Mientras Rajoy y los suyos siguen lanzando las campanas al vuelo por lo que para ellos –pero para ningún analista mínimamente serio– son los “buenos datos económicos” que están llegando, en distintos ámbitos, entre ellos algunos empresariales, empieza a cundir la inquietud por la estabilidad del Gobierno mismo y, en concreto, sobre la fortaleza política del líder del PP. Es decir, sobre algo que él mismo reiteradamente ha dicho que constituye uno de los activos principales de la situación económica española frente a la de otros países y, más concretamente, Italia, en el marco de la tormenta financiera que, aunque aplacada provisionalmente, sigue amenazando a Europa.
Aunque Emilio Botín y el reducido grupo de grandes empresarios agrupados en el Consejo Empresarial para la Competitividad entonen al unísono con el Gobierno la consigna de que ha empezado la recuperación, esa campaña no está calando en el resto del mundo empresarial. En una encuesta realizada entre los 1.500 directivos que han participado en el Manager Forum, el 63 % de ellos respondía “no, en absoluto” a la pregunta de si tenía la sensación de que empieza a superarse la crisis económica.
Voces discordantes con la euforia gubernamental han empezado a oírse entre algunos exponentes de la CEOE. El Instituto de Estudios Económicos y el Círculo de Empresarios –bastiones del más extremo neoliberalismo español– han expresado últimamente dudas sobre el discurso triunfalista del Gobierno, y en la misma intervención en la que propuso que la edad de jubilación se eleve a los 70 años, José Luis Feito, presidente del primero, afirmó que España “sigue caminando al borde del precipicio”.
La escasez, y carestía, del crédito (seguramente esperando que alguien se lo crea, el BBVA acaba de pronosticar que eso empezará a cambiar en el 2º trimestre de 2014), la reducción sin freno del consumo (las ventas de coches acaban de registrar un nuevo récord histórico a la baja), la impresión generalizada de que la atonía de la demanda va a continuar por mucho tiempo, más la inexistencia de una política que impulse siquiera mínimamente la actividad económica (el presupuesto ha sido un fiasco total en esa dirección), son las razones principales de ese pesimismo. En las últimas semanas, un nuevo argumento ha surgido en más de una reunión empresarial: el de que la tensión social puede estallar de un momento a otro.
El gran éxito de la 'marea verde' de la enseñanza de este jueves debe de haber aumentado esos temores. Y no se puede descartar que los enseñantes sean, como ocurrió hace un año, los precursores de una nueva ola de movilizaciones frente a la que el Gobierno carece absolutamente de recursos y de argumentos.
La política europea sigue paralizada a la espera de que los democristianos y los socialdemócratas alemanes se pongan de acuerdo sobre el programa del Gobierno de coalición y, mientras tanto, el euro no deja de subir respecto al dólar, amenazando no sólo las exportaciones europeas al resto del mundo, entre ellas las españolas, sino también el inestable entramado que en estos momentos sostiene la moneda única, que de un momento a otro podría sufrir una grave sacudida, por culpa de Grecia, de Italia, o de Irlanda o Portugal. Esos y otros argumentos también alimentan la citada inquietud que se detecta en el mundo empresarial y del dinero.
Pero, además, en esos ambientes empieza a cuestionarse nuevamente la solvencia de Mariano Rajoy como líder de la derecha. En este terreno las opiniones se expresan bajo un tupido manto de discreción y, hasta el momento, ninguna voz reconocida se ha expresado al respecto. Sin embargo, la manera en que la dirección del PP y el Gobierno están haciendo frente al asunto Bárcenas y a la crisis de las relaciones Estado-Cataluña –en donde hay muchos empresarios y algunos muy influyentes– no ha dejado de hacer mella en esos ambientes.
A estas cuestiones en las que el Ejecutivo se está mostrando incapaz de avanzar lo más mínimo –el choque de trenes con Cataluña es una hipótesis cada vez más sólida y el PP se enfrenta a la perspectiva de que sus múltiples episodios de corrupción estallen en los tribunales en una situación preelectoral– se han añadido en los últimos días las secuelas políticas que en el interior de la derecha ha tenido la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sobre la doctrina Parot.
En este capítulo, Rajoy ha demostrado nuevamente su incapacidad de adelantarse a los acontecimientos, confirmando que el hombre trabaja al día y que bastante tiene con eso. Y el asunto le ha estallado en la cara, cuando era perfectamente previsible que la AVT iba a montar un escándalo por las excarcelaciones de etarras y que esa situación iba a ser aprovechada por los personajes –Esperanza Aguirre, José María Aznar y otros– que en el interior del PP años llevan años librando una batalla contra su actual líder. Que el partido vaya a estar presente oficialmente en la manifestación del domingo es una manifestación contundente de la debilidad de Rajoy frente a esas personas y a lo que representan, es decir, a las posiciones más extremas de la derecha.
Ese mensaje no sólo va a llegar muy nítidamente a Europa –en donde ya empiezan a escucharse opiniones para las que resulta intolerable que un Gobierno de la UE manifieste en la calle su oposición a la sentencia de un alto Tribunal Europeo–, sino que va a calar también en los círculos del poder político y económico español. Que la más extrema derecha del PP estaba imponiendo a Rajoy su intransigencia en lo relativo a las eventuales concesiones a Cataluña parecía relativamente claro. Ahora le está llevando a un disparadero en un asunto, el vasco, que parecía haber dado pasos indelebles hacia su pacificación. Rajoy ha cedido porque a quienes de verdad teme es a esos sectores de su propio partido. Que está claro que él siente que son mucho más fuertes de lo que entienden las gentes que están fuera de ese cotarro. Porque son, una vez más, los que pueden echarle del cargo o propiciar una dinámica que termine en eso. ¿Para calmarlos llegará hasta a ilegalizar a Sortu?