Durmiendo con su enemigo

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“Un ejército de soldados tuiteros, de los que se dicen en guardia frente a los medios y sus mentiras, anda difundiendo un bulo que asegura que continuaré en política institucional. 

Mirad, es sencillo: hay vida más allá de los cargos públicos. 

Mi opinión: los dirigentes nos debemos a los proyectos colectivos, y hay momentos en los que tras un desgaste acumulado (en mi caso 12 años) ya contribuimos menos que otros compañeros. Renovamos y listo.

Esta es mi decisión. No obliga a nadie. Y no la tomé pensando en nadie más que no fuera yo y nuestro proyecto. Respetadla, dejad de intoxicar (que a este paso os vais a envenenar), y dejadme en paz“.  

La denuncia la firmaba el sábado el todavía ministro de Consumo y líder de IU, Alberto Garzón. No hace falta poner el nombre de los destinatarios. Se dieron, seguro, por aludidos.

Con “el ejército de soldados tuiteros” se refiere a la tropa que acompaña al ex líder de Podemos, Pablo Iglesias, señalador de todo aquel que no le baila el agua, no le da la razón absoluta a sus astracanadas o se desmarca un milímetro de lo que él entiende por izquierda pata negra, periodista decente o practicante de sus particulares códigos de lealtad.

Ese “hay vida más allá de los cargos públicos” va dirigido a quienes nacieron con una denuncia expresa sobre la profesionalización de la política y el “no nos representan” que venían a resumir las críticas al establishment político y ahora se atornillan al sillón como si la democracia hubiera nacido con su llegada a la vida pública y peligraran sus esencias si ellos no están sentados en un escaño del Parlamento.

Saber irse a tiempo es algo que no saben hacer quienes se consideran guardianes únicos de los proyectos: o nosotros o el caos. Por eso cayeron en esa actitud tan habitual, y poco saludable, de negar la realidad, un mecanismo de defensa en la búsqueda de autoprotección que suele acabar casi siempre en la destrucción de uno mismo. 

Ni Iglesias ni Irene Montero se han sabido ir. El uno como secretario general de Podemos y la otra como ministra de Igualdad después de que el presidente del Gobierno aplicase de facto un 155 a su Ministerio e impusiese una reforma urgente a una de sus leyes estrella. 

Yolanda Díaz ha conseguido ahora, con las listas de Sumar, lo que no pudo o no quiso hacer Pedro Sánchez: prescindir de Irene Montero. La ministra resta más que suma, dicho con permiso de ese “ejército de soldados tuiteros” que cada mañana señalan y difaman a todo discrepante. 

Podemos ha transigido con el veto, a pesar de que una vez dentro de Sumar, anuncia que insistirá en la inclusión de Montero. Su secretaria general, Ione Belarra, ha aceptado ir en las listas, no se sabe bien si porque fuera de esa candidatura presume que hará mucho frío o porque pretende reventar la campaña de la propia Yolanda Díaz, cuya cara irá en la papeleta para la que la sucesora de Iglesias tendrá que pedir el voto. 

Es todo una incógnita, salvo la contundencia con la que el telepredicador de Canal Red ha despachado la decisión de Yolanda Díaz de excluir a Montero para exigir que rectifique antes de que se cierre el plazo para registrar las candidaturas. Avisa de que es un error político que “le pesará enormemente, a lo mejor no la semana que viene o ni siquiera dentro de un mes y medio, pero creo que dentro de unos años”. Y añade más: “Si tú actúas así, le estás regalando la victoria a la mafia. En la izquierda debe haber unos mínimos códigos de lealtad, si no, estamos muertos”. ¿Dijo mafia? ¿Qué es lealtad? ¿Y tú me lo preguntas?, podría contestarle la lideresa de Sumar. “Lealtad… no eres tú”, añadiría.

El caso es que Sumar se presenta a las elecciones con la mayor alianza de partidos de la izquierda en democracia, pero también con el enemigo dentro. Esa es la realidad a la que se enfrenta Yolanda Díaz, quien por otra parte tarde o temprano librará dentro de ese espacio un debate sobre su legitimidad de origen porque nadie nunca la votó para que les representara. 

Pero esa es otra historia para después del 23J…