En el proyecto de país al que aspira Yolanda Díaz, los partidos tienen que “estar pero no ser”. Estar, porque son imprescindibles para el desarrollo de cualquier marco político, pero no necesariamente ser el eje sobre el que pivote la España “nueva y moderna” que la vicepresidenta del Gobierno pretende levantar a golpe de conversaciones con la sociedad que, por otra parte, aún no ha iniciado. Así lo cuenta una y otra vez a quien la quiere escuchar.
La “sucesora designada” por Pablo Iglesias es de esas políticas que cree que los partidos han perdido el monopolio de la acción política en beneficio de un nuevo formato organizativo capaz de abrirse a la transversalidad y las alianzas críticas con el objetivo de actualizar un movimiento exigente con las consignas, la propaganda y los relatos. De ahí uno de los motivos de su distancia con la dirección de Unidas Podemos, que no con sus bases. Y de ahí también su participación en el acto feminista del sábado en Valencia.
Salvo que está “emocionada e impactada por la ilusión desbordante” que percibió durante el acto de este fin de semana —acompañada de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; la vicepresidenta de la Generalitat valenciana, Mónica Oltra; la portavoz de Más Madrid, Mónica García, y la portavoz del Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía en Ceuta, Fátima Hamed Hossain—, Díaz sigue sin concretar nada sobre ese nuevo proyecto de país. Apenas un esbozo para aclarar que ella no será más que un instrumento al servicio de una causa que nacerá por la izquierda y que esto “no va de candidaturas, ni de equilibrios orgánicos, ni de egos, ni de ruidos, sino de mucha escucha”. La vicepresidenta asegura que en su afán no está en delinear ningún proyecto político, y mucho menos una candidatura propia para la Presidencia del Gobierno. Más claro aún: estará, pero no será.
Quienes veían ya su imagen en un cartel electoral en 2023 e incluso quienes han escrito su nombre como el de la próxima presidenta del Gobierno se preguntarán de qué va todo esto, por qué tanta ambigüedad, qué hay detrás del acto del sábado en Valencia, cómo se aterriza eso de “soñar en grande” y “pensar diferente” para construir “algo maravilloso”...
¿Hablamos de un nuevo fenómeno? ¿De otra esperanza blanca? ¿De un acuerdo común entre los distintos agentes a la izquierda del PSOE, como dice Isa Serra? ¿De un nuevo espacio que sume a todas las siglas de la izquierda alternativa? Sea lo que sea. Aún no es nada. Es más, Díaz está, pero no será. El mismo verbo con el que ella pretende limitar el papel de los partidos en ese proyecto de país que aún no existe, y que para algunos dirigentes de la formación morada será un peaje a pagar en aras de la construcción de ese espacio común que ellos aspiran a que lidere la vicepresidenta, y ella no tiene ni por asomo intención de convertir en una candidatura que lleve su nombre. Eso dice.
Tanto lo repite, que en la formación morada, donde han tardado dos días en refrendar el acto de Díaz con Colau, Oltra y García, no descartan que llegado el momento haya que improvisar un plan B para las generales porque Díaz dé la estampida y renuncie al papel que le quieren otorgar y para el que ella se ha dejado querer desde que Iglesias la designó sucesora.
“Demasiadas metáforas en su discurso. Parece que estuviera a la espera de algo mágico que no pasará. Tendrá que bajar a la tierra y, cuando llegue el momento, sentarse a negociar con los partidos con los que pretende construir ese espacio común”, advierten. De momento, Pablo Iglesias ya ha pedido responsabilidad, además de un papel destacado tanto para los dirigentes de su formación como para los de IU. Justo el marco del que pretende huir la ministra, que ya avanza que Valencia no supuso el lanzamiento de proyecto político alguno y que ella no participará en más actos que la alejen de la acción de gobierno.
Conclusión: Díaz entra en pausa hasta 2022. Luego, se verá...