Será tal vez por mi dedicación profesional, pero cada vez me preocupa y me afecta más lo que en las esferas políticas se está haciendo con nuestra lengua, que es patrimonio de todos nosotros y que cada vez con más frecuencia se empobrece, se retuerce, y acaba por convertirse en un instrumento solo destinado a insultar o a pervertir el significado de las palabras para ofender al contrario. La población recoge esas palabras mal usadas, las copia, las incorpora a su vocabulario activo y al final acabaremos sin ser capaces de entendernos porque cada hablante le asigna un significado diferente a la misma palabra. Por poner un ejemplo, si al oír “madera” unos entienden lo que siempre se ha entendido por “madera” y otros entienden “metal”, vamos a tener un problema de construcción al elegir los materiales, mucho más si tenemos que trabajar en el mismo equipo.
Hace un par de días oí, con suma perplejidad, que el portavoz de la campaña del Partido Popular, el señor Sémper, ha tachado de “excéntrica” la propuesta del presidente del Gobierno de debatir con el señor Núñez Feijóo de cara a las próximas elecciones.
¿Se trata, quizá, de que en nuestro panorama político tenemos personas que no dominan la lengua del país? ¿Era consciente el señor Sémper de lo que significa la palabra “excéntrico” o es simple ignorancia? ¿Qué puede tener de “excéntrico” que se celebren todos los debates públicos que hagan falta para que la población vea cómo formulan y piensan y reaccionan las personas que aspiran a convertirse en elementos clave del gobierno de España en la próxima legislatura?
Excéntrico, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua significa “de carácter raro o extravagante”. ¿Resulta que ahora los debates políticos son, de pronto, raros y extravagantes? ¿No resultaba más extravagante la situación que vivimos en un pasado no muy lejano y que posiblemente recuerden, cuando el presidente Mariano Rajoy aparecía en las conferencias de prensa por pantalla interpuesta y no se permitían preguntas de los periodistas asistentes?
Sin abandonar el diccionario, “excéntrico” significa también “artista de circo que busca efectos cómicos por medio de ejercicios extraños y que, generalmente, toca varios instrumentos musicales”. ¿Era eso lo que pretendían decir sobre el señor Sánchez? ¿O se referían más bien a la definición geométrica: “que está fuera del centro, o que tiene un centro diferente”? Pues claro que el PSOE está fuera del centro; quizá no se hayan dado cuenta de que están hablando de un presidente socialista y, por tanto, de izquierdas.
Si un portavoz no es capaz de usar apropiadamente un concepto tan simple y conocido como la excentricidad, no resulta extraño que tengan miedo del debate público y utilicen todos los argumentos posibles e imposibles para evitarlo. Hablar es, en la base, articular el pensamiento mediante la palabra, con la intención de que el oyente lo escuche y lo comprenda, aunque no esté de acuerdo con lo que ha oído. Pero, claro, si no dominan las palabras con las que deberían dejar claro su pensamiento y no se sienten capaces de defender sus posiciones con argumentos sólidos, no es de extrañar que recurran a juegos tan pueriles y tan transparentes como pedir calma a un político que es el epítome, la quintaesencia de la calma en todas las situaciones a las que ha tenido que enfrentarse en los últimos cuatro años, que no han sido pocas ni fáciles.
Es correcto y natural que cada partido tenga sus ideas y trate de defenderlas con los argumentos que más pertinentes le parezcan. Lo que no me parece ni correcto ni adecuado es que la comunicación se produzca tergiversando palabras, insultando a los miembros de otros partidos o negando la posibilidad del debate político y público al más alto nivel que, desde siempre, es base de todo posible entendimiento.
A veces tengo la sensación de que el funcionamiento político actual no va orientado ni a gestionar el país y sus problemas de la mejor manera posible, ni a llegar a acuerdos sensatos con los representantes electos de otros partidos. Parece que se olvida cada vez con mayor rapidez (y desfachatez) que el diálogo se inventó para escuchar unas veces y hablar otras, después de haber ponderado lo oído. Todo el mundo habla al mismo tiempo, nadie escucha a nadie; antes de que uno termine de hablar, el otro se lanza a insultar sin haber tenido tiempo ni calma de pensar sobre lo que acaba de oír, y, en lugar de utilizar argumentos, se usan armas arrojadizas en disfraz de palabras.
No me gusta el desarrollo de esta “in-cultura” de la comunicación. No me parece bueno que las generaciones jóvenes tengan como modelo este funcionamiento en que se oye más al que más grita o al que más insulta. No me parece aceptable que la población se vea privada de un debate público entre las y los políticos que se presentan a unas elecciones generales. Los debates son necesarios para poder calibrar a los candidatos y es fundamental que las personas cabeza de partido tengan la ocasión de mostrarse en televisión frente al electorado. No todo el mundo puede o quiere asistir a un mitin de cada partido por separado. Lo que de verdad ayuda a comprender y decidir es ver a dos personas intercambiando ideas y proyectos de futuro, ver cómo lo hacen, cómo reaccionan, qué clase de personas son las que quieren representarnos como pueblo durante los próximos cuatro años.
Es fundamental que el electorado tenga la posibilidad de verlos a todos y todas en acción, en debate, contestando preguntas, reaccionando frente a sus adversarios políticos. No podemos conformarnos con palabras vacías, como las que se han estado usando en las últimas elecciones, ni con palabras tergiversadas con intención de ofender, ni con ese blablá mediático que no significa ni aporta nada, que es un simple hablar por no callar. Me parece terrible pensar que una buena parte de los votantes va a depositar su voto en la urna sin haber tenido ocasión de saber qué han hecho de bueno y de malo quienes han estado en el gobierno hasta el momento, así como qué proyectos y planes tienen los partidos que desean gobernar o llegar a formar parte del gobierno; quiero ideas, pensamientos, propuestas, argumentos, debate civilizado, elegante, inteligente. No quiero que nos gobierne quien más grite o quien más ideas de perogrullo aporte por mor de la originalidad.