Lo bautizamos como aire de posguerra, hace un par de años. Fue entonces cuando lo identificamos, para estas fechas. Las payesas vendían coles en una de las esquinas exteriores del Mercado de la Boquería, y empezaba a hacer frío. Supongo que tuvo algo que ver con la imagen de los que rebuscaban en la basura cercana, o los que esperaban las sobras de las panaderías, no sé. Creo que fue el olor a col, o el remiendo en los calcetines, o que los boniatos iban caros, no me acuerdo bien. Pero de repente todo era de un gris parduzco y hacía más frío y alguien dejó de coser los botones de los abrigos.
Después recuperamos la idea de exilio, interior o exterior. Hubo fiestas de despedida, que siempre son tristes e inconscientes a partes iguales. Canadá, Alemania, Colombia, México, Sudáfrica. Todo empezó a sonar mucho mejor que esto. El último que apague la luz, jaja, qué risa, tía. Otros se metieron en casa y ya no salieron más que para comprar el pan y nos manteníamos en contacto por correo, que es casi lo mismo que sentir que se han ido. Cuando los que se habían ido venían de visita siempre parecía que nos pillaban haciendo lo mismo de siempre, encogiendo los hombros, mientras ellos habían cambiado, oh, cuánto habían cambiado ellos.
Más tarde llegaron los cigarrillos sueltos, el repunte de la heroína, las redadas intimidatorias, los “se compra oro”, y parecía que las campañas de la ciudad boyante, de la ciudad moderna que insertaba el ayuntamiento eran como esos carteles del circo que se cuelgan en las paredes, que cambian de color y se vuelven de un azul descolorido, no hay nada más triste que ese azul descolorido, no hay nada más ajeno, nada más fuera de tiempo.
Aun así no parecía que se hablara de muertos, no parecía que oliera a sangre. Ahí estaba la clave. Desahuciaban a las familias y los conciertos se pasaron al Palacio Real de Pedralbes. Había desnutrición infantil y nuevos modelos de negocio. Los mossos se cargaron a un tipo, y las calles estaban bastante limpias. La gente cambiaba de acera al pasar por delante de la comisaría de Nou de la Rambla y hubo quien hablaba de los Juegos Olímpicos de Invierno. La esquizofrenia es propia de estados totalitarios, ya lo sabíamos y entramos en ella sin rechistar, como las vacas en un matadero. Hubo un informe sobre desigualdad y Barcelona lo encabezaba, justo en ese momento, justo entre tanto ruido, y después, un tiempo después pasó todo lo que pasó, entre el azul descolorido, justo cuando todo parecía que íbamos como las vacas al matadero.