Es Sísifo, pero su montaña es una de cadáveres políticos y su roca la presidencia del Gobierno de España. Pedro Sánchez ha burlado a la muerte, al suicidio y al asesinato, a los accidentes y las pandemias, a las guerras y a un volcán; tiene siete vidas y todavía va por la primera.
Una carrera contrarreloj contra el sanchismo. Estas semanas nos hemos reído muchísimo –yo el que más– viendo a esos Borjamaris, Beltranes y Pelayos ejerciendo por primera vez su derecho a manifestarse. Les hemos visto aprender, por las malas, que a una mani no puede ir una en tacones, que el fachaleco no repele las bolas de goma y que si un policía lleva el casco puesto lanza porrazos al aire como un ciego matando moscas. Sin embargo, el pasar de los días ha sentado mal a la legítima protesta contra la amnistía, y los manifestantes normales se han ido sustituyendo por una combinación lisérgica de santurrones, jubilados y neonazis, aunque también los hay que son tres en uno, dos en uno u otras fórmulas más grotescas de españolidad castiza. Diría que para las próximas elecciones no inflarán los barómetros para saciar sus fantasías megalómanas, pero dudo que sea así.
Abascal llega al Congreso y un puñado de fascistas –porque estos sí que lo son– le grita presidente, presidente. Con esto debería bastar, pero en el PP siguen sin entender nada. Resulta que a algunos conocidos míos les pareció poco ética mi cobertura de las manifestaciones de Murcia de la semana pasada porque saqué una foto de una señora pidiendo un taxi mientras sonaba el himno de España. Decían que empañaba una protesta legítima y que les parecía poco ético. ¿Sabéis por qué el PP repartía banderas gratis en los accesos de la plaza donde iban a manifestarse? Para que hicieran bulto y no destacasen los símbolos fascistas, porque por el reclamo de la protesta sabían perfectamente qué clase de chusma iba a aparecer por ahí. Se manifestaban, por cierto, porque Sánchez ha pactado con los independentistas vascos y catalanes. De Sumar ya nadie dice nada. El perro se ha comido sus deberes de hegemonizar. No les parece ético pactar con independentistas, y para ello, van de la mano de un escuadrón de las SS para protestar. He llegado a dudar si parte de la gente que se está manifestando estos días existe de verdad o es una alucinación postirónica colectiva de la izquierda, una especie de hipérbole berlanguiana que a base de ironizar en Twitter se ha ido convirtiendo en una realidad física y tangible.
Más allá del centrismo se especula con la fragilidad del Estado de derecho. Hipocondría judicial. La amnistía era el casus belli, pero lo que ha podido verse es una ofensiva masiva y descoordinada de la derecha en la que cada sector ha alzado sus propios estandartes, sus propios odios y ha arremetido contra las vallas policiales o la mitad de los artículos de la Ley de Seguridad Ciudadana. Enseguida pudimos ver que no tenía nada que ver con Puigdemont, que esta gente quería volver al siglo XX, y algunos a unos años antes de la batalla de Rocroi. Me preguntaba un amigo el otro día que qué opinaba de lo de la amnistía, y yo le respondí que me daba exactamente igual. Se quedó a cuadros. Pues yo creo que este país se va a la mierda, no sé, me dijo. ¿No es más práctico pensar que España está evolucionando? Los modelos territoriales no son impertérritos. Sus tiempos serán casi geológicos, pero nunca estáticos.
Hay una cuestión argumental. Hay razonamientos perfectamente legítimos y basados en cuestiones éticas y políticas –desconozco si jurídicas– en contra de la amnistía. Sin embargo, la mayoría de manifestantes entrevistados frente a Ferraz argumentan como cuando un niño pequeño con fiebre te explica un sueño que ha tenido porque la derecha no se ha molestado en hacer pedagogía. La emoción fagocitando la razón. Esgrimen un sentimiento de estar llevando a cabo una tarea histórica y que el mundo les mira con el corazón en un puño. Por eso se lanzan contra una porra extensible gritando Viva Cristo Rey y graban comunicados en inglés pidiendo auxilio a la comunidad internacional. Los niños de mayor quieren ser mártires. Por eso claman contra la dictadura en una manifestación legal frente a la sede del partido gobernante. Por un país que ya no existe, por una España metafórica casi relegada a un par de páginas del tema 6 de Historia en selectividad. El populismo les ha consumido y la emoción se ha impuesto a la razón, y ese estigma es ya generacional. Pasarán años hasta que esta polarización amaine.