Aunque parezca mentira viendo la inconsistencia del personaje, no pocos cuadros de la izquierda creen posible que Pablo Casado sea el próximo presidente del Gobierno. No por sus méritos, que eso ya no ocurre casi nunca, sino por el rechazo que puede provocar su oponente. Y no tanto éste en concreto, sino las alianzas que Pedro Sánchez se ve obligado a forjar para mantenerse en el poder y que seguramente serían las mismas si tuviera opciones para defender una futura investidura.
La animadversión hacia los partidos nacionalistas es mayoritaria, algunos creen incluso que muy mayoritaria, en la opinión pública española. A lo largo de las últimas décadas, primero gracias a ETA, luego a la intentona independentista catalana, se ha ahondado un foso que venía de muy lejos pero que en los años de transición había reducido un tanto su tamaño. Los nacionalistas son el monstruo del ideario político de muchos españoles. Posiblemente bastante más que el de una ultraderecha que bebe del franquismo.
Esa es la gran baza electoral del PP y de la derecha. Que les viene a las manos sin hacer nada. Les basta con agitar los crímenes del terrorismo, las víctimas del mismo, la locura catalana, “sin arrepentimiento”, del 1 de octubre de 2017 o el interés egoísta del PNV, que es idéntico al de todos los demás partidos pero que sólo es culpable en su caso. No deja de sorprender que Pablo Casado y los suyos recurran una y otra vez a argumentos tan poco sólidos como si con ellos no fuera el tiempo que pasa y los cambios que durante el mismo se producen. Pero los sondeos denotan que su gente se los compra. Y no sólo su gente.
El devenir de la legislatura ha colocado ese asunto en el centro de la escena política. Hasta hace unos cuantos meses, hasta que Pablo Iglesias se retiró, el monstruo de la derecha era Podemos. Su escuadra mediática lo convirtió en un indeseable, en el malo por antonomasia. Y mucha gente de derechas llegó a odiarle con fuerza inusitada. Ahora los malos, los peligrosos, son los nacionalistas. Independentistas o no, que nunca está clara la diferencia entre unos y otros.
Mientras no haya elecciones no hay problemas. El bloque que hace cuatro años, con la moción de censura, dio el gobierno a Pedro Sánchez se ha mantenido unido pese a sus rifirrafes. Por un motivo fundamental: sólo juntos pueden evitar que la derecha llegue al poder. Pero ¿y si esa unidad de urgencia es la antesala de la derrota en las próximas generales?
La aprobación de los Presupuestos, que salvo sorpresas de última hora es cosa hecha, va a dar tiempo al Gobierno para colocarse lo mejor posible ante ese riesgo real. Porque eso aleja la convocatoria electoral en casi dos años, si no es algo más, ya que las cuentas públicas que ahora van a aprobarse pueden prorrogarse otros 12 meses.
Y en ese tiempo pueden pasar muchas cosas. Aunque lo importante es que las iniciativas políticas y los cambios reales lleguen a la percepción de la gente e influyan en su actitud política, una de esas cosas es la evolución de la economía. Que va a mejor. Y que va a seguir, aunque los problemas del mercado energético y el bloqueo de los suministros puedan recortar las previsiones. Lo más inquietante en ese marco es que la inflación lleve a los grandes bancos centrales a subir los tipos de interés y a reducir drásticamente sus compras de deuda. Pero la última decisión de la Reserva Federal norteamericana negándose sustancialmente a ello es un alivio que seguramente será imitado por las autoridades europeas.
Mientras tanto, la economía española está creciendo y los ciudadanos lo notan: lo reconocen los taxistas y la gente de la restauración. La evolución del mercado de trabajo también empieza a ser positiva. Se está gestando un nuevo ambiente y, aunque nunca se sabe, eso, más adelante, podría tener su impacto en la política, en lo que la gente quiera votar.
Desde luego esa mejora no afecta a ese 25-30 % de la población -en el que se incluye buena parte de los jóvenes- que están en el paro, en la pobreza laboral o en la marginalidad. No es fácil saber qué piensan esos ciudadanos sobre las opciones políticas que se les ofrecen. Aunque lo más lógico es suponer que no les interese ninguna, que estén llamados a abstenerse y que, a lo sumo, una minoría muy pequeña de ellos se sume, por desesperación, a las fórmulas más radicales.
Sin embargo, los programas del gobierno prevén gastar mucho dinero en tratar de mejorar la suerte de los que peor están. La eficacia de esas iniciativas es todavía una incógnita. Pero pongamos que sea media, que se apliquen lo antes posible y que tengan tiempo para calar en la realidad social. ¿Podría eso ayudar a mejorar las perspectivas electorales de la izquierda? La novedad de los paquetes actuales de ayuda social es que son mucho menos oportunistas que otros del pasado reciente. Lo que es de esperar es que estén bien diseñados.
El éxito de la lucha contra la pandemia también debería jugar a favor del Gobierno, por mucho que se empeñe el Tribunal Constitucional en aguarlo. A lo mejor lleva su tiempo, pero llegará un momento en que la gente se dé cuenta de que España lo ha hecho muy bien contra el Covid y que la normalidad a la que estamos llegando es una especie de milagro.
Otro factor que puede compensar el negativo impacto que en la opinión pública tienen los pactos con los nacionalistas es la situación interna en el PP y la guerra que este libra con Vox. Aunque parezca increíble, la guerra entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso va a seguir y lo mismo la que este libra con Santiago Abascal. Y en ambos casos por el mismo motivo: porque lo que quieren tanto Ayuso como Abascal es cargarse a Casado, hasta el punto de no importarles una derrota en las generales con tal de lograr su objetivo. Si además esa pelea fratricida sigue obligando al líder del PP a mostrarse cada día más derechista, distanciándose del sector más tranquilo de su electorado potencial, la cosa se les complica.
Las encuestas de estos momentos, que muestran un ligero crecimiento del PP, y de Vox, y una pequeña caída del PSOE y de UP, pueden no ser muy útiles para pronosticar el futuro de dentro de dos años. Pero habrá que seguir atentos a ellas. Porque quién sabe si en breve no cambian de tendencia.