La emergencia climática siempre puede esperar
El chiste se cuenta solo. Lee de corrido los lemas de las diez últimas cumbres del clima:
De las palabras a los hechos. Todos juntos por el clima. De las palabras a la acción. Más lejos, más rápido, juntos. Cambiando juntos. Tiempo de actuar. Uniendo al mundo para hacer frente al cambio climático. Juntos para la implementación. Unir, actuar, cumplir. Solidaridad para un mundo verde.
Venga, ahora léelos sin reírte. Y luego intenta leerlos sin llorar.
Veintinueve cumbres después, aquí estamos, COP29 en Azerbaiyán, para seguir la broma del año anterior en Dubai. Que las cumbres ya se celebren directamente en países productores de energía fósil, y las dirija un ex ejecutivo petrolero (y negacionista además), es un avance: ya que a efectos ambientales no sirven de gran cosa, por lo menos aprovechemos para hacer negocios, convirtamos las conferencias en una feria de empresas y gobiernos. Con un lema Mr. Wonderful, eso sí, autoayuda climática para no desanimar al personal: juntos, acción, todos juntos, actuar, unidos, solidaridad, juntos, juntos, juntos.
Siento sonar cenizo, pero el balance de las 28 cumbres previas, y de los nueve años desde el Acuerdo de París, no puede ser más desolador. Una sucesión de expectativas frustradas, acuerdos no vinculantes e incumplidos, países contaminantes que no firman, promesas, conclusiones siempre “agridulces”, y lemas de taza de desayuno. La temperatura sigue subiendo, consumimos más petróleo y hasta más carbón, y las emisiones marcan máximos históricos. Pero seguimos comprometidos.
Lo que pasa es que siempre hay alguna urgencia que nos retrasa en nuestro compromiso. Estábamos todos a una, pero llegó la crisis financiera, económica y social de 2008, y hubo que esperar unos años porque la prioridad era salir del agujero, salvar el sistema bancario, recuperar el crecimiento, paliar los destrozos sociales. Una vez pasado lo peor, entonces sí era el momento, todos juntos contra el cambio climático… pero llegó la pandemia, y qué le vamos a hacer, hubo que aparcarlo otra vez. Nuestro compromiso seguía intacto, pero primero había que sobrevivir al virus y sus coletazos económicos y sociales.
Salimos de la pandemia, concienciadísimos además de nuestra relación con la naturaleza… pero llegó la guerra en Ucrania, y al menos Europa no estaba para transiciones ecológicas. Los optimistas pensamos que el cierre de grifos petroleros y gasísticos desde Rusia nos llevaría a replantear nuestro modelo energético, pero no tan rápido: algunos países se pusieron a quemar carbón a lo loco, y otros buscaron petróleo y gas en otros países. De rebote, una crisis de inflación que tampoco nos dejaba pensar en lo climático, otra vez debería esperar.
Y aquí estamos, con la DANA de Valencia en vísperas de la COP29, como prueba de que el cambio climático ya no es solo una crisis climática, sino que cada vez más es una emergencia climática. Tras aplazar una y otra vez las medidas drásticas porque había crisis económica, pandemia, guerra o inflación, estamos cerca del momento en que tengamos que aplazar las medidas climáticas porque la prioridad sea… hacer frente a las consecuencias del cambio climático. Aplazar los compromisos porque sea más urgente atender víctimas y destrozos, y prepararse para el siguiente desastre.
Y pese a todo, no podemos permitirnos ni el derrotismo ni el cinismo. Aunque hayamos rebasado ya varias líneas rojas y haya efectos irreversibles, cada grado, cada medio grado, cada décima de grado cuenta. Y nos va la vida en ello. Si para los gobernantes no es una prioridad, debería serlo para los ciudadanos; no limitarnos a esperar a la próxima cumbre, a ver si es la buena.
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