Los líderes del PP se derriten con Felipe González porque es un auténtico conservador. No hay nadie en este momento en España capaz de construir y sostener una narrativa conservadora mejor que él. Un conservadurismo sentido y auténtico rige su visión del mundo. Y sobre todo, tiene la cabeza ordenada, porque no utiliza google ni acepta cookies. El mapa mental de sus lecturas sigue regido por el sistema de clasificación decimal de Dewey; en los anaqueles de su mente mandan enciclopedias y tesauros. Y eso da clarividencia.
En cambio, los líderes del PP andan todo el día azacanados, sudando un tuit aquí, afanándose en un mitin allá, como ejemplares puros de la ansiedad política. Llevan cinco años corriendo detrás del Gobierno para hacerlo caer y ocupar su sitio. Se levantan cada día convencidos de que ya lo tienen acorralado, pero resulta que no cae y ellos ya no pueden más. Sólo hay un momento en que dejan de correr: cuando Felipe lanza su prédica. Se paran, miran hacia su imponente torre de marfil, escuchan su perorata y dicen: no hay uno tan brillante en nuestro partido. Y tienen razón. Escuches a quien escuches en la cúpula del PP, casi todos sufren el síndrome que describía la Alicia de Lewis Carroll: tienen la cabeza llena de ideas, aunque ni ellos mismos sabrían decir cuáles.
Voy a intentar aclararlo, porque no tiene gracia: de hecho, es un drama. Un conservador quiere conservar. Parece fácil porque lo es: las etiquetas políticas se autoexplican bien salvo que nos quieran confundir. Siempre ha hecho falta gente conservadora en la política democrática. Los conservadores no creen en el cambio, son conscientes de la falibilidad humana y desconfían de las herramientas del progreso. Prefieren caminar por la historia con lentitud, porque temen los tropiezos, de los que el pasado está repleto. Por eso quieren mantener las tradiciones y las instituciones (y con ellas, a menudo, los privilegios y los intereses).
De todo esto, ¿qué ha conservado el PP últimamente? A bote pronto me vienen a la cabeza diatribas contra: el Tribunal Constitucional (“cáncer de la democracia”, según González Pons); la Oficina de Conflictos de Intereses (“órgano del Gobierno nombrado por el Gobierno”, según Elías Bendodo); la Fiscalía General del Estado (han reprobado al fiscal en el Senado, asimilándole al gabinete ministerial). En el Consejo del Poder Judicial van más allá del tibio entrismo de los trotskistas y practican el quedismo: entrar para quedarse. En cuanto al sistema electoral, clave de bóveda del régimen democrático, ¿qué le parece al PP digno de conservarse? Bastante poco, por lo que parece: han arremetido contra el INE, que hace el censo electoral; contra el CIS, que hace las encuestas; contra Indra (que, según González Pons, cuenta los votos). Lo de Feijóo con el voto por correo fue un precioso gesto subversivo: llamó a la insubordinación de los carteros contra la cúpula de Correos. También han arremetido contra los pactos entre grupos políticos, mecanismo crucial de la democracia parlamentaria que ha sido tildado de “fraude electoral” también por Feijóo.
El conservadurismo es una posición discutible, pero una posición. Lo que hace el PP no es discutible: mal se puede discutir aquello que no se entiende. Y por más que una se esfuerce no hay manera de entender lo que está haciendo el PP. Si se trata de correr y correr hasta chocar de frente con el Gobierno en cualquier asunto, ya ven que Abascal ha llegado rápido hasta Jerusalén. Nota al pie: la ultraderecha no es conservadora, su objetivo es desestabilizar las instituciones para arramblar con ellas. En esa carrera siempre van a ganar al PP.
Yuval Noah Harari se refiere al “suicidio de los partidos conservadores” como un fenómeno global. En Estados Unidos, el Partido Republicano ya ha caído en manos de los trumpistas; en Italia, la derecha empezó aceptando como socio al partido postfascista Hermanos de Italia, de Giorgia Meloni, y ha acabado subordinada a ellos. Los conservadores hacen mal el papel de revolucionarios, porque va en contra de su naturaleza. Ojalá después del 9J desciendan los niveles de ansiedad en el PP. Así los conservadores honestos que hay en ese partido podrán por fin aglutinarse y hacerse oír para diseñar de una vez un proyecto conservador para España. Lo necesitamos.