La valoración moral del programa 'Operación Palace' presentado el pasado 23 de febrero de 2014 por Jordi Évole depende de en qué categoría se encaje. Si es periodismo, se trata de una falsedad, una traición a su público, un desastre integral que arrasa para siempre con cualquier credibilidad que pueda tener su director. Si lo consideramos entretenimiento, incluso con contenido político, es un valeroso intento de enfrentar a los telespectadores con la esencial facilidad de manipulación del medio, y un ingenioso modo de iniciar una conversación sobre los rincones oscuros de aquellos hechos históricos, que todavía quedan.
El verdadero problema, y el origen de la actual y enrabietada polémica que arde en las redes sociales y los medios, es que cualquier solución por la que se opte cometerá un error de categoría. Porque Jordi Évole no es periodista ni deja de serlo, sino todo lo contrario.
Por supuesto que por formación, y por sus numerosos premios, podemos considerar que Évole es periodista, y de los mejores que hay en este país. Pero también es cierto que empezó en televisión, un medio donde información y entretenimiento se mezclan, como humorista y actor; que durante años desarrolló esta faceta compaginando su personaje televisivo (El Follonero) con espectáculos teatrales, y que el propio programa Salvados nació como una mirada humorística a la actualidad del momento. Él mismo no se considera un periodista de referencia y reivindica su historial en el humor.
De hecho, esta mezcla de humor y periodismo no es nueva, ni particularmente original, ni en absoluto indigna. Otros programas, como El Intermedio, de su compañero de cadena El Gran Wyoming, lo llevan a cabo con gran dignidad. En otros países, ejemplos como el de The Daily Show, de Jon Stewart, o The Colbert Report son habituales. Y algunos todavía recordamos con nostalgia el inefable CIN Noticias, de Moncho Alpuente, en El peor programa de la semana, allá por 1993-1994. El género del falso documental –o mockumentary– está, por otro lado, perfectamente establecido. 'Operación Palace' no tiene nada de qué disculparse en ese aspecto.
La duda surge cuando se considera este proyecto (por cierto, ajeno a Salvados) como periodismo, y a Évole, como exclusivamente periodista. Pero esta duda no tiene su origen en sus acciones o en el programa. Nace de la decadencia del periodismo, en la crisis profesional de la prensa.
Porque lo que ha ocurrido, y no sólo en España, es que el humor sobre la actualidad se ha acabado convirtiendo en una de las mejores maneras de informarse. Y no tanto por méritos propios, que los tienen, sino por incomparecencia ajena: por la desaparición del periodismo de verdad.
¿Por qué Salvados se ha convertido en uno de los programas informativos imprescindibles en la parrilla televisiva española? ¿Por qué Jordi Évole está considerado como uno de los mejores y más incisivos periodistas nacionales de investigación? Por sus propios méritos, sin duda. Pero ¿cuáles son esos méritos?
Realizar reportajes sobre temas de especial interés ciudadano que no se suelen tratar en la prensa convencional. Hacer preguntas que los periodistas no suelen hacer a personajes que no suelen ser interrogados. Sacar a la luz temas que la prensa ha arrumbado por no considerarlos noticia o porque, tras años de sacarlos a la luz, nada había conseguido (como el accidente del metro de Valencia). Hacer preguntas impertinentes sobre asuntos que afectan directamente al respetable, y conseguir respuestas que no suelen darse. Es decir, hacer periodismo.
Periodismo del clásico, irreverente, bandarra y un poco incorrecto que se glorifica en la mitología de la profesión, desde Luna nueva o Primera plana, El gran carnavalEl gran carnaval, Todos los hombres del presidente o la serie Lou Grant. Periodismo del que debería estar haciendo la prensa pero no se hace lo suficiente. Periodismo, pura y simplemente.
Lo que ha dado lugar a la confusión de categorías, a la mezcolanza y el desplazamiento de los programas de humor sobre la actualidad –y quienes los hacen– hacia las noticias y el periodismo, es la incomparecencia del propio periodismo, su incapacidad o su impotencia.
Por toda una serie de cuestiones complejas, la prensa y los medios de siempre han dejado de ser efectivos en su trabajo, y los humoristas han acabado ocupando el hueco que dejan. Probablemente, el mejor ejemplo de este monumental error sea aquella entrevista en la que Jon Stewart acusó a los presentadores del programa político 'Crossfire' de la CNN de 'dañar a los Estados Unidos' y de tomar como referencia de integridad a su propio canal, Comedy Central. Un humorista criticado por periodistas por la calidad... de su 'periodismo', que era humor. Un desastre integral.
Ésta es la clave de todo: el hueco periodístico que ha permitido que programas originalmente humorísticos se conviertan en la mejor opción para comprender la actualidad por la falta de agallas, el partidismo y los efectos de la crisis en los medios convencionales.
Súmese el poder hipnótico de la televisión, agítese en un debate político cada vez más enconado, y el resultado será un cóctel explosivo de confusión partidaria capaz de incendiar la red social más ignífuga. El error de categorías: confundir prensa con humor, noticias con ficción, y viceversa. Y así nos luce el pelo.