Contra el fascismo: se puede y se debe

27 de abril de 2021 23:07 h

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Y de repente irrumpe en la campaña electoral de Madrid el terrorismo fascista viendo la oportunidad perfecta en un clima político bronco y polarizado. Ha avisado con especial énfasis durante el año de pandemias y todos los graves indicios se dejaron pasar. Como en otras épocas ante la violencia machista, el sistema ha venido aconsejando –y practicando– aguantar en favor de una supuesta convivencia. Y ni siquiera así se enteraron muchos de quienes incluso contribuían a lanzar a la ultraderecha radical.

Las amenazas de muerte a Iglesias, Grande-Marlaska y Gámez son reales y basta unir la línea de puntos para deducir los posibles orígenes, saldados hasta ahora con impunidad. Las amenazas buscan matar, aún más si cabe que a personas, a la democracia. Miserable, culposa, la actitud de minimizarlas, pero explica los porqués del arraigo en España de forma marcada. Europa –Alemania e Italia en particular– derrotaron a sus fascismos, España lo dejó intacto incorporado a la vida cotidiana, prendido en sus instituciones. El momento de crisis actual es una brecha que el mentiroso populismo ultra aprovecha en todo el mundo que puede. Aquí tiene cómplices decisivos. Y no me digan que no lo sabían, algunos llevamos años advirtiéndolo. 

Tras el susto inicial, políticos y medios colaboracionistas han reaccionado con un cierto propósito de enmienda, que no excluye el equiparar a Vox –la cara explícita de esa ultraderecha de libro en España– con Unidas Podemos. Es seguir blanqueando el fascismo y tratando de expulsar a la figura elegida, Pablo Iglesias, que no ha hecho otra cosa que amenazar los privilegios excesivos de los que algunos disfrutan en detrimento de la mayoría. El icono a abatir en la izquierda que se proponga intentarlo en serio.

Los tres mosqueteros se apuntaban este martes a la estrategia de Ayuso. La reina del espectáculo abre el ropero mediático para disfrazarse ahora de moderada. La que ha gobernado gracias a Cs y Vox y se propone mantenerse con sus correligionarios de esta radical ultraderecha. Recordemos que para ella ser fascista es estar en lado correcto de la Historia. Nada menos.  

Ellos son los que usan al enfermo mental que envió la carta con navaja a la ministra Reyes Maroto desde El Escorial y con su remite. Aparentemente, el mismo que ya amenazó al diputado de Bildu, Jon iñarritu, como él mismo denuncia. Quienes dejaron incapaz mentalmente a la congresista demócrata Gabrielle Giffords y mataron a la diputada laborista británica Jo Cox eran un perfil similar, alentado por el odio. Si son capaces de firmar y publicar “Alguien voló sobre el nido de Sánchez”, como el jefe de opinión de El Mundo, hemos de concluir que desde algunos medios se vuela desde nidos de buitres.

Las cartas son otra cosa y lo saben o deberían saberlo. Tienen base y se les suman los espontáneos. De hecho el Gobierno ha puesto escolta a Gabilondo, García, Monasterio y Bal, y ha reforzado las de Iglesias y Ayuso. Y en la noche de este martes, Moncloa informaba de que se han detectado dos cartas más. Una a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz-Ayuso, con dos proyectiles, y otra, la segunda, con cuatro balas de arma corta, a la Dirección General de la Guardia Civil, que ejerce María Gámez. El pulso al Estado de Derecho es total y peligrosísimo. Urge localizar y detener a los autores.

“En este casino se juega”, descubren ¡oh, maravilla!, algunos como en el Rick's Café  de Casablanca. Donde, como recuerda Martínez Castells en las Lecciones antifascistas de Portugal y otras sociedades, la Marsellesa estaba prohibida por el Régimen de Vichy y por tanto en su protectorado de Marruecos, lo que no impidió a Viktor Laszlo, líder de la Resistencia, levantarse a cantarla frente a los nazis hasta hacerles callar.

Desolador el acatamiento actual a un supuesto fascismo inevitable en aras de leyes. Es un agujero negro que la democracia se ha mostrado incapaz de resolver. El cordón sanitario imprescindible, choca con la evidencia de que es umbilical con ciertos políticos y medios. Por eso lo rechazan PP y Cs, porque están dentro.

Es una cesión suspender los debates porque los demócratas rehúsen dialogar con el fascismo. Quienes sobran, por sus actitudes demostradas, son ellos. No encuentro en la Ley electoral española nada que obligue a entrevistar a los candidatos, sí a dar su propaganda en campaña. Y la entrevista es un formato informativo.

Por encima de todo está la democracia y los DDHH. Tácito, el político del antiguo imperio romano, fue el primero en advertir: “Cuanto más corrupto es el Estado, más numerosas son las leyes”. El PP de Rajoy nos metió en el sistema algunas tan dudosas como la Ley Mordaza, denunciadas hasta por la ONU y el Consejo de Europa por autoritarias, que por cierto permanecen. Y luego está la aplicación de las leyes o la extensión del Lawfare que sufre en España peculiaridades preocupantes. De ahí, de esos lodos, a convertir en obligatorio dar altavoz a la ultraderecha hay un abismo. Pero con esa pértiga se han abierto paso.

Angela Merkel, política conservadora y radicalmente antifascista, pone cordón sanitario al fascismo. Recuerden el episodio de Turingia hace poco más de un año. Prefirió perder el land antes que pactar con la ultraderecha. Más todavía: revocó el nombramiento en 24 horas. Supuso tal conmoción en Alemania haber roto el cordón sanitario a los neonazis que miles de personas protestaron en las calles desde Hamburgo a Múnich. Los demócratas no pactan con el fascismo. No superponen unas normas electorales al interés real de los ciudadanos cuando está en juego la democracia. Y meter en el corazón de España un gobierno ultra, más ultra aún, es un enorme riesgo.

Los juicios al nazismo de Núremberg alumbraron como principios aplicados a muchos otros crímenes de lesa humanidad que la “obediencia debida” no exime de culpa. No estamos en este extremo si así les parece, pero denle tiempo y alas y verán hasta dónde llega. Por eso hay que conocer criterios elementales de la democracia. Después de la guerra que desató la Alemania nazi con la Italia fascista, con millones de muertos y múltiples destrozos, el mundo hizo examen de conciencia. Y nació todo el conglomerado de escudos contra los totalitarismos. La Declaración de los Derechos Humanos, los organismos de la ONU, la propia idea de una Europa unida. Todo se ha ido desdibujando porque así lo quiere el incansable mal que anida en los fascismos y amparan las buenas personas que no quieren enterarse y otros actores de la tragedia.

Cada juez que toma una decisión dudosa, cada periodista que miente y manipula, cada político que pacta lo inaceptable por estar en el poder, cada ciudadano que asume el fascismo cotidiano, está construyendo una trampa contra la sociedad. No se ha entendido que la democracia no es solo votar cada cuatro años –o cada dos si les conviene a sus intereses–, ni está en las protestas de las calles nada más, es una actitud diaria que luche por los derechos adquiridos, sin traicionar a quienes los lograron por todos. Está en peligro. Y lo saben. Parece que las víctimas de la sociedad en su conjunto no tanto.

Añadamos que “este silencio de hierro ya no se puede aguantar”, como lo definió Labordeta. Si el rey Felipe VI salió el 3 de octubre de 2017 a defender agriamente su puesto, de forma tan sorprendente como inadecuada, es ahora cuando las circunstancias le implican. Tarda ya en pronunciarse contra los militares que le mandan cartas, contra las amenazas fascistas a políticos demócratas, porque ahí también se juegan los cargos y el futuro de todo un país, de un Estado de Derecho. El bien común, el de la mayoría.

Son demasiados frentes abiertos. Pero la hora de abordarlos no permite dilaciones porque el lobo asoma sus fauces desde hace tiempo y arrecia en sus envites. No admitan que son inevitables los trazos torcidos de la historia, para ello enseña sus lecciones. Ojalá la gente aprendiera a quién y a qué temer realmente. Pero no debemos consentir que se diga a todo un pueblo que no se puede, que no se puede frenar al fascismo. Que se ha hecho en múltiples lugares y en circunstancias más adversas.