Perdonen si hoy me sale el artículo un poco torcido, pero este martes hice la broma con un amigo de que nos tomaríamos un chupito cada vez que alguien dijese “pinganillo” para rechazar o ridiculizar el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso. Y ha sido un no parar, buf. Acompáñenme en esta triste historia, ¡hip!
Ya a las seis de la mañana, recién levantado y con la boca pastosa, me tuve que clavar el primer chupito: Carlos Herrera abrió chisposo su programa de radio en Cope: “Bienvenidos al día del pinganillo”. ¡Chupito! A partir de ahí, no ha habido presentador, tertuliano, reportero en el Congreso, articulista, político o tuitero de la derecha españolista que no nombrase el “pinganillo” para criticar o burlarse de que en el Parlamento se puedan hablar lenguas tan de España como el castellano.
“El circo de los pinganillos”. “Surrealismo con pinganillo”. “El Congreso de los pinganillos”. “La España de pinganillo y pandereta”. “Pinganillos en la Torre de Babel”. “Sanchismo de pinganillo”. “Esperpento con pinganillo”. “La farsa de los pinganillos”. “El pinganillo de Puigdemont”. “Pinga en vez de pinganillo”. Chupito, chupito, chupito… Hasta perder la cuenta. Y esto sin salir de casa, solo oyendo radio, viendo tele y leyendo prensa digital; que si voy al mercado o entro en un bar, igual me tienen que llevar a casa. Los grupos de whatsapp, silenciados todo el día, que no hay hígado que resista la circulación de memes y bulos sobre pinganillos.
Y luego están esos diputados que usan el pinganillo, sí, pero como forma de protesta, un acto valiente de desobediencia civil que iguala los auriculares de traducción simultánea con el guante negro del Black Power, el chaleco amarillo francés o los pechos desnudos de las Femen: los de ultraderecha haciendo el numerito de amontonarlos en el escaño de Sánchez, los del PP pasando de ponérselo aunque estuviese hablando alguien en euskera. En unos días se habrá pasado el calentón y será lo más normal que en algunos momentos sus señorías se pongan auriculares. Y no pasará nada. Otro año que tampoco se rompe España.
No falla nunca: las lenguas de España distintas al castellano son la mejor piedra de toque para identificar al nacionalismo españolista más rancio. En cuanto oyen hablar catalán, euskera o gallego fuera de sus territorios (y a menudo también cuando lo oyen dentro), saltan. Si tienes dudas sobre la orientación política de algún conocido, familiar o vecino, coméntale lo de este martes en el Congreso, y si dice “pinganillo”, chupito a su salud.
La derecha españolista habla maravillas de la diversidad y la riqueza cultural de España, siempre que se trate de gastronomía o paisajes. La diversidad lingüística les pone nerviosos. Años de lloriqueo les avalan: no me dejan trabajar en Cataluña sin saber catalán, los niños no aprenden español, los castellanohablantes vivimos en un apartheid, Pujol, enano, habla castellano…
Pues será por la cantidad de chupitos que llevo encima, pero a mí me encanta oír el Congreso de mi país tal como sonó este martes. Así suena España, aunque les pese a algunos. Menos dramas.