Distinguir el fútbol de las elecciones

Alberto Fernández

En fútbol se gana o se pierde. En las elecciones no. En las elecciones se eligen representantes. Luego, en función del número de representantes que se ha elegido éstos pueden hacer una cosa u otra en el órgano de representación correspondiente. Pero, aunque a quienes tienen la cabeza amueblada por el fútbol les parezca que sí, no tiene ningún sentido decir que quien tiene más representantes ha 'ganado' las elecciones.

Si en un parlamento de cien representantes, por ejemplo, hubiera 98 partidos que han obtenido un representante, no tiene sentido decir que el partido que ha obtenido dos “ha ganado”. Se habrá dibujado un panorama en el que tendrán posibilidad de salir adelante las iniciativas que logren el acuerdo de 51 representantes, incluyan o no a los representantes del partido que tiene dos.

Las formaciones del bipartidismo se han beneficiado de la visión futbolística de las elecciones, entre otras cosas, porque – aún olvidándonos del sistema D’Hont - de ella se deriva la idea de que votar a un partido que no tiene posibilidades de ganar es tirar el voto. Por eso se entiende bien que a las dos caras del bipartidismo les interese discutir, no cuál es el panorama multipolar que dibujan las encuestas sobre intención de voto y cuáles son sus importantísimas consecuencias sobre la forma en la que podrá articularse la política en un futuro, sino seguir discutiendo sobre quién ha ganado (Entendiéndose por ganar tener la minoría con mayor número de representantes).

El PP lleva tiempo empeñado en el intento de dar una traducción legal a esta antidemocrática forma de entender la política a través de una reforma de la Ley electoral. Ésta garantizaría que quien obtuviera un mayor número de representantes gobernara aunque una mayoría de los representantes elegidos por los ciudadanos a través de otros partidos hubiera podido ponerse de acuerdo para propiciar un programa de signo distinto apoyado por una mayoría de los representantes elegidos. Como si los partidos fueran entidades que se presentan a un concurso cuyo premio es el Gobierno y no instrumentos para facilitar a los ciudadanos la elección de representantes que puedan buscar acuerdos para formar gobiernos o sacar adelante iniciativas legislativas.

El beneficiario de esta forma de ver las cosas y de la reforma electoral que pudiera inspirar es, en este preciso momento, el PP. Pero es genéricamente el bipartidismo. Por ello no es imposible que el PSOE acabe apoyando la iniciativa. La convicción con la que la 'ganadora' de las elecciones en Andalucía sostenía que tenía derecho al premio (y no solo una base importante para negociar) apunta en este sentido.

Lo que es sorprendente es que quienes están por naturaleza llamados a cuestionar el bipartidismo asuman sin ninguna crítica esa terminología y, con ella – el lenguaje nunca es neutro – una concepción de la representación política que nos aboca en el mejor de los casos al bipartidismo.

Lo que podría ser ilusionante no es que Podemos o las candidaturas de unidad 'ganaran'. Es que la irrupción de Podemos y de nuevas formas de hacer política acabara con la visión de las elecciones como un concurso o un partido de fútbol y abriera la posibilidad de convertirla en una forma de articular la participación de los ciudadanos para tomar decisiones que afectan a todos.

* Alberto Fernández es psiquiatra.