La gente quiere estar tranquila, vivir tranquila. La gente no quiere problemas ni quiere conflictos. Esa es la impresión que da cuando se mira alrededor y se observa cómo cada uno va a lo suyo despreocupado del destino colectivo, excepto cuando se siente que este se ve afectado directamente porque el sesgo de afinidad así lo decide. Un ejemplo de esto es cómo, a finales de junio, emocionalmente nos dio igual el naufragio en nuestras costas de una zodiak en el que murieron 39 personas (la mayor parte desaparecidas bajo el mar), entre ellas un bebé y cuatro mujeres, mientras vivimos con angustia la búsqueda, al otro lado del Atlántico, del sumergible Titán de la compañía privada Ocean Gate donde iban cinco personas.
Esa despreocupación, ese desentendimiento es, posiblemente, la mayor conquista del neoliberalismo. Que cada cual se sienta libre y sin culpa de ir a lo suyo y alcanzar una ilusionaría sensación de tranquilidad en ello. El consumo, las redes sociales, la supuesta pertenencia a un grupo social privilegiado,… en definitiva, la apariencia de ser alguien o tener algo. Basta la apariencia. Una despreocupación por nuestro presente y nuestro futuro colectivos no podría ser posible sin la despolitización que hay detrás de esa búsqueda del beneficio individual, del individualismo como falsa bandera de libertad. Una despolitización que usan las formaciones políticas de derechas, que saben que hay un nutrido grupo de votantes incapaces de comprender o distinguir cómo perjudican algunas de sus políticas a “los otros”, que, en realidad, somos todos.
Las propuestas de la derecha para este 23J contribuyen a esa falacia del bienestar personal: bajar impuestos, derogar las leyes de igualdad que implican un esfuerzo significativo de cambio personal y transformación social, simplificar la complejidad de problemas como el cambio climático a una única solución como es el negar que exista un problema… ¿Qué proyecto de gran país vacía de sentido y cuestiona las políticas sociales, económicas y culturales? ¿Qué proyecto de gran país lleva a la extrema derecha a las instituciones para involucionar en el tiempo décadas y décadas? No es suficiente aludir a que esas políticas, de derechos humanos, están ideologizadas por la izquierda, ¿acaso se puede hacer política sin ideología? Como si lo que estuviera en juego no fuese, realmente, un modelo de sociedad. El de todos vs el de unos pocos.
Precisamente, eso es lo que nos jugamos, si votar por una sociedad que, en tono conciliador, piensa desde los principios de universalidad, derechos humanos y comunidad respetuosa de todas y todos; o votar por un modelo de sociedad que piensa en clave neoliberal de intereses clasistas y creencias religiosas. Un modelo de sociedad que habla de bienestar para todos (en realidad unos pocos) mientras banaliza los logros económicos actuales, menosprecia los avances sociales que existen y repolitiza nuestras preocupaciones con tono hostil sectario. Un proyecto político ultra conservador que enarbola la antisolidaridad como bandera y el rechazo a proteger a los grupos sociales de la violencia en nombre de una supuesta mayoría (un tercio del censo son sus votantes) a la que llaman España y que deja fuera a la suma de muchas Españas distintas. Programas electorales complementarios (los del PP y Vox) que hacen una redefinición de las preocupaciones reales para hacer propuestas ajenas (e incluso contrarias) a la realidad y a las necesidades colectivas como país como bajadas masivas de impuestos, planes de seguridad policial, lucha contra okupación, endurecimiento de fronteras, combate a la ideología de género, acabar con el adoctrinamiento LGTB…
Decía el sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico Bauman a principios de este siglo que “si se reflexiona acerca de las promesas electorales, que garantizan una vida mejor para todos por medio de mayor flexibilidad de los mercados laborales, libre comercio, condiciones más atractivas para los capitales extranjeros, etc., se puede vislumbrar la amenaza de más inseguridad y más incertidumbre por venir”. Esto es quizá lo que vemos quienes miramos más allá de los marcos predeterminados del estás conmigo o estás contra mi. No es más neoliberalismo ni fascismo lo que necesitamos como país, es más confianza en que el bien colectivo es bueno para cada uno como individuo, el bien común del que habla nuestra Constitución, la misma que recoge derechos fundamentales ahora amenazados por los pactos de Vox y PP, como por ejemplo, el acceso a la cultura.