Si era tan fácil, ¿por qué no lo hicieron antes?

En los últimos diez días, exponentes del poder central y del poder catalán han dialogado bastante más, y además en buen plan, que en los últimos diez años. Asimismo la animadversión extrema que existía entre el PSOE y Unidas Podemos, y viceversa, ha desaparecido como por ensalmo. Ahora solo hay voluntad de acuerdo y buenas palabras entre ambas organizaciones. Hasta el punto de que un entendimiento entre todas esas fuerzas y unas cuantas más, hasta Bildu, para investir a Pedro Sánchez y luego formar gobierno parece lo más probable. ¿Qué milagro ha hecho posible algo tan impensable hace nada?

Seguramente han sido tres los factores que han influido para producir esa sorpresa. Uno, que tanto el PSOE como Unidas Podemos han debido de concluir que llevar al país a unas terceras elecciones podía provocar un rechazo sin precedentes entre sus votantes. Dos, que Ciudadanos prácticamente ha desaparecido del panorama, con lo cual el sueño de Pedro Sánchez de llegar a La Moncloa de la mano del partido de Albert Rivera se ha desvanecido sin remisión. Y tres, que si bien el PSOE y UP perdieron votos y escaños, los resultados del 10 de noviembre les han conferido una posición de ventaja.

Porque, más allá del ruido mediático que ha tratado de confundirlo todo, un dato manda sobre todos los demás. El de que el conjunto de la derecha ha perdido las elecciones y dado su enfrentamiento axiomático con los nacionalistas, carece de posibilidad alguna de ser alternativa de gobierno. Sí, Vox ha conseguido 52 escaños, pero Ciudadanos se había hundido y la suma sigue sin dar.

Sí, aunque en esto último se parecía, la situación que abría el 10 de noviembre no era idéntica a la que crearon los resultados del 28 de abril. Pero, aparte de la ruina de Ciudadanos, tampoco era tan distinta. Lo que de verdad ha cambiado en esos seis meses ha sido la actitud y el planteamiento de los dos líderes de la izquierda y particularmente los de Pedro Sánchez que, de repente, ha visto luz donde antes sólo veía negrura.

En menos de 24 horas, aunque seguramente la cosa se venía rumiando desde hacía unos días antes, la posibilidad de un pacto con UP dejó de ser una pesadilla para convertirse en una perspectiva entusiasmante que mereció celebrarse con abrazos. Una lección de fondo para aquellos que las saben todas, que cada día sentencian sobre el futuro únicamente sobre la base de lo obvio, ignorando que en política todo es posible si se quiere hacer, por difícil que parezca.

Más previsible ha sido el cambio de actitud del PSOE hacia ERC, que ha tenido como complemento necesario la aceptación por parte de Pablo Iglesias de que ha de ser Sánchez quien lleve la voz cantante en este capítulo. Porque no había otra. Sin esos escaños no había investidura posible y, además, el nuevo gobierno estaba obligado a dar un paso adelante para afrontar la crisis catalana y no tenía más remedio que hacer algo en ese terreno.

Gabriel Rufián había clamado por ello tras el 28A. Pidiendo, además, claro está, que el PSOE y UP se entendieran, porque si no, venía a decir, podía abrirse un abismo. Se equivocó. Tras el 10N no vino el abismo sino un inusitado entendimiento. Claro que para eso Pedro Sánchez ha tenido que dejar de decir que en Cataluña sólo hay un problema de convivencia, una ridiculez más de sus asesores, para reconocer, como si eso fuera el descubrimiento del Mediterráneo, que lo que hay es un problema político.

Olvidemos las tonterías. Que las ha habido sin cuento en estos meses y por parte de todos, hasta el punto de que el pacto de silencio que se ha firmado ahora es una de las iniciativas más benéficas que se han registrado en mucho tiempo en la política española. Y reflexionemos un momento sobre lo que esta historia tan chusca de idas y venidas y de contradicciones flagrantes puede depararnos en el futuro.

Pongamos que Pedro Sánchez logra la investidura, que forma su gobierno de coalición con UP y que aprueba su presupuesto, puesto que la mayoría de los que le darán el sí, y entre ellos ERC, habrán acordado, al tiempo, votar favorablemente sus cuentas. Lo contrario no tendría sentido y seguramente no se hará.

Rematar ese presupuesto no será tarea fácil, con Bruselas presionando para se contenga el déficit y para que España pague los 6.000 millones de euros que acaban de decirle que debe, y con los nacionalistas y regionalistas, desde los cántabros a los vascos, pasando por los catalanes, los valencianos, los canarios y los turolenses, exigiendo al gobierno que se acuerde de lo suyo.

Con todo, tal vez ese complejo enjuague no sea lo más difícil y, además, pasará tiempo hasta que salgan a la luz, o la UE los desvele, los apaños que podrían hacerse para que la cosa saliera adelante. Eso sí, hará falta mucha finura política, mucho oficio, para navegar en aguas tan procelosas. Y ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias han dado muestras en los últimos tiempos de andar sobrados de esos atributos.

Luego vendrán las reformas, de las pensiones, de la educación, del sistema sanitario, de la financiación autonómica. Y las derogaciones, la de la ley mordaza y la parcial o total de la reforma laboral. Y bastantes cosas más. No de golpe, claro está, pero sí sin pausa. Dentro de un marco presupuestario muy limitado, lo cual producirá decepciones y quién sabe si protestas y bajo la vigilancia no sólo de Bruselas sino también del empresariado, del más poderoso pero también del mediano y hasta del más pequeño. Que si por ahora no parece dispuesto a la confrontación abierta, porque le han debido decir que el gobierno será moderado incluso en materia fiscal, podría saltar más adelante si La Moncloa cambia de rumbo.

¿Aguantará la unidad de acción PSOE-UP las presiones que se derivarán de esos desafíos? ¿O de la misma manera que de un día a otro se han hecho amigos volverán a ser de golpe enemigos irreconciliables? No cabe hacer pronósticos al respecto. Pero los nuevos entendimientos son tan coyunturales y en cierta medida tan superficiales que tampoco cabe confiarse demasiado.

Un solo elemento puede proporcionar una cierta tranquilidad al respecto. El de que pase lo que pase y mientras no haya nuevas elecciones, la derecha seguirá sin ser alternativa y su tarea principal durante mucho tiempo será la de librar su batalla interna, la que enfrenta al PP con Vox, que puede terminar de varias maneras pero que va a ser intensa.