescombro en Paiporta, Valencia, este jueves.
31 de octubre de 2024 22:27 h

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Las catástrofes naturales no existen. Incluso algo tan imprevisible como un terremoto, ocurre en Japón y apenas tiene consecuencias mortales. Ocurre en Haití y se convierte en una catástrofe, sí, ¿pero natural? Las imágenes que llegan de la DANA en la provincia de Valencia sobrecogen no sólo por lo que vemos, sino por lo que somos capaces de imaginar. Vemos muertos y supervivientes vagando en busca de sus seres queridos, conocemos el testimonio de quien tenía agarrada de la mano a una vecina que acabó arrastrada por el agua. Imaginamos los últimos minutos angustiosos de una mujer encaramada a un coche.

La DANA es un fenómeno natural; sus consecuencias, no. La cifra de al menos 158 muertos no es achacable a la lluvia, sino a la falta de previsión. Cuando en un pueblo cae en ocho horas el agua de todo un año, podemos atribuir a la furia de la naturaleza esa lluvia torrencial (y sólo hasta cierto punto, pues las DANA son más frecuentes y probables a causa del cambio climático), pero no la respuesta en la emergencia. 

Bertrand Russell dejó escrito que la civilización es la capacidad de prever. La prensa y los gobiernos internacionales están conmocionados, porque somos un país civilizado. Pero hemos fallado: no hemos estado a la altura de nosotros mismos. Hay gente que ha muerto porque no subió al piso alto de su casa, o porque se puso en carretera cuando no debía hacerlo. Ha fallado la prevención y ha fallado la gestión de la crisis. El hecho de que ni tan siquiera exista un registro de desaparecidos 48 horas después demuestra hasta qué punto no estábamos preparados. Es asombroso escribirlo: no estábamos preparados para una gota fría en la costa mediterránea en el mes de octubre. 

Si algún sentido puede tener esta catástrofe es la de abrirnos los ojos ante la realidad del cambio climático: pensar en las vidas que podemos salvar en el futuro dará sentido a las pérdidas humanas de esta tragedia. La resiliencia ante el cambio climático debe dejar de ser un lema y convertirse en políticas públicas decididas. Porque salvan vidas. 

Hacerse responsable de la tragedia significa analizar con rigor lo que sucedió para que no vuelva a ocurrir. Desde las diez de la mañana del martes la AEMET alertaba de una previsión aciaga en toda la provincia de Valencia. Son numerosas las preguntas que siguen flotando en el lodo. Yo tengo al menos 14: 

  • ¿Por qué no se alertó a la población hasta las ocho de la tarde? 
  • ¿Por qué la Universidad de Valencia mandó a la gente a casa a media mañana, pero permanecieron como si nada fábricas, empresas y centros comerciales? 
  • ¿Conocían los trabajadores sus derechos en una emergencia?
  • ¿Por qué circulaban camiones de reparto a domicilio por carreteras anegadas?
  • ¿Existían protocolos claros para restringir los movimientos de la población?
  • ¿Por qué el Centro de Coordinación Operativa Integrado no se reunió hasta las cinco de la tarde?
  • ¿Qué información indujo al presidente de la Generalitat Valenciana a decir que a las seis de la tarde del martes lo peor del temporal habría abandonado su Comunidad?
  • ¿Influyó el cierre de la Unidad Valenciana de Emergencias en el retraso en la toma de decisiones vitales? 
  • Hasta la crisis en el gobierno valenciano de julio pasado, era Vox quien llevaba Emergencias, ¿ha influido esta inestabilidad en la respuesta de la administración autonómica?
  • ¿Sabe la gente qué significa una “alerta roja” y cómo debe actuar? 
  • ¿Está entrenada la población para actuar con rapidez en un contexto de lluvia torrencial?
  • ¿Saben los conductores cuándo y cómo salir del coche si se inunda la carretera?
  • ¿Están identificados y son conocidos los refugios seguros en caso de inundación?
  • ¿Tiene la gente que vive en zonas inundables conocimientos para una situación de emergencia?

Durante décadas, fuimos un país asolado por el terrorismo: estábamos entrenados para protegernos de los atentados. Hace 20 años, en diciembre de 2004, hubo un aviso de bomba en el Santiago Bernabéu. Aún no había terminado el partido y el estadio estaba casi lleno, pero en cinco minutos, bajo la dirección de las fuerzas de seguridad, 70.000 personas fueron desalojadas. Nadie tuvo que pararse a pensar y todo ocurrió de forma rápida y ordenada. No hubo una estampida, ni carreras de pánico: cada cual supo cómo debía actuar. 

El instinto de supervivencia se entrena. Que las instituciones estén preparadas significa que pueden actuar de forma automática bajo protocolos claros que han diseñado los expertos cuando hay tiempo para pensar. Necesitamos autoridades entrenadas en procesar la información, tomar decisiones y coordinar los esfuerzos. Y necesitamos educar a la ciudadanía para que subir al piso de arriba no sea una elección, sino un instinto.

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