Dilma: no hay Podemos en Brasil

Marina Silva cayó derrotada en la primera vuelta de las elecciones brasileñas. El hecho ha sorprendido a muchos en España y en Europa. Supuestamente, la candidata iba a encarnar la protesta de jóvenes y mayores desencantados con los viejos partidos y la corrupción, que estalló en las calles en junio de 2013. Ello, sumado al fracaso del Mundial de fútbol de este verano, hacía presagiar fuerte marejada del voto oculto. Las crédulas encuestas decían que Marina podía disputarle el trono a Dilma Rousseff y toda la maquinaria del PT. Pero Silva se estrelló en la barrera del 21%.

La más irónico es que el próximo 26 de octubre los resignados votantes de Marina habrán de decantarse (el voto es obligatorio en Brasil, al igual que en otros doce países latinoamericanos) o bien por la presidenta Dilma, o bien por Aécio Neves –gobernador y luego senador del Estado de Minas Gerais. Ambos 100% clase política; ambos de partidos de siempre: el PT y el PSDB. Como si se tratara de un capítulo más de Los duelistas (Cardoso-Lula, Lula–Serra, Dilma-Alckmin, Dilma-Serra). En el país sudamericano no parece cuajar el fenómeno Podemos por ningún lado. ¿Por qué? A modo de conjetura, como diría Borges, propongo éstas:

1. Brasil es un planeta de 200 millones de habitantes, muy extenso y heterogéneo. Para empezar, no existe La Derecha. ¿Un planeta sin izquierda ni derecha? No precisamente: la dictadura militar (1964-1985) resultó tan traumática que el pacto constitucional posterior desterró a una ideología vinculada a ese periodo. Está el centro-derecha, lo liberal, lo demócrata-cristiano; pero la referencia es un centro político situado más a la izquierda que en Europa, adonde todos, desde Cardoso hasta Dilma, han confluido en muchos momentos, a pesar de las quejas procedentes de las bases, o de cierta retórica. Un limitado peso en el espacio público de la vieja derechona oligárquica (por contraste con otros países andinos, por ejemplo) está muy bien; pero te deja sin adversario fácil con quien zurrarte, a tu mayor gloria, en los media y las redes sociales.

2. Brasil vendría a ser una especie de partitocracia participativa. Un curioso oxímoron, ¿verdad? Por supuesto, hay anquilosamiento de los partidos, concentración en los media, fallos en el sistema, y mucha corrupción (inevitable en democracias jóvenes con rápido desarrollo, típico del periodo Lula-Dilma). De hecho, la ciudadanía, y los universitarios en particular, no solo reclaman hospitales y autobuses dignos, sino la otra forma de hacer política.

Sin embargo, todas las opciones del espectro ideológico tienen cabida y están representadas, sea en el Gobierno Federal (nueve partidos en coalición apoyan a Dilma), como en el Congreso (habrá 28 partidos tras estas elecciones). Ello permite un juego más incluyente y abierto, donde se dan alianzas múltiples y complejas, que varían según los 27 Estados del país y las ciudades. Partidos que al menos dejan un resquicio para respirar: gobernadores, congresistas y senadores se deben a sus electores y pueden no votar ciegamente a las órdenes del aparato.

Por último, no olvidemos que ciudades como Porto Alegre (Estado de Rio Grande do Sul), con el PT a la cabeza, ya inventaron hace dos décadas los presupuestos participativos. Todo ello muy diferente del bipartidismo español y de la partitocracia cerrada en la que, y contra la cual, Podemos encuentra su razón de ser.

3. La buena de Marina, tan sentimental, tan bellamente patética, que ¡ay! descubrió sus cartas (el Programa) antes de tiempo, encarna bien lo que no es Podemos. Marina, que suplantó el espíritu del malogrado Eduardo Campos, se puso al frente del viejo PSB tras haber militado 28 años en el PT y haber sido ministra con Lula. De hecho, se postulaba con un programa bastante liberal en lo económico (con un Banco Central autónomo, y no político). Ella no es alguien nuevo, empezando de la nada, como se requiere en estos casos, y su pretendido glamour antisistema no era creíble. Toda una hermanita de la caridad, si la comparamos con el astuto leninismo funcional de Podemos, sin espacio para el error, y su hegemonía en las redes sociales apoyada en televisión. Marina solo dispuso de unos pocos minutos de gloria en la pequeña pantalla. El contraste es total: no hay en Brasil perspectivas para un liderazgo y una máquina de comunicación alternativa semejante.

4. En Brasil el desempleo ronda actualmente el 5%, y hay gran demanda de trabajadores cualificados. En España, el paro roza el 25%. El detonante final que puede encumbrar al poder a un partido alternativo es un desempleo masivo y la consiguiente exclusión social: en nuestro país, dos generaciones de ciudadanos, de gran cualificación y nivel cultural medio-alto se sienten relegados al rincón de la historia.

Cierto es que la potencia sudamericana está entre los puestos de cabeza en Latinoamérica en cuanto a desigualdad, medida por índice de Gini. Pero con Lula y Dilma han salido de la pobreza 40 millones de pobres, y un maná de lavadoras y coches ha llovido en los hogares del país. En la fase actual de desarrollo, con las expectativas en lo alto, votar a un partido nuevo y radical sería un lujo que pocos se pueden permitir. ¿O no?

5. En Brasil pervive el fantasma del modernizador que decide las elecciones. Guardando todas las distancias, este momento brasileño recuerda un poco al de aquellos gobiernos de Felipe González de los 90, en que los casos de corrupción no podían derribar al PSOE. Al final, al borde del precipicio, la sombra gigantesca del presidente español parecía exclamar, con razón: ¿Quién os ha traído las escuelas para todos, la universidad, los hospitales, los trenes de alta velocidad, Europa? Así hará Dilma de aquí a la segunda vuelta, con la sombra alargada de Lula a su espalda, y apoyada en el carisma de éste. Solo por eso, si no comete un gran error, la presidenta ganará la segunda vuelta.

6. Brasil está en fase política ascendente, a pesar del bache de crecimiento actual. Esto no es solamente algo que corroboren los datos, los manuales de economía o de política. Basta con coger un avión, es algo que se huele en el aire. En España y otros países europeos, de por sí un punto más cínicos, hay un cuerpo social en declive y ciudadanos muy recelosos del establishment, lo que sin embargo abre una posibilidad de destrucción política creativa. En Europa siempre nos gusta pensar que las Américas aún creen en la democracia y en la política. Pues resulta que en Brasil es verdad: hay un gran consenso institucional, territorial, y social, sobre por dónde ir. Y una Nación.

7. Corolario: Como una vez dijo muy sagazmente un presidente venezolano: “Yo soy la consecuencia” (de la oligarquía, la corrupción, la injusticia, la pobreza). En parte, Podemos es también la consecuencia de un sistema muy imperfecto; claro está, en versión española y europea, y por ello en otra dimensión muy distinta, por suerte. La buena noticia es que, en Brasil, las posibles causas que podrían hacerlo posible no tienen hoy un peso suficiente. Que no surja allí un Podemos es como para alegrarse. Queremos tanto a Dilma.