Coco, ayer empezamos a ver juntes la serie “Educación sexual”, que se acaba de estrenar en Netflix, en perfecta sincronía con la falsa polémica del PIN Abascal. Estábamos riéndonos porque en la serie, además de amagos de iniciación sexual adolescente, hay una supuesta epidemia de clamidia en el instituto, que algunos alumnos creen se contagia como se contagia un resfriado, y el pánico se extiende hasta que llegan los educadores sexuales a aclararlo. Estoy segura de que los del PIN esperarían que clamidia sea un nombre de mujer. Entonces pensé que cómo no se nos van a cruzar los mundos de la ficción y los de la vida.
En estos días has tenido que oír que hay políticos que están intentando apuntalar leyes para que niñas y niños no sean educados para diferenciar entre abuso sexual y sexo consentido, por ejemplo cuando los toca un cura o su propio padre. Que tampoco quieren educación sexual y anticoncepción para evitar el embarazo adolescente y el aborto inseguro, que mata a tantas jóvenes en el país donde nací y en otros lugares del mundo donde no es legal y se persigue a quienes se atreven a hacerlo. Sabes que están acosando y censurando a tus maestras.
Has tenido que oír cómo estas personas son indiferentes ante el sufrimiento de los niñxs y jóvenes LGTBQI como tú, que si por ellos fuera tendrían que sufrir eternamente el armario y el bullying. No les interesa normalizar la masturbación para evitar los sentimientos de culpa ante el descubrimiento del autoplacer. Prefieren el oscurantismo y seguir alimentando la cultura del pecado y del autoflagelo, porque no hay nada nuevo en las iglesias.
Sé que estas cosas te indignan incluso más que a mí. Te pusiste como una fiera con los comentarios sexistas y homofóbicos de aquellas niñas que decían que iban a votar por Vox. Tienes tu habitación decorada con todas las banderas gays. Me dijiste que te llamabas Coco y que el nombre que te puse cuando naciste ahora es tu deadname. El otro día fuimos a comer a un sitio y me hiciste muchas preguntas sobre sexo. Ese día nos sentimos más madre e hije que nunca. Aún así no has querido leer el libro sobre sexo de tu madre, porque tienes cosas más interesantes que hacer por ahora.
Me río cuando me cuentas de tu compañero de clase que te llama feminazi y al que le regalaste en el amigo secreto una bandera de España en la que habías escrito “aborto legal y gratuito bb”; pero en el fondo no me río tanto. Son tan peligrosos como ridículos. Los de aquí son iguales a los de allá. Un día te enseñaré sus estúpidos carteles. Los colgaron en todos los puentes de Lima. Enormes carteles que ponían: “Enfoque de género = Sexo anal”. “Enfoque de género = orgía infantil”. Tienen una obsesión tremenda con el sexo anal. Creen que puede volverte gay. Jajajaja. Esa mañana sus hijos, que iban al colegio, les preguntaron qué era eso de sexo anal que leían ahí en las calles. No supieron qué decir los tontos.
Desde hace un tiempo te radicalizaste. Estás ahí afuera, más afuera de lo que yo estuve nunca a tu edad, pero por eso mismo no tengo miedo. Lo tendría si nunca me hubieras dicho quién eres y entonces me tendría miedo a mí misma. ¿Sabes? A veces pienso que esos señores tienen miedo a sus hijos porque sus hijos representan el cambio, la transformación, la renovación, todo lo que temen. No imaginan la poderosa emoción que es ver a esas personas que salieron de nosotras y nosotros, pero que son solo de sí mismos, viviendo plenamente lo que son. Te “ideologizamos” para que defiendas la igualdad, tus derechos, tu libertad, eso es verdad. Y a tu amigo, el que te llama feminazi, lo ideologizaron para atacar esas cosas. Y sin embargo, ambos van a la escuela pública en teoría para ser educados según la Declaración Universal de los Derechos Humanos y eso es lo que vamos a defender juntes. Porque allí también estudia ese amigo tuyo que aún se muere de miedo de decirle a su madre que no es una chica. Pero tú siempre le dices su verdadero nombre. Y por eso te amo.