Envuelvo luego existo

Esta es la versión más exitosa del pensamiento de Descartes cuando llega la Navidad. No importa el tipo de comercio al que acudamos ni lo que vayamos a comprar, al pasar por caja la frase que pronunciamos es siempre la misma: “Envuélvamelo para regalo, por favor”.

Muchos de los que pronunciamos esa frase somos conscientes de que el mejor residuo es el que no se genera y que uno de los preceptos básicos del consumo responsable es el de evitar los envases y envoltorios superfluos. Pero ese nivel de conciencia salta por los aires cuando llegan estas fiestas y entramos en los comercios con la gentil tradición de comprar para regalar. Una bella costumbre que sin embargo nos mete cada año en un lío medioambiental tan serio como absurdo. Porque si estamos de acuerdo en que la esencia del regalo es el envoltorio también deberíamos estarlo en que el envoltorio es la cosa más superflua del mundo: apenas dos segundos en nuestras manos (¡que será!) y a la basura.   

Uno de los paradigmas del envoltorio superfluo es el del perfume de alta cosmética. Resulta que lo que estamos comprando son los 50 ml (mililitros) de eau de parfum que hay en el interior del frasquito. Un líquido que cabría en una cuchara sopera y que sin embargo viene envasado en un cristal de fantasía que pesa hasta 20 veces más que su contenido. Tapado con una cápsula de plástico de dos piezas que a menudo es incluso más grande que la botella. Protegido por un cartón ondulado que se inserta en el interior de una cajetilla de cartulina gruesa a la que envuelve una bellísima caja exterior, de poligrafía grabada. Una caja envuelta en una película de plástico cerrada en su parte superior por un adhesivo de papel con el logo de la marca. Ya llevamos 7 capas diferentes de materiales de envasado… ¡y todavía no lo hemos envuelto para regalo!

Porque lo mejor de todo es que la amable señorita que nos ha asesorado en la tienda se lleva el perfume a la línea de cajas y antes de pagar nos hace la pregunta de marras: “¿Se lo envuelvo para regalo?” A lo que respondemos, por supuesto, que sí.

Y es ahora cuando la chifladura de los envoltorios alcanza el máximo nivel del absurdo. Lo más probable es que al requeteenvasado frasquito de perfume se le añada una capa de papel de celofán, varios trozos de cinta adhesiva, un lazo, un brillante adhesivo del tipo “Felicidades” o “Espero que te guste” y al final nos lo pongan en un rincón de una sofisticada bolsa de regalo diez veces más grande y nos la cierren por la parte superior con otro adhesivo de la marca de la perfumería o del centro comercial.

Estamos de acuerdo en que el regalo es fantasía, en que la ilusión y el misterio de desenvolver son la parte esencial de la emoción que nos produce recibir y entregar un obsequio. Por supuesto que un regalo entregado así, sin envolver, a bocajarro (ten, esto es para ti) no genera el agradable misterio de adivinar qué será. Pero eso no quita para que señalemos aquí y en estas fechas el alto coste ambiental que tiene la costumbre de envolver los regalos de Navidad cuantas más veces mejor.

El aumento constante de residuos es uno de los problemas más graves a los que nos enfrentamos. Por eso deberíamos empezar a plantarle cara a esta sinrazón de envolver los regalos hasta el infinito y más allá (como diría el bueno de Buzz Lightyear). Una costumbre ilógica que choca con la actitud de responsabilidad que mantenemos durante el resto del año: yendo a comprar con la bolsa puesta o comprando a granel para evitar más envases y separando los residuos en el hogar para llevar cada cosa a su contenedor.   

Abusar del envoltorio de regalo contribuye a inundar los vertederos y colmar las incineradoras con materiales mixtos que en su mayor parte no se pueden reciclar. Además, aun en el caso de que fuera posible reciclarlos, los contenedores urbanos deberían multiplicarse por 10 para dar cabida a tanto envoltorio desechado en época navideña.

Tal vez la solución pase por repensar la cultura del regalo, especialmente en Navidad. Por reducir la generación de este tipo de residuos ejercitando el sentido común. Un acto de responsabilidad ambiental que deberíamos asumir con urgencia.

Porque lo cierto es que estamos hablando de una opción muy personal. Hay mucha gente que se vincula de una manera muy especial con la Navidad y no permite ni un solo comentario respecto a los excesos que se cometen por estas fechas. Porque es Navidad. Probablemente este apunte les cause molestia. Les pido disculpas, pero es que acabo de llegar de pasear por el centro y me lo estaba haciendo encima.