Ilustrísimo señor Núñez Feijóo, espero de su bondad que tenga usted a bien aceptar mis disculpas por haber dudado de su palabra y haberlo hecho, además, en escritos públicos. Tenía usted razón más razón que un santo: la política de indultos y amnistía de Sánchez ha dado alas al independentismo catalán y puesto en gravísimo peligro la unidad de España. Así lo confirma de modo irrefutable el resultado de las elecciones del pasado domingo, con la aplastante victoria de los partidos de Puigdemont, Junqueras y la CUP.
Sí, apreciado sabio de Ourense, tengo que reconocer que me revuelve las tripas ver en TVE el espectáculo de la triunfal caravana que, con los susodichos Puigdemont y Junqueras en una limusina descubierta, recorrió el pasado lunes la avenida Diagonal de Barcelona. Y se me rompen de dolor los tímpanos al escuchar el enfervorizado aplauso que recibieron de los cientos de miles de catalanes con banderas esteladas que saludaban el paso del cortejo.
¡Ah, cuánta razón tenía usted! Debería haberme dado cuenta cuando los barrios de las ciudades españolas empezaron a llenarse de piquetes de encapuchados que obligaban a los vecinos a cantar el eusko gudariak y bailar el aurresku. Recuerdo que los sufridos guardias civiles informaban de que no podían hacer nada para impedirlo, de que tal era el maligno fruto de los acuerdos parlamentarios de Sánchez con los bilduetarras. Pero yo no les creía a ellos ni le creía a usted, señor Feijóo. Yo me empecinaba en dar por cierto lo que no era sino un espejismo: insistía en pensar que ETA había sido derrotada y se había disuelto más de diez años atrás.
Enajenado, sin duda, por mi ideología progresista, yo me negaba a aceptar lo que veían mis ojos: las pruebas materiales e indiscutibles del enorme daño que el sanchismo causaba a nuestra querida España. No aceptaba que, tal y como usted había predicho, España había caído en la bancarrota no solo moral sino también económica. No veía el cierre de la mayoría de las empresas y los comercios, minusvaloraba el que la mayoría de mis familiares y amigos hubieran ido a engrosar las colas del paro, desoía a los jubilados que lloriqueaban porque ya no les llegaban las paguillas, hacía oídos sordos a las quejas de mis vecinos de finca que afirmaban que sus hogares habían sido okupados por senegaleses más negros que el carbón, desatendía a los turistas extranjeros que protestaban porque hordas de mendigos y tullidos les asediaban ante la Alhambra y el museo del Prado.
Lo reconozco: le tenía a usted por un cenizo, un malaje, un apocalíptico. Pero me equivocaba: usted es el mismísimo oráculo de Delfos. Ahora tengo que admitirlo, el resultado de los comicios catalanes del pasado domingo es irrefutable. Envalentonados por la pérfida cobardía de Sánchez, los independentistas han obtenido la madre de todas las victorias electorales. Ya nadie puede chistarles. Pueden exigirlo todo. No solo la independencia, también que en el resto de España hablemos la lengua de Mercè Rodoreda y celebremos nuestras fiestas locales con guisos de calçots y espectáculos de castellets.
Acudiré, sin duda, a la manifestación que usted ha convocado en Madrid para el domingo 26 de mayo. No me iré a la playa o la montaña, no me quedaré en casa leyendo o viendo series televisivas, no aprovecharé la jornada para reunirme con mis hijas. Iré a escucharle a usted. No recuerdo muy bien cuál es el motivo de esta enésima protesta callejera contra el sanchismo, pero me da igual. España se cae a pedazos, ya ni tan siquiera se puede colocar una bandera rojigualda en el balcón sin que venga a retirarla la policía de La Moncloa. Vivimos una dictadura progre infinitamente más dura que la del Generalísimo Franco.
Ahora en serio, señor Feijóo. Disculpe mi sarcasmo, me lo ha dejado usted muy fácil. Desde su venturoso descenso desde las brumas gallegas a la Villa y Corte, fría en invierno, ardiente en verano, su único discurso ha sido el de la canción Vamos a contar mentiras, tralará. Ya sabe, aquello de “Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralará”. No le extrañe que tantos le apoden Fakejóo y hagan memes con su célebre “No soy presidente porque no quiero”.
Permítame que se lo diga sin la menor acritud: de haber sido su asesor en comunicación, yo nunca le hubiera recomendado esa vía. Ha dilapidado la imagen de “moderado” que cultivaba con la bizcochona colaboración de los periodistas y medios de la derecha, y, en materia de soltar trolas con cara de póker, usted jamás podrá ganarle a la señora Ayuso, la reina madrileña del vermú, como la llama el gran Jose María Izquierdo, y al tan perezoso como glorioso caudillo Abascal.
Señor Feijóo, que tenga un buen fin de semana, si se lo permiten, claro, las cuadrillas de etarras e independentistas catalanes que asolan Madrid.