Probablemente ni los mismos dirigentes de ERC pensaban que la pugna por liderar el partido acabaría siendo tan cruenta. Cuando un partido pierde la Generalitat asume que se sitúa en un atolladero del que debe intentar salir rápido (cosa que normalmente no ocurre) y de una manera mínimamente digna. Los republicanos no saben cuándo podrán recuperar una cierta normalidad, más allá de que en su congreso de noviembre elijan a una nueva dirección, y lo que es evidente es que está siendo un proceso sin el mínimo respeto que merecen sus militantes y votantes. Han optado por el peor de los caminos: ni barcos ni honra.
Oriol Junqueras, que parte como claro favorito, se ha pasado el verano buscando adhesiones. Recurre al método de profesor universitario que le encumbró en su momento y también a ese espíritu mesiánico que le ha funcionado desde que en septiembre del 2011 fue elegido presidente del partido. No han sido pocos años, pero su campaña se basa en presentarse como el aspirante renovador. Es un ejercicio de prestidigitación que si le sale bien será de los que se recordarán en la política catalana.
Si Junqueras se puede mostrar como el candidato que erradicará las malas praxis después de haber sido el presidente durante más de una década es porque la mediocridad, en algunos casos, y malas artes, en otros, de muchos de los que eran sus compañeros (que lo eran porque él los eligió para formar parte de la cúpula) lo hacen posible.
El expresidente de ERC aseguró esta semana en una entrevista en RAC1, la primera que concedía desde que abandonó el cargo para intentar recuperarlo de nuevo, que no sabía nada de acciones como los carteles difamatorios contra los hermanos Maragall, y argumentó que el resto de la dirección no le informó porque no le tenían “confianza” o porque intuían que él no daría su “aval” a una estrategia tan sucia.
Junqueras explica que la estructura paralela del partido que también se dedicó a difamar a adversarios con campañas anónimas se organizó mientras él estaba en la cárcel. Aunque no siempre fue así, puesto que acciones como la de enviar a un grupo de mariachis a la sede de Junts para que cantasen ‘La cucaracha’ mientras la ejecutiva decidía si salían o no del Govern de Aragonès se contrató cuando ya estaba fuera de prisión. Eso no presupone que lo supiese ni lo autorizase pero quien estaba al mando en ERC era él.
El aspirante con alguna opción a disputarle la presidencia, el bendecido por el sector rovirista, es Xavier Godàs, un nombre bastante desconocido dentro y fuera del partido, respetado en el ámbito de la sociología aunque con nula experiencia en organización política. En sus primeras intervenciones ha subrayado su voluntad de reforzar el mensaje de izquierdas. “Se trata de dejar de intentar gustar a todo el mundo”, repite. No critica la etapa de Aragonès puesto que ocupó un cargo en la conselleria de Derechos Sociales, pero sí se desmarca de la pretensión de acercarse a sectores más vinculados al poder económico, esos a los que ahora está contentando Salvador Illa con algunos fichajes y propuestas como la ampliación del aeropuerto del Prat o la promesa de más dinero para la escuela concertada.
ERC podría preguntarse qué ha pasado para que haya perdido tanta cuota de poder y tan rápido, desde la Generalitat a ayuntamientos como Lleida y Tarragona, pero ha optado por decidir antes el quién que el para qué. Quién debe liderar el partido pero sin debatir cuál será la estrategia para intentar recuperar votantes. Porque tanto los roviristas como los junqueristas han sido los que conjuntamente han tomado las decisiones más destacadas en esta última década. Desde la alianza con Puigdemont a rechazar que convocase elecciones en octubre del 2017, apoyar al PSOE en Madrid o facilitar la investidura de Illa. Sobre esta última, Junqueras juega al escapismo, argumenta que él ya había renunciado a la presidencia cuando se acordó votar a favor del líder del PSC y demostrando su habilidad para no responder cuestiones espinosas no avanza cuál será su táctica a partir de ahora si vuelve a asumir el control del partido.
Una pista interesante la ha dado Gabriel Rufián, uno de los junqueristas más acérrimos y que este miércoles advertía, con razón, a los socialistas de que algún día tendrán que plantarse ante Junts y que si negocian un nuevo techo de déficit con los de Puigdemont deberán hacerlo también con el resto de grupos. “Que el PSOE entienda que si lo abre para unos, lo abre para todos. Empecemos de cero”, avisó.
ERC tiene las manos mucho más libres en el Congreso que la pasada legislatura, cuando Aragonès necesitaba al PSC para sobrevivir en el Parlament. Además, uno de sus objetivos es desacomplejarse ante Junts y por eso su precio se puede encarecer tanto para Sánchez como para Illa. En el caso del PSC, la estrategia de Illa, pensada para cultivar con esmero al electorado sociovergente, les deja camino para circular por su izquierda en ámbitos como el modelo económico. Distinto es que sean capaces de hacerlo.