Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, cuarto en la línea sucesoria, se ha propuesto descubrir cómo viven los españoles de a pie. Como hiciera Buda Gautama en el siglo VI antes de Cristo, Froilán se ha colado por los barrotes de palacio para experimentar en carne propia aquello que sus mayores le han estado ocultando. Libre de ataduras, ha iniciado su propio camino en pos del autoconocimiento y la iluminación. Su senda hacia el Nirvana.
Y no le va mal. Este domingo, sin ir más lejos, la policía lo desalojó de un after ilegal provisto, entre otras comodidades, de reservados con ducha. En su interior, los agentes encontraron un amasijo de hijísimos, algunos menores de edad, condimentados con estupefacientes de gama alta.
Para darle más color a la escena, un tipo llevaba un cuchillo, es de suponer que por si acaso. El departamento de comunicación de la Casa Real no ha dicho ni mu, quizá por despiste o por exceso de trabajo. Les bastaría con alegar que esas personas, las del after con duchas, también son españoles y, como tales, tienen derecho a su trocito de representatividad monárquica.
En este sentido, el trabajo de campo de Froilán está siendo impecable. Hace algo más de un mes se vio implicado en una riña a navajazos a la entrada de una discoteca. Para cuando llegó la policía, el Grande de España estaba camino de un hospital con un amigo apuñalado. Imposible criticarlo. Las reyertas, que tan bellamente inmortalizase Federico García Lorca, son parte de nuestra idiosincrasia y, por tanto, competencia de la monarquía. Que un miembro de la familia real se vea en la tesitura de decirle a un taxista: “Al hospital, que mi compadre se desangra” demuestra un profundo conocimiento de la tradición lírica española.
Pero es que Froilán también se maneja en la tragedia. A mediados del año pasado, durante la celebración de su cumpleaños, tuvo que salir por patas de un garito de Mallorca. Por razones que seguramente se desclasifiquen a mediados del siglo que viene, un sujeto se lio a tiros en un reservado. Dicen que fue una trifulca entre narcos, quién no se ha visto mezclado en alguna. Cinco siervos de la Corona resultaron heridos de diversa gravedad. Pero Froilán, que según algunos genealogistas procede de la estirpe del Rey David (y, por tanto, de Jesucristo), salió de allí sin un rasguño, dispuesto a seguir la fiesta en otra parte porque, oye, no se cumplen años todos los días.
Con solo 24 primaveras, Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón ha vivido más que un veterano de Afganistán. Ha sobrevivido a peleas, a reyertas, a tiroteos y a un accidente de tráfico de difícil explicación. Y lo ha hecho sin perder la compostura, sin arrugarse, sin pedir perdón por ser quien es. No lo siento, no me he equivocado y mucho me temo que volverá a ocurrir.
Porque Froilán, muy consciente de su papel crucial en la modernización de la monarquía, ha dicho basta. Basta de esconderse tras una máscara de ejemplaridad que, abuelo mediante, ya nadie se traga. Basta de fingir que España nunca se pelea, que jamás se dispara o se apuñala. La España que Froilán ama y reivindica es la de la riña tumultuaria, la del coma etílico y el orificio de salida.