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La unión de la izquierda gana las elecciones y frena a la extrema derecha
Qué hace un anillo infantil en el baño de un campo de concentración franquista
OPINIÓN | 'Fin a la fatalidad del triunfo de la extrema derecha', por Pérez Royo

Algún día pasará, pero no hoy

El líder de la Francia Insumisa y uno de los referentes del nuevo Frente Popular, Jean-Luc Mélenchon.

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Con una participación no vista desde hace tres décadas, los fiables sondeos franceses anuncian que la izquierda ha ganado las elecciones legislativas en el país vecino. La ultraderecha tendrá que seguir esperando, como lo ha hecho desde que, en los ochenta, el padre de Marine Le Pen generó idéntica participación masiva para frenar su asalto al Eliseo. Algún día pasará, pero tampoco será hoy. 

La movilización popular salvó el segundo mandato de Enmanuel Macron de su propia soberbia y una campaña desastrosa. La movilización popular salva ahora la V República de las consecuencias de su dramático error de adelantar las legislativas. Dos milagros en una década. El cupo parece más que agotado. 

La extrema derecha necesitaba haber sumado la mayoría absoluta en la primera vuelta. Era la única manera de llegar al Gobierno y lo sabían. Al no lograrla dejó en manos del macronismo y la izquierda su destino. Las triangulaciones hicieron el resto. La generosidad del Nuevo Frente Popular y el instinto de supervivencia de Macron y su partido sólo han facilitado el trabajo de los votantes. 

El voto al NFP en la primera vuelta fue un sufragio más joven, más formado, equilibrado entre sexos, mayoritariamente urbano y transversal en lo económico. El voto al macronismo fue la papeleta más envejecida y acomodada económicamente, también equilibrada entre sexos, provenía sobre todo de las ciudades de tamaño medio y de entre los votantes de formación media alta. El voto a RN fue el voto más rural, mayoritario entre los hombres, entre las franjas medias de edad y entre los niveles formativos y económicos más bajos. La Francia interesada en el futuro, porque es allí donde va a pasar el resto de su vida, parece haberse impuesto en esta segunda vuelta a la Francia de la nostalgia de un pasado inventado que nunca existió. El relato de las élites contra el pueblo dinamitado por la fuerza de la coalición de millones de votos intergeneracionales, interurbanos y transversales en los social, lo económico y lo ideológico. 

El triunfo de la izquierda demuestra una vez más la importancia de la unidad para movilizar a ese espacio político. La resurrección parcial del partido de Macron y el sorprendente resultado de los republicanos demuestra que la derecha tradicional no tiene por qué dejarse arrastrar por el discurso tóxico e iliberal de la ultraderecha; que su espacio y sus votantes siguen ahí, esperándoles. La tercera plaza de la ultraderecha (siempre según los resultados parciales) acredita que los valores de la democracia liberal aún siguen fuertemente asentados en la mayoría, pero que el discurso autoritario y antiliberal cada vez penetra en más espacio y de manera transversal. 

La cohabitación de Macron no será con la ultraderecha como se esperaba. Habrá de ser con la izquierda. De su buen funcionamiento dependen la mayor parte de las posibilidades de que Marine Le Pen no gane las presidenciales y la ultraderecha tenga que seguir esperando otra década. El presidente Macrón tiene en su mano hacerlo como siempre o hacerlo bien.

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