“Hoy para mí es un día verdaderamente triste”, dijo Esperanza Aguirre al salir del juzgado, y miles, cientos de miles, quizás millones de madrileños dijeron todos a una: “Hoy para mí es un día verdaderamente feliz”. A continuación Aguirre echó unas lágrimas, y esos miles, cientos de miles o millones se dividieron entre quienes se burlaban de su llanto, quienes le afeaban el teatrillo y quienes las dos cosas a la vez.
Solo ha sido un interrogatorio judicial, y además como testigo, pero en mi barrio me pareció oír petardos y trompetas futboleras. No quiero pensar la fiesta que se montará el día que le llegue la hora y sea ella la investigada, imputada o quién sabe si detenida, que no hay nada inverosímil a estas alturas. Lo raro es que no circule ya por whatsapp un pásalo tipo “el día que caiga Aguirre, todos a Sol a las 20h”. Alguno tendrá ya el cava en la nevera.
No recuerdo otra dirigente política en la España reciente que haya reunido tantos odiadores a su alrededor como la expresidenta madrileña. Si no fuera porque es un fenómeno más regional que nacional, superaría al mismísimo Aznar de los días de guerra, chapapote y 11M. De hecho, ese parece ser su último servicio al PP, lo único que justifica ya su permanencia en la política: servir como diana, distraer nuestro desprecio, hacer buena a Cifuentes por contraste.
No es raro que tantos celebren su caída: en menos de una década de gobierno Aguirre dejó miles, cientos de miles, millones de damnificados. De su desgracia se alegran, en primer lugar, los votantes socialistas a los que birló la presidencia con el Tamayazo. A su alegría se suman profesores de la Marea Verde, médicos de la Marea Blanca, trabajadores de Telemadrid, colectivos vecinales que sufrieron sus atropellos urbanísticos, plataformas de todo tipo creadas para resistir sus políticas, usuarios de servicios públicos deteriorados y/o privatizados, pacientes de hospitales y ambulatorios sometidos a su experimento sanitario, madres y padres de la escuela pública, estudiantes seudobilingües, y en general cualquier dañado por el neoliberalismo versión Aguirre (mix castizo de libre mercado, mamandurria y saqueo de lo público).
Añadan a la celebración a muchos otros madrileños que, sin pertenecer a ninguno de los colectivos anteriores o no molestándoles tanto esos destrozos, sí se sienten asqueados por el pillaje que las ranas aguirristas han hecho sobre el dinero público con Gürtel, Púnica, Fundescam, Canal y demás tramas y tramitas. Y por último, sumen a no pocos compañeros de partido que también festejan hoy.
Junto a quienes celebran, habrá quien se solidarice con su desgracia, claro. Algunos afectos quedarán entre sus votantes, pues no hay que olvidar que Aguirre ha sido tan odiada como querida, ganando mayorías históricas para el PP y conectando ideológica y emocionalmente con un sector de la población que la adoraba. Algunos quedarán, como también la acompañarán en el sentimiento todos aquellos jetas que vivieron su gobierno como una barra libre sin fin.
Hace diez años, cuando el aguirrismo estaba en su máximo apogeo, Telemadrid lanzó una campaña promocional que se convirtió en uno de los mayores autotroleos de la historia, inolvidable. El lema era “Espejo de lo que somos”, presentando la televisión madrileña como un espejo de los ciudadanos, pero muchos leímos “Espe jode lo que somos”, referido a Esperanza (Espe) Aguirre. Maravilloso.
Yo hoy le he puesto un título poético a mi artículo, porque tengo el día inspirado, pero habrá quien quiera leer otra cosa. Es el odio que os nubla la vista, cuidado.