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Ganas de gritar

Podría haber sido un cuadernillo de crucigramas, una revista de bricolage, un Diez Minutos, sin embargo, en uno de esos tiempos muertos de la siesta de agosto me encontré leyendo la revista mensual del Financial Times. En mis manos de trabajadora precaria que pasa el verano en Madrid por falta de dinero, cayó precisamente la How to spend it (cómo gastarlo).

La revista desde luego es magnífica. Tiene una edición envidiable. ¿Anuncios de ropa para la próxima temporada? ¡No! Anuncios de joyas, zafiros y diamantes para siempre. ¿Promoción de práctico monovolumen? Ni hablar: Empresa de alquiler de jets con piloto incorporado. Por supuesto se anuncia un banco pero ¿prometiendo menos comisiones o ventajas en préstamos o hipotecas? ¡Deja! Este es el banco para gente con dinero, la mejor opción si tienes un día filántropo. Tus ahorros pueden ayudar a una buena causa, ellos te ayudan a tramitar tu impulso caritativo.

Unas páginas más adelante me sale al encuentro, precisamente, un ejemplo de filantropía. Un empresario nicaragüense, y su mujer, de profesión “filántropa” según la Wikipedia, han abierto un complejo turístico, sí, pero también un hospital para niños quemados (la señora sufrió graves quemaduras tras un accidente de avión). Sin embargo, en cuanto profundizas un poco –cosa que por supuesto hice- te encuentras las declaraciones del hombre donde enseguida se le escapa la palabra “negocio”. Uy. Esa palabra en el supuesto contexto de la salud por la caridad cristiana.

Hay quien dice que el mundo se va pareciendo cada vez más a un reloj de arena. Arriba estarían aquellos que acaparan todos los recursos; en medio, la clase media prácticamente desaparecida, y abajo la base excluida. No estoy muy segura. A mí se me hace más real la silueta clásica de la pirámide. Aunque no es para menospreciar esa metáfora del reloj de arena que puede evocar un vuelco súbito, o una caída irremediable de todos hacia el fondo.

El caso es que, de momento, ahí tenemos el status quo bien aposentado. Leyendo nuestros tweets o escuchando los comentarios en la calle uno pensaría que nos encontramos al borde de algo, arriesgando, en pleno y peligroso momento de cambio. Ante ¡el riesgo de unas nuevas elecciones!

La verdad. Todo sigue en su lugar y previsiblemente continuará así. Decir que España está sin gobierno no es cierto. En realidad tenemos ese gobierno en la sombra de intereses económicos que paralizará todo con tal de que todo siga igual. Esos poderes son los que presionan al PSOE para que no se alíe con Unidos Podemos y pongan en marcha una alternativa social. Son los mismos que permiten a Mariano Rajoy salir indemne de todo y continuar tranquilamente en su puesto, los mismos que obligan a Ciudadanos a tragarlo.

En medio de este despropósito o pesadilla entra la baza de la filantropía y la responsabilidad social. Una manera de lavarse la cara e impedir que te cuelguen en medio de la plaza. En la revista How to spend it -al menos en la del mes de agosto- hay un apartado titulado “For goodness' sake” (algo así como “por el amor de dios”, o “por caridad”) y ahí reseñan algunas obras o actos de beneficencia en las que también podrías gastar un poco de dinero sin soltar la copa de champagne.

No sé si fue el mismo día de esta lectura soberbia, pero no importa. El caso es que poco después vi el vídeo de las ballenas varadas en Lanzarote a las que un grupo de turistas consiguieron salvar haciéndoles aspavientos y gritándoles para dirigirlas mar adentro. Nos veo, como sociedad, varados en una playa, encallados, torpes como cetáceos, igualmente confundidos. Lo que no escucho es ningún grito.