Los escritores cargan con las responsabilidades derivadas de sus obras, que pueden ser una carga tan pesada como su arrogancia; sin embargo, en la medida en que aceptamos los premios, también aceptamos su argumento, su carga ideológica. La institución otorga un reconocimiento a la figura premiada y, a su vez, la figura premiada reconoce y otorga credibilidad a la institución. Es por ello que hay quienes rechazan un premio u otro por venir de un Estado o una institución que repudian o no reconocen. Es parte de las muchas relaciones entre literatura y poder y entre escritores y política y, aunque queramos, no podemos escapar completamente a asumirlas.
Pero, como toda institución política, un premio que otorga un Estado también puede ser cuestionado por cualquier ciudadano de ese Estado aunque no opte a él, permitan que diga que el Premio Cervantes expresa perfectamente a un Estado con una cultura nacional excluyente, el Estado español. El “Cervantes”, el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, claramente el premio de mayor rango institucional que otorga el Reino de España desde 1976, responde a una política de la lengua y de Estado que tiene lógica, pretende rentabilizar simbólicamente el dominio de España sobre la lengua “castellana” o “española” que es también la de otros Estados americanos.
Eso va acompañado cada año con la reivindicación de la “universalidad” de la lengua castellana, refiriéndose a esos Estados y a los millones de personas que lo hablan y lo escriben. En consecuencia, cada año se premia por su obra literaria a un escritor o escritora en lengua castellana de cualquier lugar de España o América, tenga o no nacionalidad española.
El Premio Cervantes lo pagamos con nuestros impuestos los súbditos de este reino, todas las personas que tenemos ciudadanía española; sin embargo, una parte de esa ciudadanía está excluida de forma fáctica y simbólica del premio. Los escritores y escritoras con nacionalidad española que escriban en su lengua, siendo ésta distinta del castellano, no son considerados como posibles candidatos al premio. El año pasado lo recibió un escritor mexicano y este año uno barcelonés, pero si éste hubiese optado libremente por escribir en catalán en vez de en castellano no habría recibido el galardón. El autor de El Quadern gris, por ejemplo, uno de los mejores libros del siglo XX español, estaría excluido si viviese.
Se puede argüir que la finalidad del premio es cumplir esa función de política de Estado, pero hay una cosa que se llama democracia y ésta se rige por principios de igualdad entre ciudadanos. No me voy a referir a los conceptos de justicia, respeto e incluso elegancia y educación, prefiero preguntar: ¿es justo que a un autor se le excluya por razón de su lengua del premio que da el Estado al que pertenece? ¿Debe pagar su parte o, al menos, se le deducirá en los impuestos? Si a un trabajador autónomo de otra profesión, instalaciones eléctricas, fontanería, hostelería, ingeniería, asesoría fiscal..., se le dijese que está excluido de participar en un concurso público por razón de su religión, idea política o lengua todo el mundo entendería que es injusto. A los escritores les ocurre lo mismo, si les hacen cosquillas ríen como todos y si se les pincha, sangran como todos.
El Estado actúa de ese modo tan arbitrario con toda naturalidad con el Premio Cervantes y, como esa ideología de un nacionalismo chovinista se manifiesta de modo preferente en la política de la lengua, supongo que nadie se plantea que eso no es justo ni correcto, pero lo es. Y si hay una obra literaria escrita en otra lengua existente dentro de este estado que tenga carácter “universal” y eso no lo confiere el número de hablantes, el deber del estado es reconocerla y aún premiarla y promoverla como algo propio de lo que sentir orgullo compartido. No todo va a ser la selección de fútbol. De antemano sé que eso ni es ni va a ser así, que la idea dominantes es que una persona de un estado americano de habla castellana es más español que alguien que tenga ciudadanía española y tenga por suya una lengua distinta del castellano. España es así y veo que no quiere cambiar.
Esto no es una celebración de los premios de carácter político institucional, eso es tema aparte, ni mucho menos quiero discutir los fallos de esos jurados, por el contrario me alegro de que este año lo reciba Eduardo Mendoza, autor de una obra muy digna y una figura que difícilmente puede caer antipática. Solo quiero recordar que quienes entronizan “el sentido común”, el “como Dios manda”, “en los países normales”..., lo que hacen es negar lo que es justo y excluir a quienes ni piensan ni son como ellos. Y, como por ahora me dejan decirlo en algún sitio como este, lo digo.