Aquí andamos, dando vueltas a una noria en el hastío infinito de ver que apenas nada cambia en el paisaje. No a mejor, el paso del tiempo se muestra en el deterioro de algunas estructuras que amenazan ruina e incluso van cayendo al pasar de nuevo. Una repetición exasperante de los mismos errores, con sus mismas trabas e idénticas frustrantes resoluciones.
Resulta, por ejemplo, que el Gobierno “tragó” –es la expresión coloquial que más le cuadra- aprobando el año pasado la inclusión de dos miembros muy cuestionables en el Tribunal Constitucional que había presentado el PP. Atascado también desde 2019 – casi tanto como el Poder Judicial-, el PSOE y sus socios aceptaron lo que se consideró “perfiles duros” en dos magistrados: Concha Espejel y Enrique Arnaldo. Recordemos: Espejel, “querida Concha” como la llamaba Cospedal, fue recusada en el Tribunal de la Gürtel y otros procesos de corrupción del PP por su afinidad manifiesta con este partido. Arnaldo es un catedrático de Derecho Constitucional que maniobró con Ignacio González en sus trapicheos y que aparece él mismo en el sumario del caso Lezo. Arnaldo fue el que prometió a González hacer algunas gestiones para poner a un fiscal general “bueno”, según las escuchas legales grabadas por la Guardia Civil. Ambos habían manifestado previamente criterios negativos sobre asuntos a dilucidar –por ejemplo el proceso soberanista catalán- pero no se permitió la recusación. Todo lo contrario: en enero de este año el Pleno ratificó por unanimidad su decisión de que ambos jueces intervengan en las conclusiones. Odón Elorza y otros 10 diputados del PSOE, así como varios de Unidas Podemos, se negaron a apoyar a estos candidatos.
El PP conservó la mayoría en el Constitucional. El PSOE explicó que ese tema se resolvería en junio de 2022, que aceptando a Espejel y Arnaldo por imposición del PP “se garantizaba nueve años de mayoría progresista en el Constitucional”. Y, por si faltaran pocas venturas, era el medio de allanar la renovación del CGPJ. Pues ahora dicen que nones, que se quedan así. La sección conservadora se propone bloquear la renovación pendiente.
Y ya no hay quien se crea engaño alguno. Porque el Consejo General del Poder Judicial sigue la misma senda. Lleva 1.300 días caducado, 3 años y medio. Feijóo no tiene ninguna prisa. Como las encuestas y los fabricantes de opinión le auguran triunfos electorales, el PP y el propio CGPJ van a ver si aguantan hasta volver a ostentar todo el poder. Una anomalía democrática de primer orden. Sánchez intentó otras mayorías posibles para superar el bloqueo del PP, pero luego retiró la propuesta “en señal de buena voluntad” y hace ya dos años de esto.
Una anomalía más. España podría definirse como una suma de anomalías. En RTVE hicieron lo mismo. Esta vez con algún cómplice o incauto más. Jenaro Castro y Carmen Sastre, dos manipuladores de libro al servicio del PP, salen miembros del Consejo. Y presidente Pérez Tornero, presentado por el PSOE, del que pronto íbamos a ir conociendo sus peculiaridades. A saber: datos irrisorios de audiencia, una manifiesta manipulación a favor de la derecha en política nacional y el tremendo episodio de presión a la periodista Anna Bosch por poner un retuit crítico.
Montados en elefantes y caballitos de cartón damos vueltas y vueltas a lo mismo. A unas publicaciones a las que aún llaman prensa volcadas impúdicamente en el candidato del PP en Andalucía y mentiras cotidianas en la línea general hasta en informaciones situadas en Bruselas, como si no nos enterásemos de lo que ocurre de verdad. Y España siguiera siendo esa isla que en el franquismo exaltaba los triunfos deportivos como patrióticos para tapar todas las carencias.
Y la política. Apenas cambian algunas caras. Casado por Feijóo. En su primer debate en el Senado este martes, el mismo atrincheramiento en las posiciones, idénticos halagos de una prensa sesgada retorciendo la realidad. Y un error o engaño de bulto: la prima de riesgo española no está en 250 euros, el nivel más alto desde 2014, como ha dicho Feijóo, está en 113. Doblemente preocupante en un momento crítico en el futuro económico, debido a la inflación entre otras consecuencias de la guerra sobre Ucrania. Pero, sobre todo, asombra que una y otra vez se haga elipsis de las corrupciones, trampas y manipulaciones del PP y se aborde su presencia en la vida nacional como si todo ello fuera normal. Es otra de las grandes anomalías de este país. Foco de gran inquietud a poca responsabilidad que se tenga y con graves consecuencias, como el destrozo de la sanidad pública -perpetrada por otros partidos también- que es un verdadero atentado contra la salud y la vida de millones de ciudadanos. La propia sociedad debería exigir al PP una regeneración, porque todo país necesita el juego democrático entre ideologías serias y homologables.
La democracia es sin duda una suma de voluntades muy diferentes, pero debería ser exigible que no sirviera votar a corruptos ni a quienes destrozan la convivencia y la vida de las personas incluso. Quizás es la suma de anomalías la que lo hace posible. Y pasan los años y no mejora.
Tragar con estos sapos inmensos acaba llevando al poder a las marcas blancas del fascismo. Como esa temible presidenta de Madrid –cuyo hermano y sus mascarillas ha desaparecido de la actualidad-, y que no es ni siquiera llamada a declarar por su trágico protocolo para los geriátricos. Y encima quiere enmendar libros de texto porque en realidad confunde los términos y ve la educación en valores como una “apología” de la izquierda, cuando quiere decir de la democracia.
De todo ello, como consecuencia, pasamos a esa infección purulenta que invade de bulos terribles la actualidad y de ataques intolerables del matonismo ultra. El tiovivo se ha convertido en la cueva de los horrores con fosos plagados de pirañas hambrientas.
Se diría que todo se está rigiendo en el principio de la impunidad, en la libertad de destruir hasta la democracia. Y una vez más hay que insistir en que no bastan los logros reales del Gobierno –que los hay- en este paisaje putrefacto que se deja crecer sin más. Y que hay millones de personas en este país enormemente valiosas dispuestas a arrimar el hombro para cualquier empresa común, pero esta inacción en lo fundamental desarma, desarbola, hunde. Cada vez se extiende la idea de que no hay solución. Lo ponen arduo, sin duda, pero que ocurra con un gobierno progresista no cuadra.
La nube viene negra y monumental. El carrusel de noria gira y gira impasible sin que bajemos o subamos, montados en leones de cartón o jirafas de cuello corto. Leo estos días un fascinante libro titulado “Los hombres de la niebla”, firmado por Pablo Zarrabeitia. Muy cerca ya del final de sus páginas varias veces subrayadas, y entre intuiciones y temores sobre la conclusión del relato, se enmarca una rotunda certeza que, aunque referido a ciertas personas, sirve igual para los pueblos: “La experiencia ya le había enseñado muchas cosas. Y una de las más importantes es que no se puede salvar a alguien de sí mismo”. Y ahí estamos. Ahora.