Alberto Núñez Feijóo se ha abrasado a sí mismo como candidato a presidir el Gobierno de España en una de las acciones de derribo auto infligido más fulgurantes que se recuerdan. Fue requerido para el puesto de líder del PP durante años, si se mira, alimentando su leyenda de político prudente y fiable, y, una vez que se decide, llega a Madrid, surge la oportunidad de ganar unas elecciones generales y emprende una campaña en la que lo pifia a lo grande. Algo que en la organización de la que es aún presidente coyuntural, el Partido Popular, suele salir caro, como él mismo pudo comprobar en la defenestración de su predecesor, Pablo Casado, en la que participó y al que relevó hace solo 15 meses. Veremos cuánto tardan esta vez.
Es digno de estudio lo ocurrido, aunque ni mucho menos sea un caso único. Feijóo fue elegido por su presunto carácter político moderado, pero, llegado el momento, se ha revelado como un aluvión de mentiras, insultos y errores al nivel de meter a la ultraderecha en las instituciones. Un PP extremista. De haber tenido el mínimo talento, Feijóo hubiera podido contar con apoyos e incluso formar gobiernos de derechas civilizadas. El PNV por ejemplo. Lo que requería Europa, a la que también ha espantado.
Lo tenía todo a su favor. Ese prestigio de sobriedad, cuatro mayorías absolutas, y un poder mediático volcado en su triunfo a niveles de bochorno. Ese que, con el instrumento de las encuestas de inducción del voto, vio llegada la hora de volver a disfrutar de un Gobierno del PP que satisficiera sus intereses y los de aquellos a quienes representan, que no son los ciudadanos a los que informar. Es así de triste y así de cierto. Menos mal que al menos ya son muchas más personas que antes las que se han dado cuenta de esa jugada.
Feijoo ha logrado un gran resultado para el PP partiendo de los mínimos en los que lo dejó Casado, tras haber visto España entera al presidente Rajoy expulsado por la corrupción del partido, con aquel memorable bolso de Soraya Sáenz de Santamaría en su asiento del hemiciclo. Esas cosas importan. No a todos, claro; si así fuera, el PP estaría hace tiempo en proceso de refundación por exigencia de sus afiliados, votantes y ciudadanos en general. Pero a otra mucha gente no le da lo mismo. Menos mal.
Y eso es lo que ha ocurrido ahora: pactos peligrosos, mentiras, prepotencia, insultos. Los 136 escaños logrados por el PP le convierten en la lista más votada pero no son suficientes para gobernar. Ni con Vox, que ha bajado en votos, sin duda por esos nombramientos descabellados y temibles propuestas de gobierno. Y el PP no tiene más, alguno al que seduzca de otro modo, pero no llega. Añadan la ignominia de pedir apoyo a quienes ha increpado con saña, a un PSOE liderado por Sánchez, a quien quería “derogar” completo. Ese uso exhaustivo del presente, el voy a anular todo.
El PP obtuvo su mejor resultado en 2011 tras sus zancadillas a Zapatero, presidente de un país presionado por la Troika, junto a Portugal y Grecia, por aquella gran estafa social: la crisis del capitalismo en 2008. Y tras el 11M, en bofetada temerosa y conservadora a las aspiraciones de cambio de la sociedad menos acomodaticia. A partir de ahí fue cayendo en apoyos y estos 136 escaños están al nivel de Rajoy, el eficaz gerente de la empresa PP para sus virtuales accionistas.
Feijóo no es tan listo como Rajoy y, visto lo visto, tampoco un político de grandes escrúpulos. Caer en el trumpismo que ha hecho de Ayuso un icono pop ha sido un grave error de cálculo. Siempre la ha tenido pisándole los talones, codirigiendo con él, mecido por la misma mano MAR que le asesoró en el terrible debate de A3 Media que forma parte gruesa de su caída. Ella, en el balcón de Génova, sonreía. Como se ve en la oportuna imagen de TVE.
¿Erró el asesor Miguel Ángel Rodríguez? Feijóo, sí. No conocen España, puede que ni uno, ni otro. “Ayuso se equivoca si cree que tiene posibilidades de ser presidenta. Feijóo servía para la aldea gala de Galicia, ya que los medios le embellecían las burradas y ocultaban los desmanes, en Madrid se deshinchó. El modelo chulapona macarril madrileña no se sostiene en la periferia”, me dice una amiga, Ángeles García Portela, avispada conocedora de los entresijos de su tierra natal.
Puede ser. El Debate a 7 de TVE nos recordó la importancia de la periferia, quitó el foco de ese Madrid centrífugo. Y puede que a la larga sí importe también a los electores la frívola e insolidaria libertad de las terrazas en plena pandemia, la enajenación tan precisa de lo público y, sobre todo, la trágica gestión de las residencias de ancianos. Otro factor observado en las caídas de líderes del PP es que afloran sus tropiezos sin piedad y a veces sin saber ni cómo. Quién se acordaba ya del amigo narco, hasta que lo dijeron. El historial de Ayuso va también nutrido. Hay otro nivel, el de Aznar, Aguirre, Rajoy y Cospedal, en el que se pasean impolutos por sus desmanes. Hasta ahora al menos.
Mucho que negociar para formar gobierno. Aunque es más más posible que lo consiga la izquierda que esa derecha que no se tiene más que a sí misma en número insuficiente. Real. Y eso a pesar de la abrumadora carga mediática que hizo pensar a tantos otra cosa.
El PSOE ha conseguido igualmente un buen resultado. Más votos incluso que en 2019, que se traducen en prácticamente los mismos escaños. Pedro Sánchez también se está forjando una leyenda. Fundamentada. Es algo así como el Correcaminos al que intenta atrapar el Coyote y que suele salir trasquilado porque nunca lo consigue. Pero a lo grande. Y muchos. Recordemos a Coyote F. González convocando a los barones para que no formara gobierno con Unidas Podemos. El golpe interno con cuatro días de asedio televisado protagonizado por Susana Díaz y Verónica Pérez, la famosa y efímera Autoridad Única del PSOE. Pedro Sánchez sale de todas y muchos de sus oponentes, fulminados. Seguramente no es fácil estar de acuerdo con él en todo ni en muchas partes, en otras sí, pero esto lo tiene y es bien positivo.
El crecimiento electoral de Sánchez se ha nutrido también de votantes de Podemos. En gran número. Con total seguridad. Sería conveniente, por cierto, dejar de zaherirse unos y otros en la izquierda. Ser justos, honestos y, de otro lado, repensar el caso de Feijóo; cómo menoscabar un prestigio arrollador en poco tiempo por no atemperar los errores.
Europa respira más tranquila constatando que es posible vencer a los crecientes fascismos. Los demócratas españoles, cuantos creemos en los derechos humanos y la protección de las minorías y de las mayorías diferentes, en la garantía de unos servicios públicos que nos cuiden con la sanidad en primer lugar, nos hemos quitado un enorme peso de encima. Pero hay que consolidarlo. Formar gobierno quien puede, atendiendo a las prioridades, sin miedo. El PP en su laberinto debería dar un par de vueltas a qué quiere ser en el futuro. No parece que individualmente les vaya mal a muchos de ellos pero podría ser mejor, incluso para esa España que tanto aman. Hay ciudadanos aquí a quienes no les vale todo.