En España es habitual que cuando se discute sobre política educativa primero nos fijamos en un país con buenos resultados y que nos resulte simpático, y luego nos empeñamos en copiar lo que creemos entender que allí pasa. Si el país está gobernado por gente alta y rubia, como los finlandeses, nos parece que es ejemplar. Pero si son asiáticos, como los coreanos del Sur, miramos para otro lado, a pesar de que su pasado reciente se parece más al nuestro (país analfabeto, que tras una guerra civil pasa a una dictadura desarrollista y luego a la democracia).
Compartimos ese esquema de pensamiento colonial, en el que los mediterráneos estamos en la jerarquía por debajo de los nórdicos, pero por encima de los asiáticos. Por ejemplo, deberíamos estar más pendientes de Portugal, un país que ha progresado educativamente mientras España estaba estancada, y que partía de un peor nivel que el nuestro. Pero no, también son mediterráneos, como nosotros, así que nada podemos aprender de ellos. En vez de pensar que, precisamente, por ser una sociedad más cercana, nos podría enseñar más.
En este mundo científico lleno prejuicios, también subyace la idea de que España es homogénea, por lo que preferimos llevarnos por el papanatismo de que los rubios lo hacen mejor en vez de centrarnos y aprender de la diversidad interna que hay en España. Por un lado, las diferencias socioeconómicas entre comunidades autónomas son tan grandes como entre países de la Unión Europea, estando el País Vasco entre las regiones con más desarrollo de la UE, mientras que Canarias es de las que menos. Por otro, la descentralización autonómica nos permite comparar políticas educativas, para entender mejor la lógica del sistema educativo. Insisto que se trata de entender, pues uno de los males del debate educativo es creer que el objetivo de una comparación es copiar lo que hacen los primeros de una clasificación, como si la educación tuviese algo que ver con una competición deportiva.
En este punto comparativo, recientemente se han publicado los datos sobre inversión por estudiante en las diversas comunidades autónomas, que en promedio está en de 5.169 euros por estudiante. El caso vasco es muy diferente del resto de España, pues casi dobla la media nacional. Pero lo más llamativo es la contradicción de sus indicadores. Como cabe esperar de tan alto nivel de inversión, la tasa de abandono educativo es de las más bajas de la UE, mientras que la del conjunto de España es de las más altas. Como prueba de su excelencia educativa podríamos aducir la calidad de su sistema productivo, que superó de forma eficiente la crisis industrial de los ochenta y que ha sido de los que mejor ha soportado la última crisis económica.
Pero los resultados vascos en competencias (PISA) son malos, de los más bajos de Europa, y estadísticamente similares a los de comunidades autónomas con gran atraso educativo, como Canarias o Andalucía. Por otro lado, comunidades con mucha menos inversión por estudiante, como Castilla y León, obtienen buenos resultados en PISA, pero mediocres en abandono educativo y en desarrollo económico, o resultados regulares en PISA, pero buen desarrollo económico, como Baleares…
Sin necesidad de salir de España apreciamos que la relación entre diversos indicadores educativos, socioculturales y económicos no es tan simple como esos relatos causales lineales tan populares, ya sea en la academia, en los parlamentos o en los bares. En las últimas décadas cada vez más datos nos dicen que todos estos lugares comunes se alejan de cómo opera el sistema educativo y de sus relaciones con el resto de la sociedad.
Son demasiadas las inercias mentales con las que cargamos. Las mejoras educativas no son necesariamente mejoras económicas (mire Castilla y León, o el estancamiento de décadas en Japón,); la educación comprensiva es muy compleja como para lograr que su implantación sea siempre positiva (con la LOGSE aumentó el fracaso escolar); hemos pasado un umbral de inversión donde más dinero no se transforma necesariamente en mejoras educativas, por lo que no solo debemos pensar en cantidad, sino en calidad, a qué dedicar el dinero. Por no hablar de que, a pesar de los recortes, los indicadores de resultados educativos han mejorado, sin que se haya visto afectada seriamente la equidad del sistema.
En resumen, cuando miramos con tranquilidad la información disponible, sin dejarnos llevar por esquemas de uno u otro signo, la educación se revela como un fenómeno mucho más complejo y desconocido de lo que nos gustaría.