Voy a mirar la encuesta, a ver qué me pongo el 20-D...

Parafraseando la famosa frase atribuida a Eugenio D'Ors (“En Madrid, a las siete de la tarde, o das una conferencia o te la dan”), en esta España preelectoral, día sí y día también, o haces una encuesta o te la hacen.

Solo en los últimos siete días he contado nueve-encuestas-nueve, fijándome solo en medios nacionales, que seguro que me dejo fuera alguna autonómica. Una al día, y algunos con doblete. Ayer lunes, tres de golpe: ABC, Cadena Ser y Antena 3. Y todavía falta la madre de todas las encuestas, la del CIS, que golpeará la Tierra en los próximos días.

Ya sé que las encuestas solo marcan tendencias, son una foto fija de un momento, la única encuesta válida es la del día de las elecciones y todos los partidos duran noventa minutos. Pero más allá de los topicazos, las encuestas han cogido un protagonismo como no habían tenido nunca.

No digo entre políticos, sociólogos o periodistas, sino a pie de calle. Los votantes ya hablamos de la última encuesta (y cada día hay una última) con la misma precisión y pasión que de la clasificación de la Liga: quién va primero, quién remonta, quién cae a zona de descenso. Y como no hay dos iguales, cada uno puede quedarse con la que más le conviene y usarla contra la de del vecino, en discusiones de café:

“-Vaya, vaya, parece que Ciudadanos ya supera al PSOE según Metroscopia…

-No te creas, acabo de ver la de TNS y hay empate técnico.

-Espera, me llega un sondeo en La Sexta: Podemos recupera medio punto.“

Al seleccionador de fútbol que todos llevamos dentro, le hemos añadido en el último año un economista de andar por casa, y un politólogo en pantuflas. Y la insólita multiplicación de encuestas hace que nuestro politólogo interior levante la ceja: ¿por qué los medios están gastando tanto dinero en sondeos? ¿No estarán intentando influir nuestro voto? ¿O solo responden a la demanda de su audiencia, otra parte del show político en que vivimos?

La discusión sobre el poder persuasivo de la demoscopia es vieja: hasta qué punto influyen, el efecto bandwagon, underdog, etc. A ello contribuyen los propios políticos, siempre cuestionando la cocina ajena. O el hecho de que se prohiban en la última semana, dando por hecho que algo sí influirán. Y lo gracioso es que la única manera de saber si tienen algún efecto sobre los votantes es… preguntándoles en una encuesta. Si atendemos a las postelectorales de anteriores generales, el porcentaje de quienes dicen tener en cuenta los sondeos siempre es pequeño. Y entre esos, la mayoría suele decir que la encuesta lo reafirmó en su voto ya decidido. De modo que no, las encuestas no parecen influir tanto como creemos.

O para ser más exactos: no han influido hasta la fecha. ¿Seguirá siendo así hoy, cuando los expertos repiten que hemos entrado en terra incógnita y que nada de lo aprendido hasta ahora nos sirve en tiempos de cambio, volatilidad y nuevos actores? Además, aunque tradicionalmente el porcentaje de los influenciables sea pequeño, esta vez la victoria se juega a cara de perro y no sobra ni un voto.

Dicen que hay más de un 20% de indecisos-decisivos. Una barbaridad, si pensamos en lo ajustado de los pronósticos. Yo imagino a alguno de esos votantes indecisos, en la mañana del 20-D, mirando la ultimísima encuesta con la misma fe con que consultamos la aplicación meteorológica del teléfono para decidir la ropa (en vez de sacar la mano por la ventana): “Voy a mirar el tiempo, a ver qué voto útil me pongo para ir al colegio…”