Coincidieron en formas futboleras los escasos congregados en las respectivas sedes del Partido Popular y de Ciudadanos: “Yo soy español, español, español”, entonaron ambos, un tanto forzados. Pero esos españoles han perdido el partido. Pues, como anunció Errejón en la plaza del Museo Reina Sofía, ante una multitud que volvió a la calle porque en la calle fraguó este cambio, “España ya amanece otra”.
Aunque no deje de sorprender que queden tantos españoles que votan a un partido infestado de corruptos, incapaces y adalides de la austeridad ajena, en Génova apenas se oyeron un par de “campeooones, campeooones”, tan espurios como los saltitos de Rajoy en el balcón. Tenía poco motivo para saltar un presidente que no podrá formar gobierno.
En un cierto modo, Podemos ha ganado las elecciones porque ha demostrado ser capaz de organizarse en un tiempo record y sin grandes apoyos financieros, de canalizar el cóctel social de frustración y deseo, y de asaltar el futuro: ha roto el “turnismo” bipartidista y, con él, la asfixiante, deprimente dinámica política del callejón sin salida. Nada podrá volver a ser lo mismo, más de lo mismo.
Pero tampoco, en el más que posible caso de que se convoquen unas nuevas elecciones, la configuración de Podemos deberá ser la misma: se impone la necesidad de sumar los votos de Unidad Popular y los votos de PACMA: 900.000 por un lado y 220.000 por otro. Todos deberán estar por encima de sí mismos, a la altura de la generosidad. La alternativa que ofrece la Historia es una candidatura de confluencia, respetuosa con las diferencias y responsable con la coyuntura. Con qué democracia se le puede llenar la boca a este país (del que admira su capacidad de transformar en acción la indignación o de dar tanta voz a quienes no la tienen) si no es capaz de sumar fuerzas para aprovechar la ocasión de construir esa otra España que ya ha amanecido. Si no ha sido a la primera, tiene que ser a la segunda. Cataluña, Valencia y Galicia han demostrado que la unión es el camino. Quien no quiera sentarse a trabajar por lo suyo con alguien como Ada Colau, Mónica Oltra o Martiño Noriega solo demostrará ceguera política y egoísmo ideológico.
Lo otro es Gómez de la Serna, diputado por Segovia; Fernando de Páramo acusando en pleno recuento a las confluencias de “antisistema” y “amalgama de perdedores”; y un PSOE que o se suicida o se reinventa (se aplica el cuento) para optar a formar parte de lo que el propio Sánchez declaró en Ferraz: “España quiere izquierda”.