Es probable que si tiene cerca a adolescentes haya sentido la culpa que muchos de ellos trasladan cuando en un medio aparece una información referente al cambio climático. Para la mayoría de ellas y ellos el reciclaje no es un quebradero de cabeza y entienden perfectamente por qué es tan importante. Los más concienciados practican el voluntariado ambiental y ven normal dedicar una mañana del fin de semana a recoger colillas en el barrio o plásticos en la playa o la montaña. Exigen y con razón una calidad ambiental del aire en los centros de unas ciudades en las que lo único que piden muchos de sus vecinos es poder respirar en condiciones.
Claro que tienen contradicciones y que también muchas de sus actividades habituales contribuyen a aumentar la huella de carbono. Desde los millones de consolas a las horas de streaming. Pero sus incoherencias son una broma al lado de los ciudadanos que miran hacia otro lado o son directamente negacionistas aunque no se reconozcan como tales.
Hay adultos que prefieren hacer mofa de las personas que sufren ecoansiedad en vez de pensar que hay motivos más que sobrados para padecer este tipo de angustia. Glasgow COP26 fue bautizada como la cumbre de la generación con ecoansiedad. Estudiantes y activistas se desplazaron a la ciudad escocesa en nombre de tantos otros que están cansados de discursos vacíos mientras sienten que se les deja un mundo peor por más que ellos quieran evitarlo.
Es más fácil meterse con Greta Thunberg, criticar que se haya convertido en un icono y referirse a estos movimientos de jóvenes como una muestra de histeria colectiva, que asumir que la lucha contra el cambio climático es el mayor reto que tenemos por delante como especie. Indigna la incompetencia de los políticos que emulando a Trump o mintiendo como China se limitan a repetir mensajes negacionistas. Aquí van algunos ejemplos recientes. El portavoz del PP en la Asamblea de Madrid, Pedro Muñoz Abrines, afirmó esto hace unas semanas: “Que en el mes de junio o julio haga calor es de lo más normal”. El consejero de Justicia de Madrid, Enrique López, aprovechó para confrontar con el Gobierno el 20 de julio al defender que “decir que el cambio climático mata no es digno de un presidente. Esas personas han muerto por las llamas de un incendio”.
El último en sumarse a la lista de despropósitos ha sido el consejero de Medio Ambiente de Castilla y León, Juan Carlos Suárez (PP), quien ha culpado de los incendios a los ecologistas y sus “nuevas modas”. Castilla y León ha sufrido los dos incendios más graves de la historia de la comunidad (Navalacruz en Ávila y la sierra de La Culebra en Zamora) y el de mayor extensión de España (Losacio, Zamora). Los equipos de bomberos forestales llevan años reclamando que el operativo se mantenga al cien por cien en invierno para realizar labores de prevención. PP y Vox se negaron y ahora echan la culpa a los ecologistas. Hace tiempo que las administraciones saben que es imprescindible mejorar la gestión forestal y priorizar la prevención. Pero es más fácil culpar a Greta o a Greenpeace.
La verdad cotiza cada vez menos y las declaraciones antes citadas son solo una muestra. Pese a que los científicos nos han explicado bien clarito que cada vez habrá más olas de calor y llegarán más pronto, en la televisión aparece Esperanza Aguirre riéndose de un experto cuando explica que en España ha subido 1'7°C la temperatura en 150 años. Los humedales se desecan y los glaciares desaparecen. Francia ha perdido el 40% de su superficie glaciar en 40 años.El aumento de las temperaturas causará la desaparición de la mayoría de los glaciares alpinos por debajo de los 3.600 metros de altitud antes de finalizar este siglo. La tendencia allí, igual que en el Pirineo, se acelera. Más piedras, más derrumbes, menos agua en los valles y a la vez mayor riesgo de inundaciones descontroladas. No es una distopía. Cualquiera que sea aficionado a la montaña habrá visto la evolución y sabemos ya que serán más frecuentes accidentes como el provocado a principios de mes por el desprendimiento de una parte del glaciar de la Marmolada, en los Alpes Italianos. Los seis años transcurridos entre 2015 y 2021 son los más cálidos de los que se tienen datos. La década de 2011 a 2020 fue la más cálida jamás registrada.
La factura la pagaremos todos aunque, de nuevo, los que más sufrirán serán los que menos tienen. Madagascar está considerada una especie de zona cero, el punto que sufre oficialmente la primera hambruna atribuible al cambio climático, según Naciones Unidas. La ministra de Medio Ambiente de Madagascar, Baomiavotse Vahinala Raharinirina, la describió así durante su intervención en la cumbre de Glasgow: “La situación es crítica y las previsiones en materia de lluvias no son buenas. La desertificación, la temperatura de 45° grados durante todo el año, la falta de agua, las mujeres que ahora caminan 20 kilómetros para llenar un bidón de agua y poder beber son ya realidades”. No es que antes estuviesen bien sino que en los últimos cuatro años la cosa ha ido mucho peor. Así que sí, el cambio climático mata a bomberos, forestales o agricultores en los cada vez más frecuentes incendios. Mata a través de sequías e inundaciones, mata a los que tienen que migrar para sobrevivir, y mata literalmente de hambre a muchos de los que se quedan. Que aún así haya quien por codicia o mala fe lo niegue lleva a concluir que igual sí que merecemos lo que nos pasa y que no es otra cosa que acelerar también nuestra extinción.