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Estas elecciones no son un referéndum sobre feminismo

Sería un error pretender hacer de estas elecciones una especie de referéndum encubierto sobre el feminismo e interpretar los resultados como si fuesen una consulta implícita sobre si el feminismo es “abolicionista”, “liberal” o “feminazi”.

Nunca hasta ahora, en nuestra democracia, se había prestado tanta atención al voto femenino. Es real que –a diferencia de otras convocatorias– los partidos políticos, a excepción de Vox, buscan captarlo. Desde el pasado 8M tratan de instrumentalizar o reinterpretar el boom feminista de los últimos años hasta el punto de que he llegado a temer la posibilidad de que, en su capacidad de querer reescribir la Historia, Clara Campoamor pudiese ser nombrada militante de honor del partido de Rivera o que el PP pusiera una demanda por la propiedad intelectual de la Ley contra la Violencia de Género. Menos mal que tenemos a los “vigilantes de las fake news” para poner las cosas en su sitio.

Sin embargo, lo que sí nos va quedando claro es que, desde las derechas menos extremas, quieren tener su cacho de pastel en esta lucha a favor de los derechos de las mujeres. Y, entre sus argumentos, encontramos que están a favor de nuestro derecho a no salir a las calles el 8M, a no hacer huelga de cuidados, a usar el masculino genérico, a defender a los hombres, a no abortar o a elegir si queremos ser mujeres con un rol liberal o uno más tradicional. Sin duda, todas ellas demandas legítimas, pero no feministas. Pensadas con algo más de profundidad no responden ni siquiera a situaciones fruto de la desigualdad de género sino más bien a su propio malestar político (el de las derechas) con el feminismo que creen más afín al PSOE y al que acusan de 'repartir carnets'.

Mientras esto sucede, también es a partir de otro malestar desde el que Vox construye su estrategia de captación de voto. Los de Abascal hace tiempo que se dieron cuenta, posiblemente muy a cuento de todo lo que se destapó con el caso de 'la manada', que tienen un nicho importante de votantes entre aquellos hombres que andan desconcertados, incómodos o directamente molestos porque sienten que se les ataca por ser hombres y que se menospreciada su masculinidad e identidad, que sienten que está en juego su presunción de inocencia solo por su género.

Es en ese “malestar” de los hombres y en su herida donde está encontrando el discurso de Vox su mayor filón. Y como estrategia no está mal pensada, pues los hombres son algo menos de la mitad del censo electoral. De hecho, es su intención de voto la que principalmente encumbra a los de Abascal en las encuestas. Si solo votasen las mujeres, los de Vox, reducirían a la mitad sus resultados.

Este dato, el cómo la ultraderecha está rentabilizando lo que en algunos foros del feminismo se empieza a nombrar como “el dolor de los hombres” me parece lo suficientemente relevante como para darle una pensada a cómo se construyen los discursos feministas y a cómo, sin pretenderlo, esto puede estar afectando y/o bloqueando la capacidad de comprensión, reacción e interacción de una parte muy importante de la sociedad.

De sobra sabemos que ni todos los hombres son violadores ni todos maltratadores, sin embargo, puede que debamos detenernos un momento a hablar y debatir en cómo hay mensajes que polarizan el binomio sexo-género hasta tal extremo que se olvidan de la otredad que puede encontrarse en un hombre no machista, en un hombre que puede ser hetero o no, que puede ser cis o no. En alguien que socialmente es leído como hombre y que no es el enemigo. Y esto, por obvio no debe serlo tanto cuando nos encontramos que el discurso de Vox está calando.

Solo por responsabilidad social, tenemos que empezar a subrayarlo y a explicarlo, puesto que de lo contrario nos encontraremos con situaciones absurdas y disparatadas como que a un hombre que asiste a su esposa en un su suicidio se le pueda llegar a juzgar por violencia de género porque se interpreta malamente una sentencia del Supremo (que yo no celebré) y que considera de forma automática como violencia de género toda agresión o violencia contra una mujer por parte de su pareja o ex pareja cuando este es hombre.

Imagino que desde el enfoque de universalidad, no discriminación y protección de los grupos vulnerables del que parte el pensamiento y el activismo de los derechos humanos es más sencillo no polarizar los debates, las posiciones ni las verdades. Sea como sea, y desde luego con enfoque feminista e interseccional, llega el momento, empieza a ser urgente, que en espacios seguros sigamos abordando estos debates y temas controvertidos que están sin resolver por mucha firma o mucho manifiesto.

Nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y nuestros derechos sexuales y reproductivos siguen en el centro de las políticas públicas. Es obvio. El tema no se puede cerrar sin más. Lo sabemos no solo las mujeres sino también quienes formamos parte de esas disidencias sexuales que estamos, como dice Paul B. Preciado en “Un apartamento en Urano”, en esos cruces que ponen “en cuestión la arquitectura política y legal del colonialismo patriarcal, de la diferencia sexual y del Estado–nación”. Estas elecciones no son un referéndum sobre feminismo ni una carrera entre los feminismos, son una pugna entre quienes quieren ver hasta dónde pueden llegar criminalizando y señalando a quienes no nos gusta polarizar con hostilidad ni tenemos una única verdad, ni siquiera la nuestra.