No se deben pedir heroicidades a quien tiene todo que perder, a jugadores humildes, de adscripción modesta, de extracción popular, que han intentado hacer carrera en el fútbol con escasa fortuna y dependen para su salario mundano de personajes sin escrúpulos como Rubiales que no dudarían en aplastarlos si levantan la voz. Siempre es un error apuntar hacia abajo para cobrarse las deudas que uno tiene con los poderosos, es tan injusto mirar a otro lado como apuntar a quien no se debe. El clamor del fútbol femenino ha sido acompañado de un silencio profundo en el fútbol masculino que tiene su mayor expresión en todos aquellos que ocupan los dorsales de los grandes clubes de fútbol de primera división. Hombres ricos, poderosos, tanto como Rubiales, que han decidido callarse ante el abuso ante su compañera.
En el fútbol hay una élite de hombres que no tienen nada que perder pronunciándose a favor de una compañera en un momento como este en el que la sanción social sobre el jefe de la federación es unánime más allá de los machistas, los posfascistas de Vox y el mundo incel. Los futbolistas de la selección nacional, del Real Madrid, del FC Barcelona, de los grandes clubes, con salarios inconmensurables, con contratos publicitarios que ni alcanzamos a imaginar, y que permanecen callados son unos cobardes de baja estofa. Escoria moral. Unos niñatos egoístas que solo piensan en su próximo coche o reloj de alta gama viviendo al margen de la sociedad, de los problemas reales, de los derechos que todos necesitamos para poder vivir y de la angustia y opresión que están viviendo sus compañeras de la selección. Está quedando claro con su silencio que las desprecian y consideran inferiores.
Los futbolistas de primera división que permanecen silentes son ídolos con los pies de barro, personajes que no merecen la admiración que recogen y que, si bien son referentes a nivel deportivo, están demostrando ser insignificantes a nivel ético y personal. Lo tienen todo, no van a perder nada, pero aun así guardan silencio para no perturbar su aura de intangibilidad. La burbuja endogámica en la que viven les impide mostrar un mínimo de empatía por aquellas que no podrán alcanzar en décadas un mínimo del reconocimiento que a ellos les pertenece solo por haber llegado a un deporte con unos privilegios que no han trabajado para alcanzar. Pero se creen superiores, individuos endiosados que no bajan de su pedestal ni para poner un simple mensaje a una compañera que está viviendo un momento complicado e injusto. No perderían nada, tendrían el apoyo mayoritario de millones de españolas que necesitan creer que no todos los hombres del mundo del fútbol son como los miserables machistas que aplaudían como focas a un soberbio con modos mafiosos. No solo Rubiales es digno de ser repudiado.
El fútbol da asco, pero lo da el masculino. Solo algunas excepciones de jugadores hacen que se tenga un mínimo de esperanza en este deporte, la distancia que muchos aficionados habíamos cogido con la competición se ha visto frenada con la actitud de las jugadoras, que han hecho que recuperemos ese fútbol romántico que, alejado del negocio, pone por delante los valores de fraternidad, compañerismo y empatía. Una exigencia que debería ser el mínimo moral, un imperativo categórico esencial para la construcción de un deporte que merezca llamarse así.
El mundo del fútbol nos ha dado varias lecciones estos días, muchas negativas, pero más las positivas. No puede ser casualidad que los que han dado asco, bochorno y lástima sean los que pertenecen al deporte masculino, y quienes han aportado compañerismo, valentía y coraje hayan sido las mujeres que, habiendo demostrado que son unas futbolistas excepcionales, han logrado además aportar unas enseñanzas morales a las niñas y los niños que lleven sus camisetas y que trascienden el juego.
El fútbol femenino, las jugadoras, se han convertido en un fenómeno popular de ámbito nacional que representa la pujanza del feminismo y se ha ganado la adscripción de un sector de la población que harto de la toxicidad que habitaba el fútbol masculino estaba ávida de encontrar un lugar donde disfrutar de su deporte sin sentir vergüenza. Las mujeres de la selección española de fútbol han mostrado la diferencia entre lo que se es y lo que se tiene. Ellas tienen poco material, mucho menos que sus compañeros, pero son un referente moral que por encima de todo ponen los valores y el compromiso de ser un ejemplo para quien las idolatra.